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Para superar los retrocesos en la reducción de la pobreza, las naciones deben trabajar en conjunto en pos de una recuperación resiliente

Durante casi 25 años, la pobreza extrema se mantuvo en una tendencia decreciente. Ahora, por primera vez en el transcurso de una generación, está incrementándose

pobreza extrema
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M’Balu Tucker, de 17 años, ya era pobre antes de la pandemia. Vive en Sierra Leona, país que sale de un conflicto, en una aldea que tiene una sola escuela primaria y un solo grifo de agua, ambos insuficientes para todos los pobladores. No hay electricidad y los caminos no están pavimentados.

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La joven sueña con continuar sus estudios, mudarse a la ciudad y algún día trabajar en un banco para poder ayudar a su familia, su aldea y su país. Sin embargo, sus padres, que se ganan la vida como campesinos, muchas veces no tienen el dinero para pagar el arancel de la escuela sin sacar un préstamo.

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Un proyecto puesto en marcha para responder a la pandemia ha cambiado su suerte.

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Tucker integra el grupo de mujeres jóvenes que participa de un proyecto con el que se enseña a fabricar y vender jabón, financiado por la Corporación Financiera Internacional (IFC) (i), institución miembro del Grupo Banco Mundial, y ejecutado por el grupo confesional World Hope (i). La fabricación de jabón no solo contribuye a proteger a las comunidades del coronavirus, sino que también constituye una fuente de ingresos para quienes están más expuestos al riesgo de padecer penurias económicas.

Todos los días, ella y sus compañeras de trabajo se reúnen para acordar los planes sobre lo que van a fabricar y qué harán con el dinero que ganen.

“Antes de este proyecto, no podíamos ganar este dinero”, afirmó. En cambio, ahora puede pagar el arancel de su escuela e incluso comprar libros.

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El deseo de Tucker de lograr un futuro mejor para ella y su comunidad es compartido por millones de personas pobres de todo el mundo. Pero hoy enfrentan una combinación de problemas sin precedentes.

La COVID-19, los conflictos y los impactos climáticos cambiarán el perfil de los pobres en el mundo

Durante casi 25 años, la pobreza extrema se mantuvo en una tendencia decreciente. Ahora, por primera vez en el transcurso de una generación, está incrementándose. Esto se debe principalmente a los serios desafíos —COVID-19, conflictos y cambio climático— que enfrentan todos los países, pero particularmente aquellos con una numerosa población pobre. Se prevé que el aumento de la pobreza extrema de 2019 a 2020 será el más importante de todo el período desde que el Banco Mundial comenzó a hacer un seguimiento a nivel mundial de forma sistemática. Si bien la COVID-19 es un nuevo obstáculo, los conflictos y el cambio climático han ido incrementando la pobreza extrema durante años.

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En un nuevo informe del Banco Mundial titulado La pobreza y la prosperidad compartida 2020: Un cambio de suerte se analizan los factores que ponen en peligro la reducción de la pobreza y se ofrecen recomendaciones para atravesar este terreno delicado.

El número de personas extremadamente pobres ha caído de manera pronunciada, de 1900 millones de personas en 1990 a 689 millones en 2017. La pobreza extrema mundial disminuyó, en promedio, 1 punto porcentual al año entre 1990 y 2015, pero esta tasa bajó a menos de medio punto porcentual por año entre 2015 y 2017.

Las principales causas de esta desaceleración han sido evidentes durante algún tiempo, pero sus efectos ahora se ven amplificados por la COVID-19.

Los más pobres son al mismo tiempo los más perjudicados por los conflictos violentos. Estas situaciones destruyen sus medios de subsistencia y desalientan las nuevas inversiones en sus comunidades. Por ejemplo, las tasas de pobreza extrema prácticamente se duplicaron entre 2015 y 2018 en Oriente Medio y Norte de África, impulsadas por los conflictos en Siria y Yemen.

En su forma más extrema, la violencia puede conducir a guerras que destruyen vidas, hogares, bienes y recursos naturales, y suelen dejar secuelas que tardan años en sanar.

El cambio climático, que continúa siendo una amenaza para la reducción de la pobreza, se intensificará en los próximos años. En el marco de los nuevos análisis realizados para este informe, se prevé que El cambio climático es una amenaza particularmente grave para los países de África al sur del Sahara y Asia meridional, las regiones donde se concentra la mayor parte de la población pobre. Los impactos del cambio climático también pueden incluir aumentos del precio de los alimentos, deterioro de las condiciones de salud y exposición a desastres naturales, como las inundaciones, que afectan tanto a los pobres como a la población en general.

