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La intención del kirchnerismo es insistir con el pasado y dejar al país sin futuro

El albertismo es un sueño que otros soñaron sin autorización del propio interesado, el grupo de amigos de Alberto se parece cada vez más a un conjunto de funcionarios bajo sospecha y en riesgo de ser desalojados

alberto fernández cristina kirchner
Presidente Alberto Fernández - Vicepresidenta Cristina Kirchner
Descacharreo

El experimento de Cristina Kirchner de inventar como candidato a Alberto Fernández y convertirlo en presidente ya quemó varias etapas, pero ahora encara un momento crítico. La debilidad de una presidencia vaciada debe enfrentar sin recursos políticos las crisis superpuestas de la economía quebrada, la pandemia al borde del descontrol y, hacia fin de año, un examen electoral.

Un año atrás, en el comienzo de la crisis global del coronavirus, todavía disponía de lo que hoy ya carece, su estilo moderado y consensual. La imagen presidencial subió por sus buenas maneras de llevar al país a una prolongada cuarentena, rodeado de opositores con los que había acordado las medidas sanitarias. Cristina le hizo estallar la cordialidad y allá por mayo del año pasado le instaló un conflicto entre la Capital “opulenta” y el conurbano empobrecido.

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Una huelga policial en la provincia sirvió para arrancarle de su lado a Horacio Rodríguez Larreta, a quien le contó por televisión que le sacaría fondos para dárselos a uno de los delfines de Cristina, el gobernador Axel Kicillof. A Fernández ya no le dejaron usar ni sus buenas maneras, en especial una vez que quienes lo habían llevado a la presidencia descubrieron que el consenso generaba imagen positiva y construía a un presidente como contracara de Cristina.

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Es así como el país tiene, un año después de asumir, un presidente sin poder de origen y que nunca quiso edificarlo desde la Casa Rosada para no pelearse con la socia mayoritaria de la coalición. El albertismo es un sueño que otros soñaron sin autorización del propio interesado, el grupo de amigos de Alberto se parece cada vez más a un conjunto de funcionarios bajo sospecha y en riesgo de ser desalojados.

Ya hubo varios casos, pero el más cruel es el de Marcela Losardo, la socia y amiga de Alberto Fernández que debió irse por no ejecutar los deseos confesos de impunidad del kirchnerismo. El Presidente todavía repite en todas las entrevistas que nunca hará nada para quebrar su relación con Cristina. Ese objetivo lo está reduciendo a ser todavía mucho menos significativo que el hombre que prestó servicios como jefe de Gabinete del matrimonio presidencial.

Si un día manda un ministro a Estados Unidos a negociar con el Fondo Monetario, Cristina le duplica los plazos para pagar el préstamo desde un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Como si todavía nada hubiese pasado, y todo el trabajo consistiera en reponer la realidad de hace una década y media atrás, las relaciones exteriores de la Argentina vuelven a diferenciar a los países según sea la afinidad ideológica con el gobernante que lo maneja.

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Pero ya no está Lula en Brasil, y la Venezuela de Maduro es una dictadura a cara descubierta. Eso sí, en lugar de Estados Unidos y Europa, los grandes amigos vuelven a ser China y Rusia. Parece un chiste. Es un mal chiste pretender repetir el pasado sobre el que ya se construyó aquel fracaso que contagia este presente y determina el futuro. Se trata del empeño kirchnerista de convertir el pasado en presente.

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