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La realidad se impone al populismo del gobierno

Los problemas que tiene el país son de lo más elementales: nos quedamos sin gasoil, tenemos problemas para abastecernos de gas y no tenemos dólares para que la economía pueda funcionar.

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Alberto Fernández . Telam (Archivo)
Descacharreo

No podemos vivir eternamente inmersos en una fantasía: más tarde o más temprano la realidad se termina imponiendo. El populismo puede sobrevivir en su discurso facilista solo si se dan dos condiciones de manera simultánea: por un lado, se debe contar con una economía cerrada al mundo; por el otro se deben tener recursos suficientes para poder dilapidar dinero sin freno extendiendo derechos y eliminando obligaciones.

Este escenario lo hemos visto desde comienzos de los años 2000. El “vivir con lo nuestro” y la “sustitución de importaciones” son dos frases que tienen algo más de medio siglo de antigüedad pero que en la Argentina se las ha vuelto a poner en valor. El objetivo de estas frases que atrasan es siempre es el mismo: poder cumplir con una de las premisas populistas que se limitan a alejarnos lo más posible del mundo moderno.

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Además de esto, nuestro acercamiento a China, Rusia, Venezuela y Cuba hicieron su parte para que el mundo nos mire con suma desconfianza. En términos de recursos el populismo ha hecho verdaderos estragos: pasamos de ostentar superávit fiscal a tener un déficit fiscal colosal, destruimos nuestro superávit energético al punto de quedarnos sin energía, destruimos el sistema de jubilaciones privadas.

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Vaciamos el Banco Central y hasta nos hicimos acreedores de un puñado de juicios en el exterior por las desastrosas estatizaciones de YPF, Aerolíneas Argentinas y hasta por la deuda pública (muchos de ellos aún pendientes de resolución). En contrapartida, los planes sociales, las jubilaciones de personas que jamás aportaron un solo peso al sistema previsional, las pensiones no contributivas.

Y los derechos inventados ante las diferentes necesidades electorales se han encargado de pulverizar a la Argentina, transformándola en un país absolutamente empobrecido y con una economía que reposa peligrosamente al costado del abismo. Hoy los problemas son de lo más elementales: nos quedamos sin gasoil, tenemos problemas para abastecernos de gas y no tenemos dólares para que la economía pueda funcionar.

Incluso hemos llegado al punto donde las escuelas no pueden abrir sus puertas por no tener un sistema de calefacción acorde para que los estudiantes no mueran de frio. Este es el nivel de devastación de la Argentina. El 90% de la economía local se transporta en camiones. El 30% del gasoil necesario para que esos camiones funcionen depende de la importación, proceso en el que pocos están interesados.

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El Gobierno no quiere desprenderse de los pocos dólares de los que dispone y los importadores no quieren traerlo desde el exterior ya que al comercializarlo localmente lo hacen con grandes pérdidas. Mientras la necesidad de dólares es cada vez más imperiosa (el 85% de las importaciones son necesarias para que la economía produzca con cierto grado de normalidad, por lo que sin dólares no hay economía) al exportador se lo sigue estafando.

Esto se debe a que se encuentran entre un dólar oficial alejado del valor que efectivamente tiene el mismo en el mercado y retenciones que le terminan de sacar lo poco que le queda de margen. Los incentivos para exportar son nulos. En cuanto a las escuelas sin calefacción no es más que la foto que representa un sistema educativo destruido tras años de un esquema político y sindical absolutamente nefasto.

Ahora el Gobierno pretende seducir a los trabajadores independientes de la industria del conocimiento para que sus exportaciones de servicios las puedan cobrar en el país sin sufrir el golpe de la pesificación al tipo de cambio oficial (como sufren el resto de los exportadores de bienes y servicios). Es que entendieron que esto alienta a las exportaciones de servicios y a que aparezcan los dólares en la Argentina.

Sería bueno que entiendan que deben extenderlo al resto de los exportadores y promover un intercambio comercial mucho más civilizado. Sin embargo, el problema principal no es la pesificación sino el cambio permanente en las reglas del juego. El fracaso de la medida está asegurado. Se han terminado los recursos y con ellos el esquema populista. Nadie sabe si lo que viene de aquí en más será mejor o no, lo que sí se sabe es que la Argentina está agotada y la mentira populista ha llegado a su fin.

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