El 27 de julio de 2016 a las 0.35 de la madrugada ocurrió un hecho que, retrospectivamente, es histórico. Alejandro Fantino cerraba un programa más de Animales Sueltos. Había invitado, como un favor, a Javier Milei, un economista casi desconocido, que le había llevado tres libros escritos por él como regalo personal. A lo largo del programa, Milei había levantado la voz varias veces para sostener que John Keynnes era una “basura” y había sido el protagonista del show. Sobre el final, Fantino le agradeció los libros y dijo: “Javier Milei, señores”. Luego lo miró y agregó. “Te quiero decir que sos trending topic. Toda la Argentina está hablando de vos”. No sabía, no podía saberlo, la chispa que se había encendido.
Hace algunas semanas, luego de que Milei saliera primero en las primarias, Fantino contó cómo siguió la historia. “Nosotros estábamos en dos puntos y cuando vino él subimos a cinco. Lo invitamos al día siguiente. Llegamos a seis. Lo vieron los de Intratables. Llegaron a nueve. No se fue más”. De allí siguieron los videos de Youtube. Milei contó que vio que allí había algo. De Youtube saltó a Instagram, luego a TikTok. Las reproducciones que eran miles, pasaron a ser decenas de miles, a cientos de miles, a millones, a trascender las fronteras. Y aquí estamos. “Él fue capaz de armar una candidatura y de gestionar todo lo que pasaba alrededor de él. Yo solo le di una oportunidad”, explicó Fantino.
El fenómeno Milei ha sido tan arrollador que sería presuntuoso y apresurado ofrecer análisis concluyentes. Pero, a estas alturas, conviene dudar de la percepción según la cual se trata de un fenómeno pasajero, de un líder inestable que tuvo un golpe de suerte, o de alguien incapaz que, rodeado de un elenco ciertamente circense, llegó donde llegó apenas por una cadena inusual de casualidades. Algo de todo eso puede ser. Pero, como sugiere Fantino, hay mucho más que eso.
Es que Milei ha sido el protagonista de tantos triunfos que es difícil no quedar impresionado por su travesía.
El primero de esos triunfos es personal. Hay decenas de miles de políticos en la Argentina. La mayoría de ellos sueña con ser Presidente. ¿Cuántos de ellos han llegado tan cerca de la Casa Rosada como Milei? Muy poquitos. Patricia Bullrich y Horacio Rodriguez Larreta, por ejemplo, trabajaron décadas para llegar al lugar de Milei. Son dirigentes experimentados, con equipos: no lo lograron. En distintos momentos de la historia reciente hubo dirigentes mimados por las encuestas: Julio Cobos, Ricardo Alfonsín, Roberto Lavagna, Francisco De Narváez, María Eugenia Vidal. En algún momento, se mancaron. Y eso es solo un lote de privilegiados. La inmensa mayoría ni siquiera llegó hasta allí.
El candidato presidencial Javier Milei y la ex candidata Patricia Bullrich posan durante su participación en el programa A Dos Voces – EFE/ Stringer
Si además se prorratea el tamaño del logro por el tiempo invertido para conseguirlo, la dimensión del fenómeno se agiganta. Mauricio Macri tardó 12 años desde su primera candidatura hasta llegar a la Presidencia. En el medio, gobernó un distrito durante 8. Milei invirtió apenas dos años de su vida y un poquito más. Solo hay un antecedente parecido al suyo: el de Juan Perón, que en dos años pasó de secretario de Trabajo y Previsión Social a Presidente. Pavada de antecedente. A favor de Milei, además, él no lo hizo desde ningún cargo público. Perón ascendió mientras iba ampliando derechos para los trabajadores desde un Gobierno. Milei lo hizo desde el llano.
