Vacunación Dengue

Nadie me va a creer

Son los gestos que reclama la gente que anda a pie, en bicicleta o en ómnibus, que sus líderes hagan lo mismo y den el ejemplo.

Vacunación Dengue

OPINIÓN

Federico Türpe | La Gaceta

Asistencia Pública

Complicado es atravesar puertas automáticas con unos libros en una mano y un vaso plástico con café en la otra. Es lo que intentó hacer el primer ministro Mark Rutte, cuando ingresaba al Palacio de Catshuis, en La Haya.

Movilidad

Como nos ocurre a muchos en esas maniobras difíciles, Rutte acabó derramando el café en el suelo de la sede del gobierno holandés. En realidad, desde el 1 de enero de 2020 -hace cuatro días- ya no se llama más Holanda; ahora es oficialmente Países Bajos, ya que Holanda es el nombre de una región de esa nación.

Digresión aparte, el hecho que llamó la atención internacional es que mientras Rutte se reía de su propia ineptitud, se acercó una mujer del personal de limpieza con un haragán y un estropajo. El jefe de gobierno se lo quitó de buena manera y se puso a limpiar el piso. Luego le pidió un trapo absorbente y de cuclillas terminó de sacarle brillo al cerámico del suelo.

El curioso acto acabó con un espontáneo aplauso de un grupo de empleados de maestranza del edificio, quienes festejaron el gesto de humildad del hombre más poderoso de los Países Bajos, después del rey.

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Esta escena quedó filmada por un testigo con un celular y luego se viralizó por las redes sociales.

No es un hecho aislado el de este hombre.

Un año antes, en octubre de 2017, Rutte ya había llamado la atención del mundo cuando fue a un encuentro con el rey Guillermo en su propia bicicleta, a la que él mismo le puso candado cuando la estacionó en la entrada del palacio real.

Recibió críticas de la oposición política por haber puesto en riesgo su seguridad al romper el protocolo, pero a su vez recibió un abrumador respaldo de la ciudadanía.

Son los gestos que reclama la gente que anda a pie, en bicicleta o en ómnibus, que sus líderes hagan lo mismo y den el ejemplo.

La dignidad viaja en tren

Otro gran ejemplo de humildad y austeridad fue el del ex presidente de Suiza, Didier Burkhalter -Suiza no tiene presidentes pero es un equivalente- quien se hizo conocido por ir a trabajar todos los días en tren.

Cada mañana, Burkhalter, de profesión economista, subía a un vagón en la estación de Neuchâtel, pequeña localidad de 31.000 habitantes donde residía, y viajaba 38 kilómetros hasta Berna, capital de ese país y sede de gobierno.

Las fotos y videos que se difundieron de Burkhalter esperando el tren en la estación o viajando fueron las de un ciudadano más, casi inadvertido para el resto de los viajeros.

Nuestras estrellas de rock

Tan diferente a la cultura de “rock stars” de nuestros gobernantes. Tal el caso del ex presidente Mauricio Macri que utilizaba el helicóptero presidencial para viajar unas cuadras, como cuando fue de Olivos a Belgrano a un acto de campaña, o cuando voló desde Casa Rosada hacia la residencia de Olivos para ver el partido de Argentina-Nigeria en pantalla gigante.

O como Cristina Fernández que se hacía llevar los diarios a la Patagonia en aviones oficiales, lujo que le costó a los argentinos al menos 600.000 pesos.

Lo mismo que el gobernador Juan Manzur que utiliza el avión sanitario, el Cessna Citation Bravo matrícula LV-BEU, previsto para urgencias médicas, para trasladar a funcionarios a los actos proselitistas, como cuando lo usó en septiembre pasado para llevar de Tucumán a Buenos Aires a la intendenta de La Matanza -hoy vice gobernadora de esa provincia- Verónica Magario, y al diputado nacional y hoy intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, entre otros políticos que completaron ese “vuelo sanitario”.

La austeridad viaja en ómnibus

Volviendo a la otra punta de la escala de valores humanos, encontramos a Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, quien a veces se traslada él y su gabinete en colectivo a la Casa de Gobierno de Otawa.

Si bien al principio recibió algunas críticas de la prensa más opositora a su gobierno, principalmente por la imagen de estudiantina que le daba al gabinete y por cierto aire demagógico en la medida, la defensa de Trudeau fue simple y contundente: así viaja la mayoría de los canadienses, ocupando menos espacio, contaminando menos y, sobre todo, gastando menos, lo que importa más cuando es dinero del pueblo.

