Los expedientes de casos penales son una fuente inagotable de datos que permiten conocer a los imputados aunque jamás se los haya visto en la vida. En los de las investigaciones de homicidios, además de la autopsia, se puede leer una descripción de la escena del crimen. Hay planos y, con un poco de imaginación, hasta se logra reconstruir el lugar donde fue hallado el cadáver. Pero también se podrá bucear en la historia familiar del asesinado y en las costumbres del asesino.
En las investigaciones por enriquecimiento ilícito quedará al descubierto el sistema de testaferros y de cuentas en el exterior montado para intentar disimular el aumento patrimonial del imputado. Y también se podrán conocer ciertos hábitos y preferencias de la persona investigada ya que en los peritajes contables aparecen, por ejemplo, las compras que hizo en el supermercado durante años. Tomaba vino Malbec, consumía productos bajas calorías, compraba alimentos para gatos y aprovechaba el 2×1 en detergentes.
Una declaración indagatoria asentada en un expediente puede dejar al descubierto una estrategia de defensa. Como sucedió en el caso de los acusados de una serie de ilícitos cometidos en el PAMI en el que todos los sospechosos culpaban por las maniobras a un integrante del directorio de la obra social de los jubilados. El señalado, ignoto e irrelevante en la toma de decisiones, había muerto unos meses antes de que comenzara la ronda de las indagatorias. La idea era incriminar al hombre que había fallecido. Los jueces no les creyeron.
En los casos de trata de personas, en los que las mujeres son explotadas por organizaciones integradas por gente agresiva e impiadosa, la lectura del expediente deja al descubierto modos de sojuzgamiento y encierro propios de la época de la esclavitud. El secuestro de los documentos, la obligatoriedad de entregar parte de lo recaudado al que maneja el lugar y la violencia física como forma de amedrentamiento quedan reflejadas en cada una de las declaraciones testimoniales de las explotadas.
En los casos de abuso sexual, el relato de las víctimas -que queda grabado en el expediente- suele ser demoledor. Además de la descripción de hechos aberrantes, también se leen allí las características de las condiciones de vida tanto de víctimas como de victimarios.
El martes pasado José Alperovich fue procesado por el juez de Instrucción de la Capital Osvaldo Rappa en la causa en la que intervienen los fiscales Mariela Labozzetta y Santiago Vismara. La noticia del procesamiento se conoció el miércoles.
El procesamiento fue dictado por “abuso sexual simple reiterado en tres oportunidades” (dos de esos casos, en tentativa). El juez además lo procesó por “abuso sexual agravado por haber sido con acceso carnal” en seis oportunidades y consideró que los hechos habían sido cometidos “mediando abuso de poder y autoridad” lo que “por sus circunstancias y tiempo de duración le ocasionaron a la víctima un sometimiento sexual ultrajante”.
Sobre el contenido de aquella resolución del juez y los hechos que dieron lugar al procesamiento ya se publicó una nota bien detallada en Infobae -que accedió al documento judicial- al día siguiente de que se hiciera pública la decisión.
En el procesamiento de José Alperovich, gobernador de Tucumán entre 2003 y 2015 por el peronismo -aunque de origen radical- y luego senador nacional, se puede leer por qué se lo responsabiliza del delito de abuso sexual, pero no sólo eso. En sus 414 páginas también se muestra la forma en que se ejerce el poder, se usan los recursos públicos y cómo se administran algunos jurisdicciones de la Argentina. De eso habla esta nota.
La información que contiene una resolución judicial de esta índole puede ser una pequeña ventana que da hacia la intimidad de los que mandan. Permite observar a los que son amos y señores de un territorio. No importa si el territorio queda en el Norte o en el Sur, o si los nombres y apellidos de los que gobiernan o se imprimen en las boletas electorales son de tal o cual partido. Se sospecha que buena parte de los que ocupan posiciones de poder viven de un modo muy diferente a aquellos que los votan. Y en el procesamiento de Rappa contra Alperovich hay sustento para esa hipótesis.
La mujer violada por Alperovich -hija de un primo hermano del ex gobernador- describió en su declaración un estilo de vida opulento en una provincia pobre como Tucumán, una modalidad de trabajo basada en el abuso del poder tanto en el trato de los empleados como en el uso de los fondos públicos, una actitud grosera y pedante, un manejo del dinero para la compra de voluntades.
Ella se desempeñaba como asistente personal de Alperovich, manejaba la agenda diaria, coordinaba reuniones y visitas; registraba todos los pedidos de trabajo que le hacían a uno de los dueños de la política tucumana. Los relatos de las situaciones provienen de alguien con acceso a la mesa chica de uno de los poderosos tucumanos.
Alperovich tenía dos casas en la capital provincial. Ambas enormes y, por su suntuosidad, contrastantes con las de los barrios humildes de Tucumán. Y también tenía una casa en las afueras que, según explicaba, le “alquilaba” a una familia muy vinculada a los negocios provinciales.
Como si esto fuera poco, Alperovich tenía también dos departamentos en Puerto Madero. Uno situado al lado del otro en uno de los edificios de mayor categoría, en una de las zonas más lujosas de la Ciudad de Buenos Aires: Zencity. En uno de los departamentos se instalaba Alperovich y en el lindero, los colaboradores que lo acompañaban en sus viajes desde su provincia a la Capital, sede del Senado de la Nación.
