Esta columna no la redacto en mi función de periodista, sino que lo hago como ciudadano, como uno más de todos los que caminamos la calle todos los días y nos encontramos con situaciones insostenibles.
Para ello, quiero recordar una anécdota que se había vuelto costumbre en mi infancia y que tenía que ver con ir con mi viejo, a la sazón director de este medio, Christian Sanz, a su departamento cada domingo.
El viaje que era realmente interminable y denso para cualquier chico, se transformaba en una aventura gracias a los ocurrentes juegos que inventaba aquel que además de ser mi padre es mi mejor amigo.
Intercalando entre subte y colectivo, sin embargo, a veces la situación se tornaba un tanto triste. Eran esos momentos en los que una persona pasaba pidiendo una moneda. Mi viejo, gentil, cuando podía dejaba un billete de dos pesos, incluso lo he visto dejar uno de 5 pesos en momentos donde la “gorra” se llenaba con monedas de 25 o 50 centavos.
Ya, entonces se veía pasar una fila importante de personas en los transportes públicos, pero esa situación se fue agravando con el paso de los años, más y más gente cayendo en la pobreza y la indigencia y, por ende, más gente mendigando.
Es un acontecimiento del cual nadie zafa y uno, con un poco de empatía y un dejo de lastima, ayuda a quien puede, pero resulta que con salarios descuartizados cada vez es más difícil poder dar una mano.
En lo personal, suelo andar por avenidas y me cruzo seguido a gente pidiendo plata, a la que ayudo en la medida que pueda, pero a uno tampoco le alcanza, entre las obligaciones a pagar y lo necesario para vivir, la plata se diluye casi al instante.
Pero también hay otro hecho, ya muchos ni siquiera piden plata, sino comprar algún medicamento, la mayoría de esos casos se dan con remedios pediátricos. Parte en el alma cuando no se puede auxiliar a esa persona.
Incluso está quien aparece pidiendo simplemente algo de comer, se le nota a simple vista que se trata de una persona que probablemente no haya ingerido ningún alimento en un plazo extendido en el tiempo.
Y esto, es dable aclararlo, no es culpa de este Gobierno, ni del anterior, no únicamente, sino que absolutamente todos los que fueron pasando por las esferas del Estado han agravado el problema, realizando promesas en campaña incumplibles.
Insisto, esto le he visto desde muy chico, y probablemente la gente más grande lo vea desde mucho tiempo antes. Es una situación que ya se vuelve insostenible.
El cambio debe ser radical y a largo plazo sino ¿Cuánto tiempo pasará para que usted, yo o nuestros seres queridos terminemos sucumbiendo ante la pobreza?
Mientras la dirigencia política sigue marcando la grieta y tirando mensajes por elevación en redes sociales negociando por sus propios intereses, es el pueblo el que debe unirse y obligar a que esa modificación social sea realidad.
Es una problemática que crece sostenidamente y que nada indica que vaya a cambiar. Ya lo dijo alguna vez el actor australiano Hugo Weaving: “El pueblo no debería temer a sus gobernantes, son los gobernantes los que deberían de temer al pueblo”.
