“Mi gran error con el sindicalismo fue no meter a La Cámpora en la CGT”. La reflexión salió de boca de Cristina Kirchner en una reunión con un puñado de dirigentes después de terminar su mandato en 2015. La afirmación quedó grabada a fuego en la memoria de quienes la escucharon y hoy la utilizan para explicar la reconfiguración del mapa del poder gremial y la dinámica de las discusiones salariales.
El conflicto con el Sindicato Único de Trabajadores del Neumático Argentino (Sutna) refleja la incomodidad del kirchnerismo con la CGT y el Gobierno, del que paradójicamente son parte. Hubieran preferido estar del otro lado del mostrador.
“Cayó mal el apoyo a la patronal”, reconoce un referente K que participó de encuentros en los que se discutió solidarizarse con la protesta. Hasta La Cámpora evaluó emitir un comunicado, después de la amenaza de Sergio Massa de abrir las importaciones si no levantaban el bloqueo de las plantas.
El kirchnerismo pide la cabeza de Claudio Moroni desde hace tiempo. De hecho, ya estaba en la famosa lista de “funcionarios que no funcionan”. El amigo de Alberto Fernández sobrevivió aunque en su entorno deslizan que su renuncia está a disposición. Si no se ha corrido, hasta ahora, es por el respaldo de la CGT.
Se trata de un apoyo en defensa propia porque los sectores de “los Gordos” y “los independientes” están convencidos de que la vicepresidenta quiere en esa butaca a alguien de su paladar, como Mariano Recalde. Solo pensar en esa posibilidad les da urticaria.
En la central obrera interpretan que mientras crecía la pelea con el Sutna se concretaba en paralelo una ofensiva del kirchnerismo. Pablo Moyano es quien refleja las posiciones políticas de Máximo Kirchner en la CGT.
Le cuesta al hijo de la vicepresidenta acumular casilleros. Lo intentó en noviembre del año pasado, cuando se renovaron autoridades. En ese momento, intervino para que Walter Correa, del sindicato de curtidores, integrara el triunvirato o fuera secretario gremial. No lo consiguió. Correa es hoy ministro de Trabajo de Axel Kicillof, finalmente obtuvo un premio mayor.
También el jefe de La Cámpora impulsó a Sergio Palazzo, de bancarios, en algún lugar destacado, y no terminó siquiera siendo parte del consejo directivo.
Cristina y Máximo tejieron con Pablo Moyano, que sí se quedó con una silla, una alianza táctica. Después de dejar trascender su enojo por no hacer sido invitado a una cena a Olivos con los otros secretarios generales -Héctor Daer y Carlos Acuña-, el camionero tuvo su asado en la quinta presidencial. Le trasmitió al Presidente deseos calcados a los de su vice: una suma fija para todos y mayor intervención del Estado para controlar a las empresas alimenticias.
No salió de esa comida con onda pacífica. “Si no nos hacen una propuesta seria, el paro de los trabajadores del neumático va a ser un poroto”, advirtió ayer. Se reabre la paritaria con los transportistas y pretende un acuerdo mejor incluso que el que cerró Palazzo, el favorito de Cristina. Hay una competencia solapada entre los sindicalistas por cosechar el aumento más grande en un contexto de altísima inflación.
Pablo Moyano actuó de intermediario con Alejandro Crespo, líder de los neumáticos, devenido en nueva estrella del Polo Obrero. Es llamativa su manera de entablar nexos con el trotskismo, como cuando llevó a Eduardo Belliboni a Azopardo.
Existe un histórico rechazo del sindicalismo peronista conservador con la izquierda que se expresa, por ejemplo, en la negativa de la CGT para que el Sutna se adhiera a la central. “Es una cuestión metodológica, ideológica y de estilo de representación”, explicó un dirigente.
El “Salvaje”, apodo que Pablo ganó por su modus operandi, crece con la confrontación. Hugo, el verdadero jefe del clan familiar, hace otro juego pero no tiene capacidad de control sobre su hijo.
En la Casa Rosada ven con preocupación el último trimestre del año. El recalentamiento de las discusiones salariales y la movilización callejera por más planes llegaron para quedarse. Cristina Kirchner pidió públicamente un bono para indigentes, algo en lo que se había comprometido con Juan Grabois, de extremado bajo perfil hace una semana.
Massa deberá cumplir con ese requerimiento, pero en todo caso será un paliativo para un segmento limitado. No se sabe cuán generosa será esa prestación, pero la encrucijada del ministro de Economía será quedar bien con los movimientos sociales o con el FMI.
En los últimos días, volvieron versiones de cambios en el gabinete. “Alberto no va a entregar a Moroni”, arriesga un ministro, a pesar de los antecedentes del Presidente, que ha soltado varias manos amigas. El funcionario quedó muy debilitado por haber estirado la solución del conflicto a un punto dramático y eso lo deja mal posicionado para las próximas negociaciones. Para peor, si hay dudas sobre su continuidad en el cargo.