La realeza viaja en taxi

En junio de 2008, un grupo de periodistas argentinos participábamos del congreso anual de la Asociación Mundial de Periódicos (WAN, por sus siglas en inglés), que ese año tenía como sede a Gotemburgo, Suecia.

Fumábamos un cigarrillo en las escalinatas del enorme centro de convenciones, aguardando el inicio de la ceremonia inaugural.

En un momento se detuvo un taxi, a pocos metros de donde estábamos, descendió un hombre y recién abajo le pagó al taxista por la ventanilla del auto.

Era el rey de Suecia, Carlos XVI Gustavo, quien venía a presidir la importante apertura de un congreso que congregaba a más de 2.000 propietarios de medios, editores y periodistas de todo el mundo.

El rey había volado desde Estocolmo, solo, y en el aeropuerto de Gotemburgo había tomado un taxi para ir al congreso.

Recuerdo que alguien dijo, “si contamos lo que acabamos de ver, en Argentina nadie nos va a creer”.

Ni siquiera había tomado un remise con vidrios polarizados; el rey viajaba solo en un taxi común y corriente.

Camionetas de 100.000 dólares

Esta absurda y dolorosa paradoja que se plantea entre países ricos administrados por funcionarios austeros y humildes, y países pobres, como Argentina, gobernados por estrellas de rock que no van ni al baño sin guardaespaldas, es lo que subrayó en octubre de 2017 el entonces embajador de los Países Bajos en Panamá, Dirk Janssen.

“El primer ministro Mark Rutte llegando al Palacio Real en su limusina (bicicleta) para informar al Rey sobre la formación del nuevo gobierno”, ironizó en Twitter Janssen, junto con una foto de Rutte entrando en bici al palacio.

Esta publicación causó gran revuelo en Panamá, a favor del diplomático, ya que la hizo en el medio de un escándalo por la compra de cinco camionetas Toyota Prado, de 100.000 dólares cada una, que pretendía efectuar el Parlamento panameño para cinco diputados.

¿Será por esto que la pobreza en Panamá alcanza casi al 50% de la población? ¿Alguien duda que no existe una relación directa entre la riqueza y los lujos de la dirigencia y las carencias de la gente?

Una realidad de pasmosa desigualdad que se repite en todos lados, pero demasiado en Latinoamérica, África y gran parte de Asia.

De Estados Unidos a Uruguay

Toda regla tiene sus excepciones. La parafernalia y la opulencia con la que se mueve Donald Trump en la primera potencia del mundo es muy diferente del estilo que exhibió el demócrata Jimmy Carter, que presidió EEUU entre el 77 y el 81.

No es sólo un factor de países y culturas, sino también de personas y las distintas educaciones que recibieron.

Carter hoy mantiene la coherencia respecto de la austeridad que lo caracterizó toda su vida y está considerado uno de los presidentes más pobres en su retiro de los Estados Unidos.

Carter va a hacer las compras él mismo al almacén del barrio, bebe vino barato, viaja en clase turista y la casa donde vive, en una zona rural de Georgia, fue construida por él mismo, en 1961.

En la otra punta del continente, el ex presidente José Mujica, “Pepe”, como le llama la gente, puso al Uruguay en lo más alto del altruismo mundial.

Apodado en Europa como “el presidente más pobre del mundo”, Mujica donaba el 90% de su sueldo como mandatario, nunca tuvo choferes ni viajó en primera clase y lleva un nivel de vida similar al de un jubilado argentino de clase media.

Todo pobre detenta su dirigente rico

Camionetas lujosas como las que pretendían comprar los diputados panameños hay varias en la cochera de la Legislatura tucumana, incluso mejores.

En la guardería del subsuelo, no en la que está a la vista de todos, en la superficie.

Lo que seguro es muy difícil de encontrar en el estacionamiento legislativo tucumano es una bicicleta. Ni en Casa de Gobierno, ni en la mayoría de las intendencias y concejos deliberantes.

Ni siquiera en los sindicatos, donde varios usan autos con chofer, viven en barrios privados y practican deportes de élites.

Es casi como si al alcance de la mano tuviéramos la respuesta a todos los problemas endémicos de los argentinos: en lugares donde la mitad de la sociedad es pobre, los defensores de los trabajadores tienen choferes, custodios y vuelan en primera clase, y los gobernantes y los jueces cobran sueldos y jubilaciones de privilegio; mientras, donde la pobreza casi no existe, los reyes andan en taxi y los presidentes en ómnibus, en tren o en bicicleta.

No me van a creer, pero no hay mucha más vuelta que darle al asunto.

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