Una campaña presidencial, por lo demás, es una experiencia terriblemente exigente. Cualquiera que conozca del tema sabe que es un esfuerzo sobrehumano. Mejor estar bien preparado. Patricia Bullrich, por ejemplo, no pudo ocultar la manera en que todo eso horadó su coherencia. Son meses en los que se come mal, se duerme mal, casi no hay espacio para el placer, para refugiarse en los afectos verdaderos. La presión es insoportable, y no cede. Actos interminables, presiones de todo tipo, decisiones que se deben tomar en tiempo real, poco margen para equivocarse, viajes, actos, cansancio, esas caras nuevas de personajes extraños, arribistas en los que no hay más remedio que confiar, pero en los que no conviene confiar. Y el protagonista de ese esfuerzo debe dar respuestas certeras, tolerar agresiones muy hirientes, devolverlas, no fallar, mantener la calma.
Al final de ese recorrido solo llegan dos. Hace un par de semanas, pareció por un momento, que Milei no llegaría al final. Fue ese día fatídico en el que, por televisión, casi le estalla la cabeza porque había ruidos y en el que tuvo esa transformación muy inquietante donde terminó diciendo que se metía entre las sábanas de quienes lo criticaban por las redes. Hay señales bastante serias de que hay allí una patología severa, que puede traerle muchos malos tragos ante situaciones de presión. Pero luego se recompuso. Esa reacción de Milei recordó inmediatamente a tantas otras. Por ejemplo, el día en que comparó al Estado con “el pedófilo en el jardín de infantes con los niños encadenados y envaselinados”. O tantos episodios de violencia contenida o de violencia verbal espantosa. Todo eso está. Habilita a hacerse preguntas terribles sobre lo que viene. Pero, hasta aquí, Milei logró que si hay algo realmente roto, no conspirara demasiado contra su objetivo presidencial. Una mitad de la sociedad no se hace preguntas, le justifica todo, le festeja cualquier cosa: otro de sus triunfos.
Javier Milei y Alejandro Fantino
A ese desempeño personal se le suma un triunfo ideológico y moral, que es mucho más trascendente. Milei suele decir que hasta su llegada el liberalismo no existía en la Argentina. Eso no es así. La idea tan sencillita según la cual hay que hacer un ajuste brutal para frenar la inflación y con eso llegaríamos a la tierra prometida es un clásico. Es cierto que él se transformó en un mensajero potente de esa propuesta tan discutible. Pero ya antes lo habían sido Álvaro Alsogaray, Carlos Menem, Domingo Cavallo, Ricardo López Murphy, Mauricio Macri, Bernardo Neustadt y tantos economistas que logran su lugar en los medios repitiendo ese mantra. En ese sentido, es apenas el nuevo eslabón de una cadena.
Su verdadero triunfo es de otra índole. Milei incorporó al debate, con naturalidad, elementos que antes de su irrupción eran marginales o muy rechazados. Transgredió como nadie. Esta misma semana, por ejemplo, eso se manifestó en el reportaje que le concedió a Jaime Baily.
Milei dijo allí que está de acuerdo con el escrache a periodistas en las redes sociales, luego de que acusara a muchos de ellos de ser “ensobrados”. “Muchos periodistas se ponen a ensuciar y, afortunadamente, nosotros tenemos muchos seguidores genuinos y cuando encuentran a esos periodistas mintiendo o tergiversando los hechos o las declaraciones, los escrachan mostrándoles los videos donde están mintiendo, y eso los tiene muy violentos”.
Ese argumento era, textualmente, el mismo que esgrimía el kirchnerismo para defender la emisión diaria del recordado programa 678. Si ese párrafo lo hubieran pronunciado Sergio Massa, o Cristina Kirchner, o dirigentes de rango menor del kirchnerismo sería un escándalo. Lo de Milei pasó como si tal cosa, en un momento donde varios colegas empiezan a contar que en la calle son confrontados por personajes enardecidos que les gritan “¡ensobrados!”, ese insulto que difundió Milei. En este derrotero, con tanta complacencia social, ¿a qué distancia estamos de volver a las escupidas o a los juicios en Plaza de Mayo?
