El ciclo populista está agotado en la Argentina. Las contradicciones del modelo ya son imposibles de ocultar y están empujando el país a una crisis de proporciones insondables. En condiciones normales, la oposición debería ganar las próximas elecciones presidenciales, obteniendo mayorías propias en ambas cámaras. La gran pregunta es si JXC estará a la altura del desafío que le espera.
Cada vez más, las discusiones en el interior de la colación opositora se ordenan en torno a una puja ficticia entre “halcones” y “palomas”. Los nombres los pusieron los analistas, pero los dirigentes se apropiaron rápidamente de ellos. Se supone que las palomas cultivan la moderación, la prudencia y la construcción de consensos. No creen que sea buena idea impulsar cambios drásticos, sino que apuestan a transformaciones modestas capaces de atraer apoyos a ambos lados de la grieta.
La negociación y el diálogo son sus banderas. Por contraste, los halcones serían idealistas inflexibles que quieren impulsar reformas estructurales a cualquier precio y sin realizar concesiones al statu-quo. Creen que la dramática situación del país ya no admite experimentos gradualistas y sostienen que el diálogo con el populismo y las corporaciones son una trampa, una pérdida de tiempo o una claudicación. Cambiar la Argentina o perecer en el intento, ese sería su lema.
Lamentablemente, esta manera de concebir las opciones es engañosa y explica la desorientación de la colación opositora y su creciente desconexión con el electorado. Negarse a construir consensos amplios a través del diálogo democrático es un error para cualquier gobierno y conduce al jacobinismo. Sin embargo, la vocación dialoguista es una mera forma, y las formas no puede adquirir prioridad por sobre los contenidos ni reemplazarlos: los consensos genuinos no se forjan en el aire sino en base a programas concretos.
Son esos programas los que ordenan el diálogo y los que fijan los límites de lo negociable. Por eso, cuando no viene acompañada de definiciones, la exaltación del diálogo se reduce a puro marketing electoral. Es más una promesa de continuidad dirigida a la clase política que una hoja de ruta efectiva. Pero, además, la dicotomía entre halcones y palomas distorsiona profundamente la discusión sobre el contenido del plan que la oposición necesita.
En la narrativa dominante, la coordenada del centro queda asociada a la indefinición y el conservadurismo, bajo el supuesto de que reivindicar abiertamente los valores del progreso, la modernización y la economía social de mercado es recaer en un extremo ideológico sectario y divisivo. Pero en las democracias avanzadas, incluidas las tan celebradas socialdemocracias nórdicas, ese es precisamente el programa del centro y los moderados.
Mientras la oposición interprete su situación con categorías equivocadas seguirá a la deriva y se volverá incapaz de contener y canalizar el descontento, fomentando el crecimiento de las opciones antisistema.