“Si quiere protegerse de la inflación, invierta en un plazo fijo UVA”. Ese fue el consejo del presidente del Banco Central, Miguel Ángel Pesce. Una pintura de la desconexión de la realidad que viven algunos funcionarios y padecen los argentinos.
“¿A quién le hizo esa recomendación? Sonó un poquito intempestiva para todos los que no tienen capacidad de ahorro y ven cómo su salario –si tienen la suerte de tenerlo– se deprecia día a día y el changuito del supermercado le queda cada vez más grande”, señaló un economista crítico del Gobierno que no podía salir de su asombro. “En este país el que no corre vuela y el que no vuela es porque está apalancado en inversiones con retornos aceptables en moneda extranjera. Hablamos del 2% de la población, con suerte”.
Estamos en un país donde el que gana más de 130 mil pesos está en el 20% más rico de la Argentina. La cifra surge de una encuesta del Indec y corresponde al último trimestre de 2021. Asimismo, el salario promedio de un individuo con empleo fue de $ 55.823, según los datos oficiales. En este contexto se entiende la puja que explotó el jueves por la tarde para adelantar el anuncio de la actualización del tope a partir del cual los trabajadores tributarán el impuesto a las ganancias y que, según el anuncio que se hizo el viernes, pasó de los $ 225.937 mensuales últimos a $ 280.792. Rápido de reflejos, el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, confirmó que quedará excluido del tributo el pago del medio aguinaldo que los trabajadores recibirán junto al sueldo de junio. “Massa hace su juego y logró que algunos medios lo pongan como el impulsor de la medida. ¿Presión? Lo que genera presión es estar gobernando y no poder pararte porque te sacan la silla. Lo de Massa es lo de siempre; su objetivo es quedar parado lo mejor posible para reciclarse de cara a 2023. No importa el color de la camiseta”, se quejó un aliado de la Rosada.
La mañas de Massa son incorregibles. “A cada paso hace honor al apodo de ‘ventajita’ que le puso Macri”, señalaba un funcionario gubernamental de trato frecuente con el ministro de Economía, Martín Guzmán, a quien el kirchnerismo colocó ya en la categoría de enemigo.
La semana abrió con la renuncia a su cargo del secretario de Comercio Interior Roberto Feletti. No hizo falta ningún ejercicio de imaginación para saber que la causa de esa renuncia había sido la decisión de Cristina Fernández de Kirchner de dejar solo a Guzmán y, por ende, al Gobierno ante el ajuste que se viene. Su intención es la de alejarse totalmente de Alberto Fernández con el objetivo de no quedar pegada a su fracaso para pagar el menor costo político posible. “La doctora está en otra cosa”, señalan en sus cercanías.
El texto de la breve carta de renuncia de Feletti –que no quería dejar su cargo– es una muestra típica de lo que es el relato K. En esas pocas líneas se presentan los fracasos como éxitos y se adjudican las culpas de todos los males a circunstancias ajenas. En este caso, es la guerra por la invasión de Rusia a Ucrania. Por si alguien no lo recuerda, el flamante ex funcionario llegó al Gobierno tras la derrota en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), cuando la inflación era del 3% mensual, y deja el cargo con un índice del 6%. Es decir, en siete meses se duplicó. Por lo tanto, Feletti ha sido otro de los muchos “vende humo” que forman parte y son la esencia del elenco con el cual se nutre el oficialismo.
¿Cuál es la “otra cosa” en la que está “la doctora”? La respuesta es simple: la elección presidencial del año que viene. Lo que hoy ve es un horizonte de derrota. Por lo tanto, trabaja para ver cómo dar vuelta esa circunstancia adversa. Una de sus prioridades es buscar un candidato que le haga renacer la esperanza de una posible victoria. Sabe que con ella sola no alcanza. Los nombres no sobran. Massa es uno de ellos. Para alimentar su ilusión, la vicepresidenta le pone fichas tanto a la división de No Tan Juntos por el Cambio como al crecimiento de Javier Milei. Apuesta a que el grueso del electorado se divida en tercios y ella y su candidato entren a la segunda vuelta.
La convención de la Unión Cívica Radical en La Plata no aportó serenidad a las turbulentas aguas de JxC. Más bien fue un blanqueo de las intenciones y las diferencias. Tanto desde la UCR como desde el PRO repiten que hay que trabajar todos los días por la unidad. En los dos equipos saben que no hay lugar para la ruptura. La unidad viene dada por default: si quieren sostener las chances de llegar al sillón de Rivadavia deben seguir juntos, sea con la fórmula que fuere. “La interna va a recrudecer antes de aclarar. Hay más de un problema de fondo. A pesar de que la visión de país es similar, hay muchos caminos para llegar a un objetivo que es perseguido por demasiados jugadores”, se sinceró un miembro del radicalismo.
Hay silencios que son indicadores de lo profundo de la tormenta. El presidente del partido, Gerardo Morales, parece vivir un presente de cierta tranquilidad desde que Martín Lousteau recorre la Capital Federal apuntando a convertirse en el sucesor de Horacio Rodríguez Larreta. Sin embargo, habrá que ver qué pasa cuando Facundo Manes suba su perfil en la búsqueda de su objetivo: la banda presidencial. En las encuestas que circulan por los ámbitos de la política, Manes supera a Morales con comodidad.
En el PRO llama la atención el bajo perfil que, desde hace algunas semanas, adoptaron Diego Santilli y María Eugenia Vidal. Ni hablar de la provincia de Buenos Aires, donde las alianzas duran menos de lo que canta un gallo. Cristian Ritondo dice correr con el caballo del comisario y las pujas de poder crecen de la mano de las actitudes del ex presidente Mauricio Macri quien, en la intimidad, deja en claro su intención de tener un “segundo tiempo” en el poder.
La política argentina navega por un mar de mezquindades. “Donde no hay más que una mañosa astucia, necesariamente hay mezquindad. Y decir astutos es decir mediocres” (Víctor Hugo).