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Murió Carlos Tomba, aviador en Malvinas, condecorado y elogiado por un piloto británico por dominar un Pucará con un ala perforada

Falleció ayer en la ciudad de Mendoza. Cuando estalló la guerra, viajó a las islas para asistir a los Pucará en cuestiones técnicas, pero convenció a sus jefes de pelear. Su última misión y los detalles del mes que pasó como prisionero de los ingleses

carlos alberto tomba
Carlos Alberto Tomba, con su ropa de piloto y sus medallas (Crédito: Captura de Video)

Siempre contaba que su primer cara a cara con la realidad de la guerra había sido el 1 de mayo de 1982 cuando, en un ataque de aviones Harrier a la Base Cóndor en Darwin provocó la muerte del primer teniente Daniel Jukic y de siete suboficiales que lo asistían en el despegue para hacer frente al ataque de una escuadrilla de Harriers. Le impresionó ver los cuerpos de sus camaradas caídos.

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Se trataba del entonces mayor de 36 años Carlos Antonio Tomba, quien había hecho lo imposible por estar en Malvinas, y había viajado sin la autorización de su superior, quien por días lo buscó sin suerte. De Comodoro Rivadavia cruzó a las islas y allí, si bien su rol inicial era de apoyo técnico, se ofreció voluntario para combatir. Integró el plantel de pilotos de aviones IA-58 Pucará, que estaban en la Base Aérea Cóndor en Goose Green.

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Tomba falleció este miércoles. Tenía 78 años y por su desempeño en la guerra había sido condecorado con la medalla “La Nación Argentina al valor en combate”.

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El piloto en la cabina
El piloto en la cabina del Pucará, avión con el que combatió en Malvinas (Crédito: Captura de Video)

La Base Cóndor era una pista de 400 metros sobre turba, desde donde operaban 14 aviones Pucará.

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Participó en media docena de misiones de combate, que consistían fundamentalmente en vuelos rasantes para dificultar las operaciones de los helicópteros ingleses.

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La del 21 de mayo fue la última. Ese día integraba la segunda sección y volaban en una formación llamada “escalonado táctico”, que respeta un espacio suficiente entre máquina y máquina para poder maniobrar en caso de ser necesario.

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Esa formación fue la que impidió que impactase un misil, que pasó entre dos aviones. Procedieron a esconderse en una nube, luego dieron la vuelta por un cerro cuando les ordenaron destruir una posición británica que reglaba el fuego de artillería sobre posiciones argentinas.

Cumplida esa misión, se dirigieron volando a baja altura hacia el Estrecho de San Carlos. Divisaron una fragata, quien les tiró, y los pilotos observaron cómo los proyectiles impactaban en el agua. Eran las once de la mañana.

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Fue cuando vieron dos Harriers volando por arriba de ellos, pero no se habían percatado de un tercero que se puso en la cola del avión de Tomba, quien era el guía de la escuadrilla. De pronto, sintió vibrar la máquina y vió que el ala izquierda estaba agujereada, pero el Pucará continuaba volando.

Nigel Ward, el piloto británico, se maravilló por la forma en que Tomba piloteaba y lograba dominar al Pucará, aún con un ala perforada y con partes del fuselaje que se desprendían.

Una segunda ráfaga hizo que el motor se incendiara, y comprobó que la palanca de mando no le respondía. Volando a cinco metros del suelo, debió eyectarse. En ese instante, el Harrier se alejó.

Los restos del Pucará de
Los restos del Pucará de Tomba, en Malvinas

Solo recordó el instante en que accionó el mecanismo, y volvió en sí cuando caía en paracaídas y la turba amortiguaba el contacto con el suelo.

Permaneció un par de minutos, mientras veía incendiarse lo que quedaba de su avión, que había caído a unos cincuenta metros. Tomó el kit de supervivencia y comenzó a caminar en dirección a la base Cóndor.

Al atardecer llegó a una suerte de refugio de pastor de ovejas, donde pensaba pasar la noche. Casi no tenía abrigo y tenía principio de congelamiento. Debajo del buzo de aviador, solo tenía el pijama que le había dado su esposa.

Las perneras que pudo conservar
Las perneras que pudo conservar Tomba y que hoy se exhiben en el museo de la Fuerza Aérea de Córdoba

Cuando escuchó el ruido característico de un helicóptero Bell, supo que era argentino. Debió disparar dos bengalas para que pudieran verlo. Estaba tripulado por dos oficiales y un suboficial mecánico que habían despegado en una máquina que no podía volar de noche. Habían ido sin autorización, solo para buscarlo.

El 26 de mayo fue tomado prisionero de los británicos cuando cayó Goose Green. Pero la guerra para él no terminaría ahí.

