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Murió a los 95 años el Papa emérito Benedicto XVI, antecesor de Francisco

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Es un caso único en la Iglesia moderna el de Joseph Ratzinger. Fue Papa en dos tiempos bien diferenciados durante 17 años, que se agregan a los 24 años en que fue el número dos de Juan Pablo II como guardián de la ortodoxia, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Murió a los 95 años y fue el pontífice más longevo de siempre. Durante ocho años ejerció los poderes absolutos de los Papas y después de su renuncia fue durante otros nueve años el primer Papa emérito de la lista de 264 pontífices que lo precedieron.

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Contradijo la opinión de san Juan Pablo II que afirmó que no había papas jubilados, que el obispo de Roma en la plenitud de sus poderes “no puede bajarse de la cruz” y debe seguir hasta la muerte. Con su gesto extraordinario, Joseph Ratzinger cambió una tradición fundamental de la Iglesia. Los futuros papas saben que si pierden las fuerzas o la salud deben retirarse siguiendo su ejemplo.

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Ratzinger pasó a la historia con su renuncia al papado, 607 años despues de la forzada dimisión de Gregorio XII en 1415. Muchos creen que es más oportuna la referencia a los 708 años que pasaron desde la renuncia voluntaria del monje Celestino V.

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Varias veces contó que la dimisión fue meditada durante años. Lo dijo en más de una entrevista. Si el Papa no está en condiciones de seguir tiene el derecho pero también el deber de dimitir.

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“La decisión final la tomé en el verano de 2012. La gira apostólica en México y Cuba me había agotado y al año siguiente debía viajar a Río de Janeiro para presidir las Jornadas de la Juventud. Me di cuenta que no podría afrontar la prueba” Había llegado a los 85 años.

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Ratzinger tenía una precaria salud de fierro. Su padre y su hermana María, que vivía con él en los apartamentos pontificios y lo ayudaba a organizar sus tareas, padecían la fragilidad neurológica que les costó la vida.

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El mismo Joseph tuvo en 1991 un derrame cerebral que le hizo perder la vista del ojo izquierdo. También le habían colocado un marcapasos cardíaco. Dos o tres veces pidió a san Juan Pablo II que le permitiera retirarse a su natal Baviera, a sus libros y a descansar. “No, no, siga adelante”, le respondió el Papa polaco que lo consideraba el más indispensable de los colaboradores.“Una sorpresa total”

El anuncio lo hizo Benedicto XVI durante un Consistorio de cardenales para confirmar varias canonizaciones. “Elegí hablar en latín porque lo domino bien, mejor que el italiano”, contó. Fue una sorpresa total. Algunos cardenales no entendieron lo que decía, otros mostraron su rostro asombrado.

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Con precisión alemana tenía todo organizado. También anunció que la fecha de la renuncia sería el 28 de febrero. Eligió el título inexistente de Papa Emérito y había hecho preparar el monasterio de Mater Ecclesiae, en los jardines vaticanos para recibirlo. Faltaba solo el consentimiento de su sucesor, que fue el argentino Jorge Bergoglio, y lo acogió con un afecto caluroso.

Las ganas de retirarse se le habían pasado a Ratzinger cuando en abril de 2005 murió tras una etapa de grandes sufrimientos y 26 años de pontificado el Papa polaco Karol Wojtyla.

También la sucesión estaba minuciosamente organizada. Wojtyla quería que su número dos, con el que mantenía netas coincidencias, lo sucediera. Lo nombró Decano del Sacro Colegio, una figura esencial para muñequear a los 117 cardenales electores. A Roma llegaron 115 y participaron de los dos días de votación en la Capilla Sixtina..

El único rival que alumbró, apoyado por la autoridad del cardenal Carlo María Martini, ya muy enfermo del mal de Parkinson, que era el líder del ala progresista, fue el argentino Jorge Bergoglio.

Dicen que obtuvo 40 votos en la tercera votación, pero el cardenal de Buenos Aires al conocer el resultado en la Capilla Sixtina hizo señales negativas y apuntó el dedo hacia la figura de Ratzinger, pidiendo que lo votaran. Así fue.

En el discurso en la misa Pro Eligendo Romano Pontífice, solo 24 horas antes de ser elegido, el inminente Benedicto XVI renovó su batalla contra el relativismo imperante en la cultura contemporánea.

Su esencia consiste “en dejarse llevar aquí y allá por cualquier viento doctrinario” y aparece “como la única actitud a la altura de los tiempos actuales”. El relativismo se constituye en una dictadura “que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus ganas”.

