Desde hace un tiempo el oficialismo viene meneando la suspensión de las PASO. La pandemia, que le sirve al gobierno nacional para justificar cualquier cosa, es la excusa ideal. Se argumenta el riesgo sanitario de aglomerar personas y también el costo económico. Este último motivo fue expuesto recientemente por Sergio Massa, quien planteó una supuesta dicotomía entre boletas y vacunas. A mayor impresión de boletas, habría menos recursos para adquirir vacunas.
Llevado al extremo este argumento, podría decirse que la propia democracia es un obstáculo para mejorar la salud de los argentinos. Pero es un dilema falso. Si se quiere ahorrar en boletas y, lo que es más importante, mejorar la transparencia de las elecciones, basta con establecer la boleta única. Uno de los rasgos de las democracias robustas es que las reglas electorales tienen una larga permanencia en el tiempo.
Su modificación responde a generalizados consensos. En especial, es inadmisible que se las cambie en los años en los que se celebran las elecciones que esas reglas van a regir. Nuestra Constitución favorece esos acuerdos cuando establece que las leyes electorales deben ser sancionadas con una mayoría agravada y que la materia electoral no puede, bajo ninguna circunstancia, ser objeto de los decretos de necesidad y urgencia.
Lo que se procura es que una mayoría circunstancial no modifique en su propio beneficio las reglas básicas de juego, sobre todo mientras el partido se está jugando. El apuro del oficialismo por introducir este debate no surge de ningún propósito de mejoramiento de las prácticas democráticas ni tiene nada que ver con la pandemia. Es obvio que el objetivo es postergar en la medida de lo posible un resultado en las urnas que se prevé adverso.
Sería preferible que lo dijeran con todas las letras en lugar de buscar subterfugios que solo consiguen erosionar todavía más la ya devaluada confianza pública en la palabra de las autoridades nacionales. Trascendió, asimismo, que Máximo Kirchner desearía sustituir el actual sistema electoral por la ley de lemas. Este engendro, que combina en un mismo acto, las elecciones primarias con las generales, es una verdadera estafa a los ciudadanos.
Porque quien vota por un candidato de su preferencia tal vez lo está dirigiendo involuntariamente a otro a quien jamás hubiera querido votar. Todos estos febriles cabildeos oficialistas indican a las claras que pronostican un mal resultado para las elecciones legislativas. No podría ser de otro modo, ya que, salvo el núcleo duro del kirchnerismo, la ciudadanía observa cada día con mayor preocupación la falta de rumbo del gobierno.
Es un pésimo mensaje institucional pretender modificar de apuro, sin consenso y por mera conveniencia partidaria las reglas electorales. Pero ni esa manipulación grosera le servirá al kirchnerismo para ocultar su irremediable fracaso. En todo caso, no hará más que profundizar el descrédito de un gobierno que en lugar de enfrentar los problemas con realismo y determinación solo atina a echarle la culpa a enemigos imaginarios.