Prisionero hasta el 14 de julio

Tomba fue el integrante del grupo que se autodenominó “Los 12 del Patíbulo”. Oficiales y suboficiales de las tres fuerzas que combatieron y que hasta el 14 de julio de 1982 -un mes después de la rendición- permanecieron prisioneros de los ingleses en la islas.

De Ejército estaba el teniente Carlos Chanampa, los subtenientes José Eduardo Navarro y Jorge Zanela, los sargentos primeros Guillermo Potocsnyak, Vicente Alfredo Flores y José Basilio Rivas y el sargento Miguel Moreno. De la Fuerza Aérea, Tomba, el teniente Hernán Calderón y el alférez Gustavo Enrique Lema. Y por la Armada el capitán de Corbeta Dante Juan Manuel Camiletti y el sargento infante de marina Juan Tomás Carrasco.

El dibujo hecho por Potocsnyak
El dibujo hecho por Potocsnyak : en primer plano, en el centro, Tomba; a la izquierda, Chanampa, Zanela, Navarro, Lema. A la derecha, Camiletti, Calderón, Carrasco, Potocsnyak, Moreno, Rivas y Flores.

Los mantuvieron encerrados en una pieza de dos por tres en el viejo frigorífico de San Carlos. En una de sus paredes tenía incrustada una bomba argentina de 250 kilos, sin explotar. Aún conservaba su paracaídas.

Tomba entonces recordó que por las mañanas, hacían cola para retirar un termo con te y galletitas y como no disponían de jarros, debieron ir a un basural cercano a buscar latas, que lavaban con el agua de mar.

Dormían en el piso, vestidos, acurrucados, hasta con la boina puesta. Pero lo problemático fue el baño. En uno de los rincones de ese reducido espacio, había un tacho de 200 litros cortado al medio. Cuando alguien lo usaba, el resto debía darse vuelta, hasta que pudieron conseguir una manta con la que improvisaron un biombo. Cada tanto, debían llevar el tacho a desagotar su contenido a orillas del mar.

A ninguno de ese grupo les hablaron durante días ni fueron interrogados, lo que les hicieron perder la noción del día y la noche.

Luego de un día y medio sin probar bocado, les llevaron algo de comida, que nunca supieron si era un guiso o una sopa de pollo. Tenían hambre, pero no cubiertos. Fue Tomba el que tomó la delantera: “Yo voy a comer con la mano”, y todos lo imitaron. En una nueva visita al basural, se hicieron de cucharas y de latas.

El piloto mendocino de 36 años era el oficial de mayor graduación, y asumió el liderazgo de ese grupo tan heterogéneo. Su primer tironeo con sus captores fue el de defender sus pertenencias, su casco y las perneras del asiento eyectable. Las lograría conservar junto al famoso pijama. El casco y las perneras se exhiben en el museo de la Fuerza Aérea de Córdoba.

Evocó que los primeros días habían sido los peores. Cuarenta y ocho horas sin agua, y después una lata de paté. Como no sabían lo que pasaría al día siguiente, sólo comían la mitad de su contenido.

Como hablaba inglés fue el interlocutor del grupo y el intérprete con el médico británico que atendió a los heridos argentinos. También negoció quitar de la diminuta habitación el tacho donde hacían sus necesidades y logró cambiar a la hora local el horario de la comida, y no a la inglesa.

Fue Tomba el que vio cajas con misiles con las siglas “USAF”, del ejército norteamericano.

Se preocupó por mantener la mente ocupada, ignoraban lo que ocurría en las islas, y no querían perder energía, ya que solían marearse por la falta de alimentación.

El piloto, contó hace unos años a Infobae, urdió un plan de escape. Creyó encontrar un punto débil en la seguridad y una noche trepó una pared con la intención de perderse en la oscuridad. Un culatazo en la boca lo regresó a la realidad.

Tomba fue el integrante del
Tomba fue el integrante del grupo que se autodenominó “Los 12 del Patíbulo” (Crédito: Captura de Video)

Recuerda haber vivido situaciones risueñas. Era el día 40 como prisionero, estaban en San Carlos y les habían permitido bañarse por primera vez. Los hicieron desnudar, le dieron a cada uno una toalla y les ordenaron correr 200 metros hasta una casilla. Allí, sobre el techo, un inglés les arrojó agua caliente.

En su provincia natal, este brigadier retirado es portador de un apellido ilustre bodeguero. Fue una persona muy querida y contribuyó a escribir una página de entrega y heroísmo a bordo de su Pucará en la guerra del Atlántico Sur, a la que se había jurado estar sí o sí, y que había cumplido con su palabra.

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