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La necesidad de mostrar señales de unidad cuando las divisiones prevalecen

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El presidente se esmera en mantener un protagonismo que las actitudes del propio oficialismo afectan. Ahora buscará en el Viejo Continente recuperar centralidad y distanciarse de las internas
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Es obvio que Horacio Rodríguez Larreta debe haber seguido con sumo interés el resultado de las elecciones en Madrid, donde esta última semana Isabel Díaz Ayuso arrasó en las elecciones autonómicas. No solo porque la derecha del Partido Popular venció ampliamente a la coalición progresista del presidente Pedro Sánchez y su socio Pablo Iglesias, líder de Podemos. Este último había dejado su cargo de vicepresidente para liderar la candidatura de Podemos en Madrid, y tal fue la derrota, que anunció que dejará la política.

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Recordemos que Podemos es una fuerza que tiene apenas 7 años de vida en España y se le atribuye financiamiento chavista y una gran simpatía mutua con el kirchnerismo.

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Amén de cuestiones ideológicas afines, el jefe de Gobierno porteño debe haber reparado especialmente en las razones de la amplia victoria de Díaz Ayuso, una escéptica de las grandes cuarentenas que en nombre de la libertad resistió muchas de las medidas de aislamiento promovidas por el socialista Pedro Sánchez. Tan distintas son las realidades entre ambos países que no es aconsejable hacer extrapolaciones trasatlánticas, pero no pocos analistas trazaron los últimos días paralelismos entre lo sucedido en Madrid y la pulseada entre Nación y CABA.

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Es probable que Larreta haya pensado mucho estos días en la experiencia madrileña en plena pandemia; pero tampoco debería desatender los sucesos en Colombia, donde el Gobierno ya ha retirado la reforma impositiva que desató una gran crisis en ese país, pero las protestas no cesan. El objetivo no tan oculto parece ser ahora la caída del gobierno de derecha de Iván Duque. Semejantes protestas recuerdan lo sucedido anteriormente con otro gobierno de derecha en la región, el chileno, que cesaron por imperio de la pandemia. Sin temor a equivocarse, es el destino que muchos analistas sugieren hubiera corrido Mauricio Macri en caso de haber resultado reelecto.

Más allá de esas reflexiones que el contexto internacional puede plantearle, Rodríguez Larreta celebró esta semana lo que en los días previos al fallo de la Corte Suprema ya era un secreto a voces: el revés del DNU impulsado por el presidente Fernández, que supuso un severo traspié para el Gobierno nacional. El jefe de Gobierno se pregunta por estos días si la Corte se animará en breve a fallar en el mismo sentido en una disputa que a él le interesa más que la presencialidad en las escuelas: la demanda por los fondos que Nación le retrajo a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Habida cuenta la confirmación del concepto de “provincia” que el Tribunal Supremo le reconoció a CABA, no debería extrañar que el fallo favoreciera también a Larreta, más allá de que muchos insistan con la teoría de las compensaciones.

Como sea, el oficialismo en pleno reaccionó para muchos de manera sobredimensionada contra la CSJN. Luego del tuit de Cristina Kirchner que comparó prácticamente el fallo cortesano con un golpe de Estado, el sector más duro del frente gobernante machacó insistentemente con el mismo concepto.

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Hay quienes sostienen que una eventual sobreactuación frente al fallo judicial podría obedecer a la intención de tapar el escándalo del funcionario de Energía que se resistió a dejar el cargo pese a la decisión de Martín Guzmán, desairando en consecuencia también a Alberto Fernández.

Como sea, cuando ya el Gobierno presentía su traspié en la Corte se gestó la señal de unidad que pretendió brindar en Ensenada. El presidente apareció allí flanqueado por Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa -la dueña de los votos de la victoria, y el garante del triunfo por aportar el porcentaje faltante, respectivamente-, y dos metros más allá Axel Kicillof, para completar el eje del poder en el Frente de Todos. Por si hiciera falta explicar lo obvio, Alberto Fernández pidió retratar esa que definió como “la foto de la unidad”.

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Más allá del fallido que vendría inmediatamente después, en boca del mandatario: “Aquí estamos los que estamos convencidos de lo que hay que hacer en la Argentina. Y no va a haber ni tapa de los diarios, ni sentencia judicial que nos lleve a hacer aquello que debemos hacer en favor de los argentinos”. Riesgos de quien habla mucho y todo el tiempo…

El esmerilamiento del ministro de Economía está en marcha y es una consecuencia obvia de no haber podido echar a Federico Basualdo, como se lo propuso. En la Rosada buscaron minimizar la situación afirmando que ese funcionario se irá cuando se calmen las aguas, pero no es lo que sugirieron fuentes de La Cámpora que, por el contrario, advirtieron que será Guzmán el que se vaya… cuando ellos quieran. No mucho más se puede esperar del titular del Palacio de Hacienda en este contexto.

