Al principio de la cuarentena, las autoridades gubernamentales se mostraban esperanzadas de que, al estar la gente encerrada en sus casas, los delitos bajaran. Pero a medida que se fue ganando en flexibilización, los hechos delictivos volvieron a aparecer. Y es que, en realidad, la inseguridad en Tucumán jamás se fue, pero la postergación hizo perder a los extraviados funcionarios que, con Claudio Maley a la cabeza, no encuentran el rumbo.
Pero lo que no notan las autoridades gubernamentales es el proceso de conversión que fueron sufriendo los barrios que se encuentran en la periferia dentro de los límites de la ciudad de San Miguel de Tucumán. Se trata de lugares que ha sufrido una degradación de la vida a causa del continuo deterioro económico en el que el país está sumido desde hace una década por lo menos, con las consecuencias sociales que están a la vista.
Y es que son barrios que se han convertido en una especie de Conurbano bonaerense a la tucumana. Es decir, lugares en los que la inseguridad reina y la pobreza se ha convertido en estructural y la clase media baja subsiste en empleos no registrados. Allí, se producen enfrentamientos entre bandas delictivas por el control mafioso de territorios a donde el estado concurre solo en épocas electorales en busca de votos.
Casi a diario se producen los llamados “ajustes de cuentas” entre individuos que forman parte de clanes que buscan cuidar su “negocio”. La mayoría de ellos tienen que ver con drogas y estupefacientes que se comercializan bajo la conocida modalidad del narcomenudeo. Que hasta en delivery transportan para vender sin contratiempos en época de pandemia y cuarentena que les complicó el normal desenvolvimiento de este accionar.
Pero también el fenómeno de disputas vecinales que se resuelven a los tiros a las apuñaladas es parte del paisaje de las urbes modernas que conjugan sectores pudientes con otros pauperizados. San Miguel de Tucumán, tiene un ingreso per cápita de los más elevados de toda la región noroeste, sin embargo, los límites norte, este, oeste y sur de la ciudad parecieran caerse del mapa a la hora de la repartición de ingresos.
Y es que la falta de oportunidad crónica e histórica que padecen los sectores más vulnerables ha hecho surgir una nueva marginalidad, una enraizada en la salida fácil que ofrece el negocio de la droga para quienes no se han perdido en el consumo. Y es que son ellos también los que permiten que la venta de sustancias ilegales continúe y producen crímenes más violentos con tal de encontrar un poco más de la dosis que requieren.
Es a esto a lo que no le encuentran solución los dirigentes políticos y sus funcionarios públicos. No solo llegan tarde a la hora de combatir el delito, también lo hacen mal. Y no se abocan tampoco a solucionar la madre de todos los problemas delictivos, que es la baja calidad de vida que se viven en los márgenes de la ciudad que es la sexta en importancia nacional. Pero que sufre una constante “conurbanización” de sus barrios periféricos.