El Presidente afronta el desafío de sostener la esperanza social, en medio de un repunte inflacionario, el acuerdo con el FMI y la tensión con el Pro; la guerra Cristina-Kicillof le da un respiro
Las elecciones para la Legislatura porteña se convirtieron en algo personal para Javier Milei desde el momento en que su hermana Karina se convirtió en el blanco recurrente de Mauricio Macri y el Pro. “Vienen por nosotros”, le atribuyen haber dicho en estos días. El gobierno libertario es un sistema de poder fraternal: atacar a un Milei es como golpear al otro.
Parecía escrito en piedra que Milei debía dirimir con Macri el liderazgo de la derecha argentina. El problema para el Presidente es que no pudo elegir la fecha y el lugar de la batalla determinante. El desafío lo encuentra en su momento de mayor endeblez. Su programa económico cruje ante la volatilidad internacional y la inminencia de un ajuste en el régimen cambiario que viene atado al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El Congreso se le rebela después de meses de docilidad e impotencia. La calle se agita, con el impulso de los viejos gremialistas sensibles al calendario electoral.
Milei paga ahora por los gustos del pasado reciente. Desdeñó aliarse con los derrotados de 2023 que hacían cola para ayudarlo. Dio la vuelta olímpica con el partido recién empezado y confundió con adhesión ideológica el apoyo social a las medidas que dieron efecto para bajar la inflación.
La clave de su éxito consistió en recrear un clima de esperanza en una sociedad deprimida. No fueron las Fuerzas del Cielo, a las que invoca a diario, sino la virtud que tuvo de interpretar y satisfacer la abrumadora demanda de estabilidad económica. Los dos proyectos políticos que polarizaron durante casi 20 años la vida pública fueron incapaces de ofrecer una solución duradera.
El triunfo celebrado antes de tiempo atraviesa un otoño de dudas. La tasa de inflación de marzo volvió a subir -y con fuerza- respecto del mes anterior. Abril también arrancó al alza y todavía resta conocer qué pasará en lo sucesivo con el tipo de cambio. La convicción del Presidente y de su ministro de Economía, Luis Caputo, es que pasamos por un bache anecdótico en un proceso de desinflación de largo aliento. Pero el timing no podía ser más incómodo, con la temporada electoral lanzada. Este domingo se vota en Santa Fe y el 18 de mayo es el turno de la ciudad de Buenos Aires.
Desde el discurso antiliberal de Davos y el escándalo inexplicado de $LIBRA, Milei empeoró en la consideración de la opinión pública. Mantiene un núcleo duro de gran fidelidad y un sector que lo apoya aún en la desazón. Son los que lo votaron en el ballottage de 2023 y no aceptan resignarse a otra oportunidad perdida.

El miedo a perder el blindaje de las encuestas es palpable en el círculo de poder libertario. Sin esa coraza, “la casta” se sacude los miedos recientes. La comisión investigadora del caso $LIBRA fue creada esta semana en la Cámara de Diputados con ayuda de bloques y gobernadores que hasta hace poco reaccionaban aterrados a la más mínima presión de la Casa Rosada. La CGT, dividida y todo, volvió a la gimnasia de los paros nacionales. Los primos Macri diseñaron una campaña porteña centrada en denunciar falta de profesionalismo en la gestión de gobierno. El kirchnerismo se mata en la provincia de Buenos Aires, pero se une en el Congreso y en la calle para abrirle nuevos frentes a Milei.
El acuerdo con el FMI abre paso a una segunda fase del programa económico, de resultado aún incierto. Los fastos de la celebración libertaria tapan las sospechas de que en realidad ha sido el resultado de que la primera parte no salió como se esperaba. Era el propio Milei, cuando era un simple comentarista televisivo, quien decía que al Fondo solo van los países “cuando están a punto de explotar”.
Acaso el subconsciente le jugó una mala pasada al Presidente cuando el miércoles en su visita a Paraguay casi se le escapa una mención a “las fuerzas del suelo”, cuando se disponía a hacer la gracia con la que cierra todos sus discursos. La ley de la gravedad es un temor natural entre los líderes a los que se les escurre la magia que los acompaña en el ascenso al poder.

Paranoia
Esas sensaciones vienen acompañadas de una ola de paranoia. Está a la defensiva. En la lista de conspiradores el Gobierno ha puesto a Macri, a Cristina Kirchner, a los radicales. Entran y salen gobernadores de distintos colores. El cortesano Ricardo Lorenzetti pasó de héroe a villano sin escalas, después de aconsejar el fallido plan Lijo.
Hay un ánimo de cruzada en el búnker libertario. Milei se prepara para zambullirse en la campaña porteña a defender la postulación de Manuel Adorni. Derrotar de visitante a los Macri será, a su juicio, el primer paso para aglutinar una fuerza nacional del centro a la derecha con un líder único y definitivo.