La pandemia aumentará la pobreza entre los grupos que se habían visto menos afectados

El impacto de la enfermedad sobre la reducción de la pobreza será rápido y contundente. Tan solo en 2020, esta pandemia podría aumentar drásticamente la cantidad de personas que viven en la pobreza extrema; el incremento, de hecho, podría ser de entre 88 millones y 115 millones. El nuevo virus está trastocando todo, desde la vida cotidiana hasta el comercio internacional. Los más pobres son los que sufren la mayor incidencia de la enfermedad y presentan las tasas de mortalidad más elevadas del mundo.

“Esto significa que los niños no irán a la escuela, que las tasas de mortalidad pueden verse afectadas, al igual que las de malnutrición y la calidad del agua y muchos otros indicadores”, señaló Axel van Trotsenburg, director gerente de Operaciones del Banco Mundial, durante las Reuniones Anuales de 2020, celebradas el mes pasado. “Ya estamos viendo estos efectos en los datos de salud y educación. Este tema nos preocupa y nos ocupa, y estamos dispuestos a trabajar más arduamente que nunca para abordar este desafío”.

La pobreza causada por la COVID-19 está avanzando en poblaciones donde sus efectos eran relativamente menores. A diferencia de los pobres crónicos, Los países de ingreso mediano, como India y Nigeria, podrían albergar al 75 % de los nuevos pobres.

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Se necesitan con urgencia medidas de política significativas y sustanciales

La COVID-19, los conflictos y el cambio climático generarán enormes costos humanos y económicos. El informe Poverty and Shared Prosperity 2020 (La pobreza y la prosperidad compartida 2020) muestra que

Este momento de crisis es extraordinario. Ninguna otra enfermedad se había transformado en una amenaza mundial tan rápido como la COVID-19. Nunca una proporción tan elevada de las personas más pobres del mundo había vivido en territorios y países afectados por conflictos. Los cambios en los patrones climáticos mundiales inducidos por la actividad humana no tienen precedentes.

“Imploramos y buscamos ayuda”, dijo Tucker. El modo en que el mundo responda hoy a estos graves desafíos tendrá una influencia directa en la posibilidad de contrarrestar los actuales reveses en la reducción de la pobreza a nivel mundial y determinará si millones de personas como Tucker, su familia y sus vecinos tendrán la oportunidad de alcanzar su potencial y sus aspiraciones.

La prioridad principal e inmediata en todas las regiones debe ser salvar vidas y restaurar los medios de subsistencia. Algunas de las políticas necesarias para lograr esto ya se están aplicando, como los sistemas de protección social. Por ejemplo, Brasil e Indonesia han ampliado los programas de transferencias monetarias existentes.

El Grupo Banco Mundial ayuda a los países en sus esfuerzos por salvar vidas y medios de subsistencia a corto plazo y por garantizar una recuperación resiliente a mediano y largo plazo. La institución ha incrementado el apoyo que brinda a regiones donde la pobreza extrema se concentra cada vez más, donde los conflictos armados prevalecen de manera desproporcionada y donde grandes poblaciones enfrentan graves riesgos vinculados al cambio climático, que incluyen desde inundaciones hasta plagas de langostas.

“Estamos abordando un sinnúmero de problemas urgentes, entre ellos la asistencia alimentaria, la conectividad digital y el acceso equitativo a medios de diagnóstico, tratamientos y vacunas para la COVID-19”, afirmó David Malpass, presidente del Grupo Banco Mundial. “Más allá de las respuestas inmediatas a la pandemia, los encargados de formular políticas deben permanecer atentos a los desafíos de desarrollo más amplios”.

Las medidas de emergencia y el desarrollo a largo plazo pueden ser una fuente de enseñanzas

Si bien abordar la COVID-19 es fundamental, los países también deben continuar generando soluciones para los obstáculos tradicionales a la reducción de la pobreza.

En el informe Poverty and Shared Prosperity 2020  (La pobreza y la prosperidad compartida 2020) se ofrecen recomendaciones para un enfoque complementario de dos frentes: responder eficazmente a la crisis urgente a corto plazo y continuar centrando la atención en los problemas de desarrollo de base, como los conflictos y el cambio climático.

