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¿Se acaba la ilusión económica de Sergio Massa?

La falta de recursos que nos llevará a aumentar la emisión y recalentar los precios, y los dólares parecen ser una combinación de factores que implican que la misión de llegar a las elecciones sin sobresaltos tal vez no sea tan sencilla.

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El ministro de Economía, Sergio Massa
Descacharreo

Poco parece haber durado la omnipotencia que transmitió Sergio Massa al momento de su asunción algunos meses atrás. Las inconsistencias comienzan a pasar factura. La desidia y la imprudencia en materia económica están evidenciando fuertemente los problemas estructurales que tiene la economía argentina. Los dólares se despiertan después de algunas semanas que reposaban sobre cierto manto de calma.

Además, la deuda en pesos se ha transformado en un problema que ya se avizora con nitidez en el horizonte cercano y el clima social parece no dar tregua en un fin de año que tendrá la espectacularidad de tener el barco a la deriva en tanto ingresamos sin pausa en un año electoral que será clave para el destino económico y político del país. Desde que conocimos el “dólar soja” entendimos que se disparaban algunas cuestiones elementales.

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Es decir, los dólares que se iban a liquidar gracias a ese inventivo en el tipo de cambio no sería otra cosa que un mero adelanto de liquidación (dólares que tendremos hoy, pero que dejaremos de tener mañana), que esa diferencia iba a generar una emisión monetaria en exceso (durante septiembre, el mes en el cuál operó el “dólar soja” fue el mes con mayor emisión del viegente año)

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Y por último nos dejaría la conclusión de que nadie más liquidaría sus granos pensando que en algún momento una nueva versión del “dólar soja” resurgiría de entre las cenizas para intentar nuevamente incentivar al campo a que proceda a liquidar sus stocks remanentes. Y como estamos acostumbrados parece que una vez más hemos vuelto a nuestro punto de partida: un BCRA sin dólares y una nueva versión “soja” que parece estar a punto de nacer.

Nada es consistente. El Banco Central detiene su drenaje de reservas y la única solución que parece haberle encontrado el gobierno esta sangría de dólares es la de seguirnos endeudando: ampliación del swap con China y préstamos del BID que apenas alcanzan para cubrir el equivalente a una semana de caída de reservas. La situación es crítica y nadie parece estar tomando nota.

Mientras tanto empieza a preocupar la deuda en pesos que debe afrontar el Tesoro Nacional: buena parte de la misma vence antes de las elecciones del año que viene. El gobierno ha intentado que el mercado le dé un nuevo voto de confianza al equipo económico: intentó canjear bonos anticipadamente con el objetivo de lograr evitar grandes vencimientos durante los meses de noviembre y diciembre y poder afrontarlos algunos meses más adelante.

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Sin embargo, el resultado ha sido lapidario: apenas logró que ingresen a la refinanciación únicamente aquellos bonos que estaban en manos del propio Estado. Además de los vencimientos, el Ministerio de Economía necesita otros 500.000 millones de pesos para cubrir sus gastos hasta fin de año sin tener que recurrir a la máquina de hacer billetes. Hasta aquí el mercado no parece estar dispuesto a financiar las necesidades del Tesoro.

El panorama es preocupante. En el medio de la tormenta, lo inevitable: los dólares comienzan a tomar velocidad. El más atrasado en la fila de las cotizaciones era el libre. Su avance de estos días tampoco puede sorprender a nadie: en lo que va del año la cotización del billete informal se incrementó un 50% cuando la inflación acumulada en ese mismo período ha sido de prácticamente el 80%. Además, el “dólar Qatar” ya coquetea con los 345 pesos por dólar, por lo que no parece haber razones para que la cotización del libre no siga su firme camino alcista.

Una deuda en pesos insostenible, la falta de recursos que nos llevará a aumentar la emisión monetaria y recalentar aún más los índices inflacionarios, y los dólares que no están dispuestos a aparecer ante tanta regulación y cotizaciones oficiales ridículas, parecen ser una combinación de factores que implican que la misión de llegar a las elecciones sin sobresaltos tal vez no sea tan sencilla como muchos creían que sería. Lo cierto es que todo está por verse en un país que parece estar dejando de funcionar.

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