Cuando se trasladaba entre su provincia y la capital, Alperovich –junto a su círculo más cercano- no hacía el trayecto de 1300 kilómetros en auto ni en micro; ni siquiera en avión de línea. Viajaban en aviones pequeños de la Provincia.
Al hospedarse en su refugio de Puerto Madero, no tenía nada por lo que preocuparse. La secretaria porteña de Alperovich -una persona diferente a quien lo asistía en Tucumán- le dejaba comida lista en la heladera del departamento situado en la Torre Zafiro del edificio Zencity. Alperovich ni siquiera debía usar su celular para pedir delivery para sus cenas. Tenía a mano lo que necesitaba porque una empleada del Senado de la Nación lo había llevado hacia el lugar en el que el tucumano pasaba las noches. Por las mañanas se ponía su jogging y salía a caminar por el lujoso Puerto Madero, lejos de los barrios carenciados de San Miguel de Tucumán.
Luego de las caminatas comenzaba su actividad porteña. En uno de los días que fueron descriptos por la víctima para poner en contexto uno de los abusos, Alperovich fue en su auto con chofer a una reunión en el Centro Azucarero Argentino. Luego se dirigió a la city porteña para hablar con uno de los banqueros más importantes del país de sus finanzas personales. En medio de esos dos trámites, según contó la víctima, Alperovich le entregó a ella un fajo de billetes para que se comprara un vestido en un shopping al que fue llevada por el chofer. Ella no lo hizo y le devolvió el dinero, aclaró.
El ex gobernador, siempre de acuerdo a lo relatado en el expediente, tomaba -allá por 2018- 30 pastillas diarias por diversos problemas de salud. De la administración de los remedios se ocupaban los choferes que tenían una planilla de Excel en la que figuraba el horario en el que Alperovich debía ingerir cada medicamento. Es decir que los choferes, además de manejar el auto en el que se trasladaba el ex gobernador, se ocupaban de darle la medicación a su jefe.
En el procesamiento, la víctima explica que, luego de que se conociera la denuncia por abuso, hubo contactos entre la familia de Alperovich y la suya. La mujer contó que el ex gobernador llamó a un primo y le ofreció una solución monetaria para evitar que el caso penal creciera. También quedó asentado en la declaración que contemporáneamente con la oferta que hizo Alperovich, su hija -amiga de la víctima-intentó llamar al primo del ex senador y padre de la denunciante para que intercediera. El yerno de Alperovich hizo gestiones en el mismo sentido. Todos fracasaron. El poder del dinero -que en el caso de la familia Alperovich es mucho- no surtió efecto en esa oportunidad.
Según consta en el procesamiento, al declarar en indagatoria, Alperovich utilizó la misma estrategia que casi todos los imputados por abuso sexual. Dijo que la víctima había mentido y culpó a un entramado político tucumano del armado de la acusación en su contra. Habló de su “honor mancillado”.
Alperovich dijo que sus abogados defensores le habían dicho -en virtud de su experiencia en materia penal- algo que sucede en casos de abuso sexual: “Que se había comprobado que muchas mujeres mienten por distintas circunstancias: venganza, revancha, intereses espurios, odio, conveniencia, búsqueda de protagonismo, intentos de obtener ventajas económicas y otros oscuros designios”.
Además de arrogarse un rol superior en el vínculo –la víctima contó que él le decía que ella estaba segura a su lado y que trabajando para él podía sentir y ver el poder que detentaba, no solo en la Provincia de Tucumán sino en el país, y que debía valorar que él hubiese decidido tenerla a su lado trabajando como su asistente personal-, uno de los argumentos que Alperovich utilizó para intentar desestimar los argumentos en su contra fue que se trataba de una persona de suma confianza y tenía múltiples tareas que desempeñaba sin problemas.
Justamente, una de esas asignaciones muestra otra de las características de la prebenda política extendida por todo el país. Dijo Alperovich que le había ordenado a su contador que le diera a la víctima la plata que ella pidiera para repartirla entre los dirigentes involucrados en la campaña electoral de 2017. El hombre poderoso y millonario que reparte dinero entre sus filas aparece también en el perfil de Alperovich que se puede reconstruir a partir de los retazos que muestra la fría letra del procesamiento.
En esas descripciones, además, asoma un hombre grosero, tanto en su discurso como en su conducta. Se cuenta que no tenía pruritos en hacer chistes de mal gusto o comentarios subidos de tono delante de quien fuera. Podía estar rodeado de asistentes, custodios, choferes y amigos sin que eso evitara que dijera por ejemplo ante una mujer que le pedía una foto, frases como “querés chapar conmigo, culiar conmigo”. En el relato de la víctima también se señala que Alperovich la manoseaba a la vista de sus colaboradores. El grosero había pasado, tal como lo describe la víctima, a la instancia de abusador.
En el procesamiento de Alperovich no aparece ninguna referencia a millonarios depósitos resguardados en un paraíso fiscal con arenas blancas caribeñas. Es el único detalle que falta para completar el perfil imaginado por los guionistas de cine y series que quieran contar la historia de un poderoso señor feudal de una pequeña provincia de un país de América Latina, procesado por abuso sexual.