Cristina Kirchner volvió a decir con claridad que no será candidata este año. El anuncio, dedicado a cortar los pedidos de los dirigentes del kirchnerismo para que encabece la boleta oficialista, tiene un efecto inmediato inocultable para el Frente de Todos, pero, sobre todo, está destinado a tener consecuencias más perdurables, incluso en el resto del sistema político y, especialmente si se corroboran las previsiones que indican que el oficialismo será derrotado.
Por eso, la pregunta no es qué hará Cristina desde ahora hasta la elección, sino qué piensa hacer después de la elección. ¿Qué poder tendría Cristina en la oposición? Es imposible conocer la respuesta a esa pregunta sin conocer el resultado de la votación de octubre, pero el kirchnerismo está embarcado en conseguir, como cualquiera puede suponer, una plataforma lo más amplia posible para que el aterrizaje de regreso al llano sea grato.
Para poder mantener ese proyecto, Cristina Kirchner necesita conseguir un candidato a presidente lo más competitivo posible. Aunque crea que no puede ganar, sí necesita que ese postulante impulse las listas legislativas. En Buenos Aires -el distrito donde el kirchnerismo consigue la mayor cantidad de votos- se elegirán este año 35 diputados nacionales y los tres senadores nacionales.
Es un número determinante para cualquier sector político que quiera gobernar o hacer una oposición con capacidad de incidir en la agenda, y por eso mismo debilita la idea de Axel Kicillof de desdoblar las elecciones generales provinciales del comicio nacional. Separar las dos votaciones no sólo significaría admitir que la pelea por la Presidencia está perdida: también implicaría mandar al muere a los candidatos a senadores o diputados nacionales.
Cristina encadenará en estos días un período extremadamente comunicativo si se toma en cuenta el estilo minimalista que abrazó desde que dejó la presidencia en 2015. Publicó una carta el martes, dio una entrevista ayer jueves y dará un discurso el jueves próximo en la Plaza de Mayo, en un acto convocado para recordar los 20 años de la elección que terminó llevando a Néstor Kirchner a la Casa Rosada en 2003.
Su idea es dejar en claro que, aún sin encabezar una boleta, se dedicará a clavar los guardarrails entre los que deberá circular el kirchnerismo en los próximos años. El gobierno del Frente de Todos desorientó a varios en ese aspecto, porque nunca formuló un proyecto comprensible, pero sí se respetó un vector inoxidable: las decisiones estratégicas quedaron en manos de Cristina Kirchner.
En sus apariciones, Cristina se dedica también a hablar del intento de asesinato que sufrió frente a su casa de la Recoleta. Esa investigación judicial dejó en claro que ese gravísimo atentado fallido fue cometido por un grupo de marginales sin conexiones con la política, y menos aún con partidos que compiten en elecciones.
La vicepresidenta, cuyo discurso necesita en forma permanente el combustible de la épica, no acepta esa explicación y busca sacarle jugo a ese suceso. Su problema es que lo dice en soledad: casi ningún político habla de eso, simplemente porque a la sociedad el tema dejó de importarle, o ya le importa muy poco.
