Ayer se conoció el dato de la inflación correspondiente al mes pasado y la suba de precios generalizada que corresponde a la primera mitad de este año signado por la pandemia mundial de coronavirus. Como es harto sabido, fue del 2,2% en junio y de 13,6% durante el primer semestre, al tiempo que acumuló un 42,8% en los últimos 12 meses, es decir, en la comparación interanual. Sin embargo, hasta aquí, son números que no dicen mucho.
El tema pasa por lo que hay detrás de la inflación y por qué existe preocupación de cara a lo que vendrá. Y es que la suba de precios había comenzado a desacelerarse en abril, que fue el primer mes completo de aislamiento social, ya que la cuarentena comenzó a mediados de marzo. El porcentaje no fue superior al 1,5% y se repitió en el mes de mayo. Pero el guarismo se revirtió en junio y no puede ser explicado por el levantamiento de la cuarentena.
Porque, si bien es cierto que en varias partes del país el aislamiento social comenzó a levantarse, lo cierto es que no existió ni existe una demanda tal que traccione una actividad económica que amerite aumento de la inflación. Más todavía, cuando en el área metropolitana de Buenos Aires rige una cuarentena tan estricta como al principio. Recordemos que en Capital Federal se ubica el corazón de los bienes y servicios y en el Conurbano la mayoría de la poca industria nacional.
Al mismo tiempo, rigen los llamados precios cuidados como una suerte de control o factor de contención. ¿Entonces cómo se explica que la inflación empiece a subir nuevamente? Por un lado, los empresarios venían advirtiendo que no podían continuar sosteniendo los mismos precios que al inicio de la pandemia a causa de los incrementos de costos registrados. Y esto tiene, a su vez, una explicación clásica de la estructura económica argentina.
Se trata del movimiento que registró el tipo de cambio en los últimos meses. Y es que, de forma imperceptible, el dólar oficial ha ido apreciándose de tal forma que, aunque no se note, implica una devaluación de hecho de la moneda local. Además, el dólar blue trepó fuertemente entre abril y mayo para recién frenar su escalada en el mercado paralelo en el mes pasado. Pero, aun así, mantiene una brecha del 50% respecto del valor oficial convalidado por el Banco Central.
De cara al futuro, el panorama se vuelve más incierto debido a que la emisión monetaria no hace más que echar combustible al fuego de la suba de precios. El real peligro radica en el hecho de que el excedente monetario no pueda ser absorbido a media que se vaya dejando atrás la pandemia. En ese caso, el frente cambiario comenzaría a complicarse generando presión sobre el tipo de cambio a tono con la velocidad en aumento con la que crezca la circulación del dinero. Entonces, el viejo fantasma de la devaluación volverá a acecharnos y ya sabemos lo que eso implicaría. Se verían afectados todos aquellos que perciben ingresos en pesos, es decir, la inmensa mayoría de los argentinos. Con el agravante de tener que ajustar la maquinita para que la inflación no degenere a una hiperinflación, todo en el marco de un contexto signado por un estancamiento de la actividad y una recesión económica que se profundizó por la pandemia.