La vida es un diálogo constante, a veces conflictivo, siempre necesario, entre los sentimientos y la razón. Cuando desborda, la emoción desdibuja los contornos de la realidad y crea las condiciones para la construcción de un mundo paralelo donde todo es efervescencia. La política sabe esto mejor que nadie. Y sobre todo la política del siglo XXI, en la que han brotado populismos que han hecho de la manipulación de las emociones un arte capaz tapar los hechos con relatos en cuya engañosa consistencia estos regímenes se sostienen.
Como emoción genuina, el dolor por la muerte de Maradona no se discute. Es un hecho natural, espontáneo, consecuencia del fervor y la admiración que el ídolo despertó en la Argentina y el mundo en razón de su entrega y su talento. Y todo sentimiento, sabemos, pide expresarse. Sin embargo, otra cosa distinta es el aprovechamiento de esa congoja popular para obtener de ella un rédito político. Y eso es lo que hizo el Gobierno, a juzgar por la despedida que organizó en la Casa Rosada.
En plena pandemia, el Presidente congregó a una multitud en su propia casa desestimando las prevenciones de distanciamiento en las que hasta aquí había insistido como si fueran un catecismo. Las reacciones que la muerte del ídolo despertó a lo largo del globo han sido impresionantes, pero eso no cambia el curso de la naturaleza. En su viaje de un cuerpo a otro, el virus no habrá reparado en la emoción compartida de los hinchas que llegaron a Balcarce 50. Simplemente, habrá aprovechado esa proximidad de unos y otros para propagarse a sus anchas. En la convocatoria del Gobierno a estas exequias parece haber menos imprevisión -se dice que esperaba un millón de personas- que falta de coherencia y de responsabilidad. Además de una cuota grande de torpeza.
Los incidentes empezaron a gestarse temprano, apenas se abrieron las puertas. En medio de cantos, llantos y otras muestras de fervor, un grupo intentó derribar las vallas de contención y enfrentó a la Policía. La impaciencia multiplicaba la presión y los empujones. La tensión llegó hasta la Avenida de Mayo y la muchedumbre se volvió incontrolable. La batahola y los gases lacrimógenos llegaron hasta el Patio de las Palmeras. Somos un país incomprensible: mientras el fútbol se juega en canchas vacías, el Gobierno convoca a un pogo multitudinario donde la última preocupación es el coronavirus. Un pogo caótico en el que quedó reflejada, también, la degradación de una sociedad.
Mientras el fútbol se juega en canchas vacías, el Gobierno convoca a un pogo multitudinario donde la última preocupación es el coronavirus
Más incomprensible parece todo si se recuerda que esto ocurre después de una de las cuarentenas más largas del mundo, que causó y sigue causando daños en muchos casos irreparables desde el punto de vista económico, social y psicológico. Hace rato que al Gobierno se le ha ido de las manos la gestión de la pandemia y solo apuesta a la llegada de la vacuna, pero esta invitación masiva a la Casa Rosada para despedir a Maradona configura un gesto de desaprensión difícil de explicar. En lugar de llamar a Javier Grosman, productor estrella del kirchnerismo, para organizar el velatorio, ¿no debió el Presidente consultar a su equipo de infectólogos? ¿Qué autoridad tendrá ahora para seguir con la gestión de la pandemia?
Hace rato que al Gobierno se le ha ido de las manos la gestión de la pandemia y solo apuesta a la llegada de la vacuna, pero esta invitación masiva a la Casa Rosada para despedir a Maradona configura un gesto de desaprensión difícil de explicar
Las imágenes de hoy remiten, por contraste, a la de aquellos formoseños que estuvieron meses varados frente al río Bermejo a la intemperie, porque el gobernador Gildo Insfrán prohibía el ingreso a su provincia invocando razones sanitarias. La medida derivó en la muerte de Mauro Ledesma, quien, al no poder ingresar por el puente Eva Perón, intentó cruzar el río a nado para reencontrarse con su mujer y su hija, y murió ahogado. La ministra de Seguridad, Sabina Frederic, calificó la política de Insfrán contra el coronavirus de ejemplar. ¿Qué diría del desmadre de hoy en Casa Rosada y alrededores?
Tampoco se explican las imágenes de hoy ante el padecimiento de Abigail Jiménez, una chica de 12 años enferma de cáncer que debió entrar a Santiago del Estero -en la que el matrimonio de Gerardo Zamora y Claudia Ledesma gobierna alternadamente desde hace 15 años- en brazos de su padre porque la policía impidió el paso de su auto alegando falta de permiso sanitario. ¿Cuánta gente no pudo, en estos meses de cuarentena, darle el último adiós a un ser querido porque los señores feudales clausuraban sus fronteras? El kirchnerismo va de la prohibición autoritaria al jubileo. Es lo que sucede cuando no hay un plan responsable.
En cuanto a la responsabilidad por lo sucedido hoy, como de costumbre, se la endilgarán a otro. “Este homenaje popular no puede terminar en represión y corridas a quienes vienen a despedir a Maradona”, dijo por Twitter el ministro del Interior, Wado de Pedro, cargando las tintas sobre el gobierno de la Ciudad y su policía.
El populismo se nutre de los mitos y hoy el Gobierno buscó embeberse en el de Diego Maradona. Ante los problemas que afronta, llamó a la emoción para que viniera en su ayuda. Tal vez en el oficialismo recordaron el efecto que tuvieron las exequias de Néstor Kirchner sobre la figura de Cristina, que en medio de aquellos ritos de despedida asumió el papel de viuda doliente y salió muy fortalecida. La Argentina es un país proclive a la emoción. También, a sus desbordes. Pero hay ciertas manipulaciones que indefectiblemente están llamadas a salir muy mal.