Los dardos de Macri a Karina Milei reforzaron la ansiedad presidencial. Quiere ganar para conquistar, no para negociar en condiciones privilegiadas las alianzas sucesivas para las elecciones bonaerenses y las nacionales.
Adorni se ufanó de representar al “hombre nuevo”. Dijo esta semana que el Pro es un Nokia 1100 mientras que La Libertad Avanza es un iPhone 16: “Los dos sirven para hablar por teléfono, el tema es que uno quedó obsoleto”.
Macri, desafiado, se involucra para defender la “utilidad del Pro”. Si Silvia Lospennato superara en votos a Adorni sacudiría el esquema de construcción política de Karina Milei y el rumbo estratégico que traza el asesor Santiago Caputo. Es una incógnita si, en un escenario semejante, el Gobierno se abriría a un pacto racional con el partido amarillo o si, en cambio, se desencadenaría una crisis que impactará en el Presidente en un momento bisagra de su mandato. A las campañas las carga el diablo y es muy probable que en los próximos días se abran heridas difíciles de cerrar.
Visto con perspectiva, el duelo Milei-Macri parece otro episodio de la desconexión de la dirigencia con los votantes que aqueja a la Argentina desde, al menos, la pandemia de coronavirus. Ciudadanos hartos de la política son llamados a dirimir disputas personales entre aquellos que dicen coincidir en las ideas centrales y el rumbo general. Las listas electorales emergen entonces como fruto de la oferta y no de la demanda.
La guerra kirchnerista

Tomás Cuesta
Un ejemplo incluso más acentuado es el que vive el kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires. Nadie consiguió todavía explicar qué diferencia ideológica separa a Cristina Kirchner de Axel Kicillof. Disputan por el poder y punto.
El ministro Andrés “Cuervo” Larroque, exgeneral incondicional del cristinismo, acusó a la expresidenta de tener “de rehén” al gobernador. Se revolean denuncias de “golpe institucional” y de “traición al pueblo trabajador” solo por la nimiedad táctica de fijar una o otra fecha en el calendario electoral.
El espectáculo fue un oasis para Milei. Un kirchnerismo roto podría asfaltarle la ruta a los libertarios hacia una salida victoriosa del pantano bonaerense.
Haría mal en confiarse, eso sí. Cristina Kirchner ya avisó a sus dirigentes leales que no será “obstáculo para la unidad”. Peleados a muerte, pero juntos, sería la consigna. Está en su naturaleza: le aplicará a Kicillof la receta que ya usó contra Alberto Fernández cuando este jugueteó con desafiarla. Bombardearlo. Asediarlo desde sus resortes institucionales y su ascendencia sobre el electorado leal. Y, al fin, ponerlo ante la disyuntiva de rendirse o enfrentarla en las urnas, con el riesgo que eso implica para la estabilidad de su gobierno.
Mauro V. Rizzi
En su momento, Fernández se desinfló hacia una claudicación muy a juego con su presidencia. Kicillof junta fuerzas con intendentes pesados para animarse y desprenderse de cualquier sospecha de ser un dominado.
La opción de mantener las PASO en la provincia para dirimir las diferencias peronistas sigue sobre la mesa. A pesar de la incertidumbre sobre cómo puede terminar una interna entre kirchneristas en el bastión donde se aferran a la última cuota del poder absoluto que supieron ostentar.
Cristina coquetea con bajar de su Olimpo a una modesta postulación a legisladora bonaerense por la Tercera Circunscripción Electoral (sur del conurbano). Si Kicillof no recula, empezará desde ahí un nuevo plan de reconstrucción personal. Elige la cancha: en ese territorio marcado por las carencias, con 5 millones de electores, el kirchnerismo está invicto. Incluso en el balotaje que ganó Milei, la fórmula de Unión por la Patria superó allí el 58% de los votos.
La indignación de Cristina con el antiguo pupilo es proporcional a la fragilidad que la aqueja por la posibilidad de que la Corte Suprema confirme su condena en el caso Vialidad, que trae añadida una inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Esperaba un apoyo unánime para enfrentar esos peligros y garantizarse los fueros que la protegerían de una detención durante al menos 4 años.
La otra espada que pende sobre su cabeza es el proyecto de ficha limpia que tiene en consideración el Senado y que, de aprobarse, impedirá ser candidato a cualquier condenado en dos instancias judiciales por causas de corrupción. Como ella. El primer intento fracasó esta semana.
Entre los rivales de Cristina hay quienes ven en su intento de competir por una banca en La Plata una forma de quitarse de encima la carga de esa hipotética ley. La ficha limpia rige para cargos nacionales, pero no tendría efecto en las elecciones bonaerenses.
Esa interna suburbana es un yunque para las expectativas de una renovación peronista. Cristina se aferra al bastón de mariscal que antes ofrecía a los valientes. Kicillof la desafía, pero sin aportar una mirada alternativa para quienes abandonaron o nunca se subieron al barco kirchnerista. Los gobernadores del interior se repliegan sobre sus territorios. A esperar.

Cancillería
Milei aún tiene a la mano la arcilla con la que moldeó hasta ahora su gobierno. La perplejidad ajena le permitió afianzarse como un centro de poder y sacar adelante lo básico de su agenda.
¿Podrá adaptarse al camino más pedregoso que ahora le toca transitar? El vértigo económico y la presión electoral se entrelazan en el momento en que empieza a jugar su destino en la historia.
Necesita salir airoso de las urnas. Pero incluso si gana tendrá el desafío de la impaciencia. Por muchos votos que obtenga seguirá en minoría en el Congreso y urgido de un dispositivo político que le permita doblegar la crisis de largo aliento que sufre la Argentina. Los días felices de las mayorías anárquicas y azarosas, de los golpes de suerte, de los adversarios asustadizos parecen quedar atrás.
Su única y verdadera batalla cultural consiste en aprobar las reformas de fondo con las que aspira a resetear la Argentina. De lo contrario, un nuevo experimento de liberalismo económico terminaría en frustración, atraído irremediablemente por las fuerzas del suelo.