1. Cerrar la brecha entre las aspiraciones y los logros en materia de políticas

Muy a menudo se produce una gran brecha entre las políticas formuladas y los logros en la práctica; lo mismo se replica entre lo que debidamente esperan los ciudadanos y lo que experimentan a diario.

Las aspiraciones normativas pueden ser loables, pero habitualmente se observa una diferencia considerable respecto de la medida en que pueden implementarse y los grupos que se benefician con ellas. Por ejemplo, a nivel local, los grupos que tienen menos influencia en una comunidad podrían no llegar a tener acceso a servicios básicos. A nivel mundial, las cuestiones de economía política se verán reflejadas en el nivel de acceso a los suministros mundiales de equipos médicos que obtengan las naciones ricas y las pobres. Es fundamental plantear estrategias de implementación que puedan responder de forma rápida y flexible para cerrar estas brechas.

2. Ampliar el aprendizaje y mejorar los datos

Aún no se sabe mucho sobre el nuevo coronavirus. La velocidad y la escala con la que ha afectado al mundo han sobrepasado los sistemas de respuesta, tanto en países ricos como pobres. Las respuestas innovadoras a menudo llegan de manos de comunidades y empresas, que pueden tener una idea más concreta de los problemas a los que debería darse prioridad y suelen gozar de mayor legitimidad a nivel local para transmitir y hacer cumplir decisiones difíciles, como el requisito de quedarse en casa. Mientras más rápido aprendamos unos de otros, más útiles serán las medidas.

Por ejemplo, la respuesta de la República de Corea a la COVID-19, ampliamente reconocida, se ha atribuido en parte a esfuerzos intencionales por aprender de la “dolorosa experiencia” de respuesta al coronavirus del síndrome respiratorio de Oriente Medio en 2015.

3. Invertir en preparación y prevención

“Pague ahora o pague después” puede ser un cliché, pero en la situación actual es evidente que el mundo está aprendiendo de nuevo la lección, y de la peor manera. Las medidas de prevención suelen tener una baja recompensa política: se otorga poco crédito a los desastres que se evitaron. Con el tiempo, las poblaciones que no han experimentado este tipo de adversidades pueden volverse autocomplacientes y pensar que los riesgos se han eliminado o son fáciles de abordar.

La COVID-19, junto con el cambio climático y los conflictos extendidos, son un recordatorio de la importancia de invertir en medidas de preparación y prevención de forma integral y proactiva.

4. Ampliar la cooperación y la coordinación

Para contribuir a los bienes públicos y mantenerlos, se necesita una amplia cooperación y coordinación. Esto es fundamental para promover un aprendizaje amplio y mejorar las bases de la formulación de políticas a partir de datos, y también para generar un sentido de solidaridad compartida durante las crisis y garantizar que las difíciles decisiones normativas que toman las autoridades sean confiables y seguras.

Por último, como parte de una respuesta eficaz, se debe empezar por reconocer los elementos que hacen que estos desafíos no solo sean diferentes y difíciles, sino también tan severos para los pobres. Si no se actúa en todos los ámbitos y con urgencia, se generarán desafíos aún mayores en el futuro. Además de abordar estas alteraciones en el presente, se debe dedicar constante atención al programa de desarrollo en curso, que implica promover el crecimiento inclusivo, invertir en el capital humano y en activos productivos y protegerlos, si es que los países quieren sostener la reducción de la pobreza.

No obstante, detener y deshacer este tremendo cambio de suerte planteado por la COVID-19 es necesario y posible. Se ha hecho en el pasado, con lo que en su época se consideraban desafíos insuperables —erradicar la viruela, poner fin a la Segunda Guerra Mundial, cerrar el agujero en la capa de ozono—, y se podrá volver a hacer.

Ningún país puede, por sí solo, controlar adecuadamente, ni menos aún prevenir, el tipo de emergencia que el mundo está experimentando hoy en día. En el futuro, la preparación, la prevención y las respuestas a las crisis deberán tener carácter mundial y colaborativo. Revertir incluso un giro dramático de los acontecimientos como el que estamos observando con la COVID-19 es posible. Se ha hecho muchas veces en el pasado y volverá a hacerse. A fin de abordar los desafíos del desarrollo, sean grandes o pequeños, el mundo debe comprometerse a trabajar urgentemente en conjunto de modo de lograr una recuperación resiliente y garantizar que no se escatimen esfuerzos para ayudar a millones de personas como Tucker y los habitantes de su aldea.

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