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Se quedó sin trabajo y sin poder pagar más el alquiler: se fue a vivir a un camión en el medio de la ciudad

Marcelo tuvo que adelantar sus planes de “vivir en un hogar rodante” cuando en plena pandemia perdió su empleo y no pudo sostener el costo del alquiler, situación que enfrentan cada vez más familias

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Descacharreo

A simple vista es un colectivo Mercedes Benz 911 modelo 62, pero por dentro es una pequeña casa en la que cocinan, comen, se bañan y duermen hace casi un año, Marcelo Cácharo (57) con su hijo Lucas (34), un joven con problemas de salud mental. Se estacionaron en Av. Patricias Argentinas 208, en el barrio porteño de Caballito; un punto estratégico. “Acá hay conexión de electricidad y dos tomas de agua: tengo luz y agua, con eso estoy”, asegura Marcelo.

Al comienzo de la pandemia, como tantas otras personas, perdió el trabajo –era camionero– y con la indemnización se compró el furgón. Lo armaron y acondicionaron: dejaron el alquiler que era cada vez más costoso y difícil de sostener y se aventuraron a vivir en la “casa rodante”.

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Los resultados del Segundo Censo Popular de Personas en Situación de Calle en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires de 2019 mostraron que el principal motivo por el cual la gente terminó en situación de calle fue justamente la pérdida de empleo, que las dejó sin ingresos para poder pagar el alquiler, situación que se agravó los últimos meses. Según una encuesta que hicieron el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (IDAES), en el AMBA el 66.6% de los hogares inquilinos tuvo menos ingresos y el 42.3% tiene deudas de alquiler.

El furgón tiene seis metros de largo por 2,30 de ancho. Lograron poner dos camas, una pequeña cocina en la que pueden prepararse la comida, un baño químico en el medio y algunos muebles para guardar la ropa. “Al principio teníamos miedo, era nuestra primera experiencia en un furgón y en la calle”, relata Marcelo, y dice algo que repetirá varias veces: “Lo único que quiero es que Lucas esté bien y cómodo”.

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Se quedó sin trabajo, no pudo pagar más el alquiler y se fue a vivir a un  camión - LA NACION

El viento suave mueve las hojas, el sol está presente pero no logra calentar las calles. La taza negra, larga lentamente el vapor; cada tanto Marcelo toma un sorbo del café. Sentado en una silla, abrigado y con guantes, juguetea con Reina –una perra que encontraron en la calle y la adoptaron–. La pasea todas las mañanas por las 12 hectáreas de vegetación del Parque Centenario, su patio trasero.

—¿Cuánto cuestan los libros? —pregunta una chica que se frena a mirar todo lo expuesto.

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—Esos libros no tienen valor. Lo que vos quieras pagar, está bien. Me los donaron, por eso no les pongo precio —dice Marcelo.

—Genial, más tarde paso.

De 8 a 17 horas el “furgón-casa” se convierte en un local de compraventa de todo tipo de objetos usados y nuevos: bicicletas, libros, cassettes, palos de selfie, discos, bidones de agua, sacos de boxeo, rollers y hasta juguetes. “A las 8 de la mañana empiezo a sacar las cosas, termino de armar el puesto y me siento acá a tomar un café y leer un libro”, habla con voz suave y pausada.

Prende un sahumerio. Compra por Internet los productos, tiene un celular y todas las noches antes de dormir “pesca” alguna que otra cosa para revender.

Se quedó sin trabajo, no pudo pagar más el alquiler y se fue a vivir a un  camión – TodoPilar

Marcelo se las rebusca vendiendo artículos de segunda mano

“Por estacionar un colectivo acá no me pueden decir nada, pero sé que estoy en falta al colocar un puesto y vender cosas. La idea es siempre trabajar tranquilo y respetar los derechos y obligaciones que tengo al estar acá”, dice y añade: “Con lo que se vende comemos y estamos bien. No le hacemos mal a nadie”.

Algunos loros parlotean en las ramas; los patos nadan igual que los peces, en el lago artificial que está en el centro del parque.La preocupación de un padre

Lucas cursó hasta segundo año de la secundaria. Su padre cuenta que es de levantarse temprano, no importa si hace frío o calor. Se la pasa leyendo y mirando películas, no es muy conversador, y desde temprana edad tiene trastornos de salud mental. “Si Lucas no está medicado no puede vivir. Imagínate que a cualquier persona normal le afectaría esta situación, bueno, a él lo afecta diez veces más. Tuvo varios episodios de intentos de suicidio”, relata con angustia Marcelo. Habla de su hijo con los ojos llenos de emociones.

Los medicamentos los consiguen en el Centro de Salud Mental Dr. Ameghino. Antes de la pandemia, el joven participaba en los Centros de Día, ahora no están funcionando. “El Ameghino fue el único lugar donde le dieron bola, después no encontramos nada por ningún lado. Entonces, la situación es compleja, pero por suerte él está bien. Cada tanto sale a caminar, cuando no hay tanta gente, le cuesta un poco. Tengo fe de que vamos a seguir adelante”, sostiene Marcelo.

“Los inicios fueron complicados, pero yo siempre le dije a Lucas: el furgón es para dormir, la vida está afuera. No mendigamos, me la rebusco todos los días”, subraya Marcelo, y cuenta emocionado: “Este mes empiezo a cobrar la jubilación, si Dios quiere, después de 34 años de aportes”. Cuando llueve, Marcelo cuenta que se meten adentro y miran películas, se relajan tomando café o mates. “Este colectivo es un búnker –asegura–, no hay posibilidad que nadie entre. Estamos seguros”.

Marcelo es el menor de tres hermanos. Nació en Glew, los padres fallecieron jóvenes. Terminó la primaria, pero tiene la secundaria incompleta. No tiene mucho contacto con sus hermanos. Aparte de Lucas, tiene una hija (36) que es docente y madre soltera de un niño, que vive sola. Marcelo se encuentra cada tanto con su nieto. “Mi nieto siempre quiere venir a la ‘casabus” del abuelo”, recuerda sonriendo. Marcelo crió solo a sus hijos y tiene poco contacto con la madre de los jóvenes.

Vivir sobre ruedas era una idea que Marcelo tenía para “algún futuro”, pero con la pandemia y sin trabajo no tuvo otra que meter sus cosas adentro de la casarodante y estacionarse en el Parque Centenario: “Le dije a Lucas que íbamos a vivir en la calle y que eso iba a ser duro”. No imaginó que iba a ser tan abrupto. “Yo estoy bien pero no quiero esto para Lucas, quiero algo mejor para su futuro’’, subraya.

Hace unas semanas, el Gobierno porteño realizó un nuevo censo del que todavía no hay resultados. Según el último de 2019, había 1147 personas viviendo en las calles de la Ciudad, mientras que las organizaciones hablaban de más de 7000. Por eso, y ante un desacuerdo para realizar este año un relevamiento conjunto, la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), el CELS y Proyecto 7, entre otras organizaciones, confirmaron que próximamente realizarán un Tercer Censo Popular de Personas en Situación de Calle.

Marcelo cuenta su historia, acaricia a Reina y saluda a los que pasan. Luego, prende otro sahumerio y acomoda los libros. Cada tanto arranca el furgón, toma el volante, pero hace casi un año que no pisa el acelerador. A simple vista sigue pareciendo un colectivo, pero ahora es el “hogar” de Marcelo y Lucas. La taza negra quedó vacía.

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