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La jura de los nuevos legisladores nacionales y la decadencia de la política

La política argentina está divorciada de la solución de los problemas que nos aquejan y que llevan décadas

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Descacharreo

La política argentina está demasiado sujeta a esas demagogias que el marketing cuantifica y a veces se olvida que liderar es también mostrar otro camino, o simplemente estar dispuestos a defenderlo, a dar razones o a crear esperanza para persistir en esa ruta. En cuanto a la voluntad ciudadana de que haya diálogo, se podría interpretar que también el mandato del voto en estas elecciones es el que forzó mayor diálogo al equilibrar las fuerzas en el Congreso.

Y también al introducir o fortalecer nuevas líneas ideológicas. La realidad es que, por momentos, la política argentina está tan sumida en un juego de simulaciones para contentar a los electorados, que los políticos confunden el ser con el parecer, que de los dos es el más funcional al hecho de mantener el poder, y se diluyen en una retórica ilusoria que los deja contentos con su ego.

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Les dice a sus seguidores lo que quieren escuchar, pero más allá de esas complacencias corre el riesgo de no aporta nada. La ley de alquileres es la mejor muestra de estupidez de los últimos tiempos. La votaron todos los espacios y no sólo no mejoró la situación de los inquilinos, sino que la empeoró, reduciendo además la oferta de propiedades, y por lo tanto encareciendo los precios.

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Una de las consecuencias de este permanente juego de las apariencias y la demagogia, la política no enfrenta los problemas reales para no tratar temas que desagraden o sean impopulares y así las cuestiones cuya resolución es urgente se postergan con un costo enorme de decadencia sostenida. La política argentina está divorciada de la solución de los problemas que nos aquejan y que llevan décadas.

Políticos que actúan la política para congraciarse o que escapan a definiciones categóricas o que directamente olvidan la dimensión de la eficiencia porque sólo los convoca mantener el poder, construyen la trampa perfecta. Pronto, el nuevo Congreso deberá tratar el acuerdo con el Fondo Monetario, que en sí mismo carga con las sospechas de ser un nuevo acto de simulación si Argentina de verdad no se compromete a reformas que vayan más allá de la enunciación.

En estas elecciones, se han mencionado conceptos como apatía, decepción e indignación para hablar del ánimo del electorado. En los números, aunque es justo decir que influyó la pandemia, la asistencia a las urnas fue de las menores registradas. Si la política es una máquina de su propia subsistencia, se desnaturaliza peligrosamente y redunda en decepción o desconfianza en el sistema.

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Cuando la política les teme a los movimientos antisistema, debería empezar por una autocrítica sobre su eficiencia. Es cierto. Los votos equilibraron el juego en el Congreso, dejaron sin quorum por primera vez al peronismo en el Senado y desmantelaron la posible escribanía de manos que se levantan en automático. Es más, si la oposición se impusiera en 2023 podría hasta tener la chance inédita de un Congreso a favor, algo con lo que no contó Mauricio Macri.

Hay un punto de partida que propicia el debate y la variedad. Pero el punto, ante todo, sin ánimo de igualar ni generalizar, es hora de que todos aterricen a la dimensión de las soluciones. Por la democracia misma. Porque son demasiadas las deudas con una sociedad exhausta. Pero sólo ayer vimos peleas vergonzosas por poder en el bloque radical antes de aún de haber jurado. No importa por lo que hayan jurado, que si no cumplen, Dios, la Patria, las víctimas de los ajustes, finalmente, se los demanden.

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