Muy preocupado por las cuentas fiscales, Guzmán considera que no se puede dar más IFE y así y todo cada vez son más las voces del oficialismo que se lo reclaman. Sin medias tintas lo advirtió el ministro de Desarrollo de la Comunidad bonaerense, Andrés Larroque, que arrancó la semana  considerando “indispensable que continúe una política como es el Ingreso Familiar de Emergencia, y creemos que debemos reconvertir esas instancias en políticas para que no reciban ningún tipo de cuestionamientos”. El “Cuervo” Larroque es además secretario general de La Cámpora.

Habría que considerar que el discípulo de Joseph Stiglitz estaría decidido a dejar el cargo más temprano que tarde, y hay en el Gobierno quienes aclaran que antes concluirá las negociaciones con el Fondo Monetario, para darle un marco adecuado a su salida. Convencidos de que un eventual recambio no representará una mejora, el jueves el vocero del FMI, Gerry Rice, expresó un enfático respaldo al ministro. “Estamos plenamente implicados en las conversaciones con el ministro Guzmán. Es nuestro interlocutor en esas conversaciones”, dijo ante la pregunta sobre los problemas internos que debe afrontar por estos días. “Estamos plenamente implicados con él en este momento”, insistió el director de Comunicaciones del Fondo.

Pero no la tiene fácil Guzmán, a quien permanentemente desde el kirchnerismo duro le marcan la cancha. Lo hizo Fernanda Vallejos, que suele expresar el pensamiento de la vicepresidenta, y que relativizó la conveniencia de un acuerdo con el FMI, que a su juicio implicaría en el mediano y largo plazo la sujeción del país a “la supervisión y auditoría del organismo, lo que equivale a que ningún gobierno de signo popular pueda desarrollar su programa, sometido a los ajustes permanentes”.

Similar melodía se escuchó el jueves en la Cámara alta, donde a fines del año pasado los senadores oficialistas redactaron una carta que enviaron al FMI acusando a sus miembros de haberle dado “irresponsablemente” fondos al Gobierno de Mauricio Macri. Ahora, encabezados por el ultracristinista Oscar Parrilli, el oficialismo dio dictamen a un proyecto para que los fondos extra del FMI que llegarán al país -unos 4.350 millones de dólares- se utilicen para atender gastos por la pandemia y no para pagar deuda.  En sus negociaciones, Martín Guzmán tenía en el menú de opciones la posibilidad de usar esa plata para afrontar los vencimientos correspondientes a este año, mientras se dilataban las negociaciones con el Fondo, conforme lo que pide Cristina Kirchner de no arreglar con ese organismo antes de las elecciones. Con lo cual, esta decisión del oficialismo senatorial condiciona las negociaciones que lleva adelante el ministro. Al punto tal que durante el plenario que el jueves discutió este tema, el radical chaqueño Víctor Zimmermann preguntó a sus pares oficialistas si ese proyecto no podría llegar a entorpecer la negociación con el Fondo, y si el ministro Guzmán está de acuerdo con el mismo”.

Parrilli insistió en que estaban tratando de darle a Guzmán “una herramienta de qué decirle y plantearle al FMI”, y en consecuencia no hacían otra cosa que ayudar al Gobierno “para que cuando se siente a negociar, además del equilibrio fiscal, además del equilibrio comercial, además de pagar las deudas, hay que lograr un equilibrio social en Argentina”.

El presidente se adecuó el viernes a esa sintonía. No solo anunció -en presencia de Guzmán- un refuerzo asistencial para los sectores más humildes, sino también mandó un mensaje a los acreedores, que “deberán esperar hasta que los argentinos recuperen la dignidad” para que se les pague.

Así y todo, por más esfuerzo que ponga el presidente en esa empresa, desde el kirchnerismo cada vez se preocupan menos de mostrar sus discrepancias, aun en detalles mínimos, como cuando Jorge Taiana planteó en ese plenario del Senado sobre los fondos extras del FMI que no le gusta “eso de Juan Domingo Biden” que AF repitió varias veces los últimos días. “Juan Domingo Perón era Juan Domingo Perón; el señor Biden debería llamarse en todo caso Franklin Delano Biden, porque es una política que intenta rescatar el New Deal de Roosevelt”.

En ese marco es que el presidente emprendió su postergado viaje a Europa. En un momento se había especulado con reducir la gira, pero finalmente se reflotaron todos los destinos y reuniones. Será una ocasión ideal para recuperar protagonismo, salir de la encerrona local, y buscar respaldos para las negociaciones con el Fondo.  Por eso Fernández subió al avión a Martín Guzmán, para alejarlo de paso de las impiadosas internas.

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