El kirchnerismo se rasga las vestiduras, pero actúa como si no hubiera tomado conciencia de lo sucedido. Al parecer, para un sector mayoritario del oficialismo se trata de un episodio pasible, como cualquier otro, de ser capitalizado. Esto es sugestivo, pero también natural. Es lo que suelen hacer. En lugar de llamar a la reconciliación nacional ante el peligro que habría corrido la vida de su líder en medio de un escenario político inflamable, se nutren de este lamentable incidente para echar nuevas paladas de carbón a la caldera del resentimiento.
Esto es precisamente lo que Cristina necesita. En momentos en que avizora una condena que se acerca inexorable, sobre todo tras los alegatos del fiscal Diego Luciani, ella y los suyos extreman la polarización para que su suerte no se dirima en los tribunales, donde corresponde, sino en la calle. El kirchnerismo nunca creyó en las instituciones y en eso no cambiará. Más aun, pronunciará este rasgo a medida que la situación judicial de Cristina Kirchner se agrave.
Todos los caminos llevan a la causa Vialidad. Curiosamente, de establecer este link se ocupan los kirchneristas más fieles y los peronistas más retrógrados, de Axel Kicillof a Pablo Moyano. Igualados detrás de la señora, asocian esa agresión al alegato del fiscal Luciani, como si ambas cosas fueran lo mismo, intentos de acallar a la abanderada de los humildes digitados por la misma mente perversa.
La victimización extrema en marcha se apoya en un uso abusivo del relato, que los kirchneristas (¿habrá que hablar hoy, directamente, de los peronistas?) fuerzan al límite, inoculando en el trámite una dosis de rencor extra que le confiera mayor elasticidad y fuerza. Sería poco inteligente, y hasta peligroso, responder a esa invitación al barro. Por otra parte, conviene aclarar: nadie los odia.
Lo que una mayoría ciudadana quiere es que aquellos que tienen cuentas pendientes con la Justicia respondan como cualquier hijo de vecino. Y, sobre todo, empezar de esta forma a dejar atrás la corrupción endémica que padece el país, que el kirchnerismo llevó al colmo. ¿Cómo salir de este atolladero? ¿Cómo defender el Estado de Derecho y la división de poderes sin alimentar la división? ¿Cómo eludir el fantasma de la violencia, que acecha expectante?
¿Cómo superar esta encrucijada que tiene a la sociedad, de un lado y del otro, atada a la deriva irracional de una sola persona? La salida está llena de trampas. Las pone el partido del Gobierno y el Gobierno mismo. Por un lado, despliegan gestos o simulacros de institucionalidad; por el otro, apuestan todo al poder que les concede el apoyo fanático de aquellos propensos a consumir resentimiento.
Llaman al Congreso para la foto, sonríen y todo, pero divulgan a un tiempo que el “odio gorila” es el causante de todos los males, y especialmente de la “persecución” que sufre la vicepresidenta por parte de una supuesta confabulación política, mediática y judicial. Aun en horas dramáticas, cuando tienden la mano tiran una patada a la canilla. Quizá la clave para hacernos de un GPS fiable la dio de modo indirecto el presidente de la Corte Suprema.
Y es que cuando esta semana cerró un ciclo de diálogos organizado por el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires. Durante su discurso, Horacio Rosatti llamó a “atarse al mástil de la Constitución” para no dejarse llevar por “los cantos de sirenas”. Como Ulises, hay que saber adónde se quiere llegar. Y después de eso, no creer que ya se ha llegado cuando Itaca todavía está lejos.