Era una síntesis de su pensamiento conservador que practicó en sus ocho años al frente de la Iglesia. A los 78 años Ratzinger “representa las líneas más dogmática de la Iglesia, que a menudo chocan con las corrientes liberales que han llegado a acusarlo como inquisidor”.

No le faltaron proyectos de restauración. Era un crítico de la reforma litúrgica introducida por Pablo VI, que transformó la misa en los términos del Concilio Vaticano II. Se mostró contrario al “exceso de novedades” introducios en las misas, que a juicio del nuevo Papa “terminan transformándose en un espectáculo”.

Ratzinger tomó su nombre de Benedetto XV, el genovés Giaomo della Chiesa, (1914-1922), que llamó a la Primera Guerra Mundial “una inútil masacre” e inspiró la reforma del Derecho Canónico en 1917.

En 2009 el pontificado vivió su peor escándalo cuando Benedicto XVI levantó la excomunión a cuatro obispos consagrados por el obispo francés Marcel Lefebvre en junio de 1988, por este gesto y guía de un cisma de un sector de extrema derecha que rechazaba las conclusiones del Concilio Vaticano II.

Entre ellos estaba el británico Richard Williamson, director del seminario lefebvriano del suburbio bonaerense de La Reja, en Argentina.

Williamson era un empedernido pronazi y no ahorró declaraciones a la televisión sueca negando la Shoah, el holocausto de seis millones de judíos. “Las cámaras de gas no existieron nunca”, dijo.

La tormenta por el perdón pontificio a los cuatro obispos lefebvrianos se hizo huracán por la presencia y las declaraciones que no ahorró Williamson.

En Europa hubo rebeliones en varios episcopados, que debilitaron al pontífice.

El segundo escándalo, que fue determinante en la voluntad de Joseph Ratzinger de renunciar al pontificado, estalló en enero 2012 por la difusión de documentos robados por el mayordomo del Papa, Paolo Gabriele, hasta del escritorio de Benedicto XVI.

Contenían información explosiva que involucraban al Vaticano en casos de corrupción. Una investigación interna descubrió chantajes a obispos homosexuales. Nació así el caso VatiLeaks.

El mismo Gabriele filtró los documentos a Gianluigi Nuzzi y otros periodistas. Se proyectó una imagen del Vaticano desastrosa. Semillero de intrigas, con constantes luchas entre facciones.

Trasmitió también la sensación de que el Papa no controlaba la Curia Romana. Benedicto XVI nombró un consejo de tres cardenales encargados de investigar los documentos filtrados en 2012. Los resultados fueron entregados a Ratzinger que cuando renunció se los pasó a Francisco, su sucesor. El contenido del cajón es ultrasecreto y esta guardado a cuatro llaves.

Se especuló bastante que el VatiLeaks contribuyó a la renuncia de Ratzinger en febrero de 2013, lo que sus allegados desmintieron. Pero es probable que el escándalo mayúsculo terminó de convencer a Benedicto XVI que llegaba la hora de dimitir.

Tras la renuncia, el Papa emérito se instaló en el convento de Mater Ecclesiae acompañado por cuatro monjas que lo atendieron hasta el final y por su secretario monseñor Georg Gaenswein.“No hay dos papas”

En estos últimos años Ratzinger sostuvo en todas las entrevistas su lealtad al sucesor argentino y reiteró que “no hay dos papas”. Pero cada tanto abandonó su silencio para publicar algunas entrevistas o compartir un libro.

En todos los casos mantuvo la línea del tradicionalismo dogmático y salió a enfatizar su condena del relativismo. Durante su pontificado escribió una vida de Cristo en tres libros.

Su hermano mayor de tres años, Georg, lo visitó todos los años, pero en 2020 , ciego y con 96 años, los achaques mostraron que no podría hacer más viajes a Roma.

En junio de 2021 llegó la hora de la despedida. Pese a su propio estado precario de salud, Josep Ratzinger viajó cuatro días a Regensburg. El estrés por la enfermedad de Georg, que fue director muchos años del coro de la catedral de Regensburg, le produjo un herpes facial y se temió por su vida. Pero Ratzinger se sobrepuso y regresó a Roma. Georg murió unos días después.

Los pocos que visitaron a Ratzinger dijeron que el Papa emérito se iba lentamente apagando. Ya casi no podía hablar, veía muy mal, las caminatas eran imposibles. “Dios me priva de la palabra para que escuche”, decía.

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