Javier Milei – REUTERS/Cristina Sille/
En el mismo video explicó que no se reuniría con Luiz Ignacio Lula Da Silva porque es “corrupto” y “comunista”. Es aburrido tener que explicar que Lula fue elegido tres veces bajo reglas democráticas, que ningún tribunal convalidó la acusación de corrupción, que respetó al máximo las reglas del capitalismo. Pero para Milei, hasta María Eugenia Vidal es zurda. Hace unos años, ese párrafo hubiera despertado hilaridad. Ahora, el que lo pronuncia tiene altísimas chances de ser Presidente.
En la misma nota, Jaime Baily indagó sobre su postura respecto de la homosexualidad. Milei dijo que le daba lo mismo si un hombre se acuesta con una mujer, con otro hombre, o con un elefante. En un testimonio posterior, Baily contó que se molestó con esa respuesta. Pero lo importante, a los efectos de esta nota, no es eso, sino destacar el triunfo de Milei: empieza a ser natural que los dirigentes comparen a un gay con un puma, con alguien que no se baña y lleva piojos, con un elefante, o con minorías como los ciegos, los sordos y los mudos. Cada día, hay un nuevo aporte en ese sentido.
El triunfo ideológico de Milei no es, entonces, su defensa de una visión ortodoxa extrema de la economía. Es otra cosa muy distinta. En estos meses, Milei humilló violentamente a mujeres por televisión, reivindicó la represión ilegal, se negó a votar un programa para diagnosticar cardiopatías congénitas, propuso desfinanciar los clubes de barrio, difundió ideas como la venta de órganos, un mercado de compraventa de niños, la contaminación de los ríos. Además, expresó su rechazo a la investigación científica, la figura de Raúl Alfonsín, la investidura del Papa Francisco, la obra pública, la justicia social, las regulaciones para la tenencia de armas, la educación pública, y se sumó a Donald Trump y a Jair Bolsonaro en su estrategia de denuncia de un fraude que no puede demostrar. Pero la sociedad no lo castiga: lo premia.
Es evidente que una porción muy relevante del electorado simpatiza con esas ideas -los encuestadores más serios se sorprenden por el porcentaje creciente de la sociedad que adhiere a esa visión del mundo. Otro sector no está de acuerdo pero tampoco se siente espantado por esas ideas, mientras sirvan para derrotar al kirchnerismo –o a su versión actual, que es un eco del kirchnerismo. Esa batalla domina sus vidas hace mucho tiempo y no pueden pensar más allá de ese límite.
¿Milei convenció a la sociedad de que esas cosas eran justas? ¿La sociedad ya pensaba de esa manera y él solo fue el cauce que encontró ese torrente? Sea como fuere, hay que anotar que algo muy profundo ha cambiado para que una propuesta así sea tan competitiva. En 2015, la alternativa al kirchnerismo se presentó como moderada, reformista, como un cambio criterioso y nada traumático. Ahora lleva una motosierra al hombro, por más que lo disimule en el último envión.
Es una gran incógnita dónde termina este viaje que arrancó gracias a la magia del rating. Milei tiene su plan. Gobernar ocho años y luego dedicarse a escribir y dar clases, ha dicho. Claro: dice tantas cosas. Que él es Moisés. Que, en realidad, su hermana es Moisés y que él es Arón. Que las fuerzas del cielo vencerán. Así que no hay que tomarlo al pie de la letra. Puede pasar que no gane. O que gane y descubra que todas sus teorías son un blef y que entonces complique mucho más a este país y deba enfrentar una masiva rebelión política y social. O que deba lidiar con tantas tensiones que su cabeza no resista y entonces vaya a saber qué cosa. O que pierda y se dedique a prepararse para una nueva batalla dentro de cuatro años, ya convertido en el líder de la extrema derecha.
O que el drama termine en una tragedia política y personal de dimensiones épicas y dantescas.
Quién sabe.
Suele decirse que lo intenso, por definición, es breve.