¿Cómo? ¿Qué estamos viendo? ¿Qué es esto de cuadras y cuadras de colas de jubilados en la calle, cerquita uno de otro -demasiado cerquita-, en medio del #Quedateencasa y en la primera mañana fría del otoño argentino?
Es la conspiración de la Triple C: Coronavirus, Cuarentena y Cronómetro.
El Gobierno venía llevando bastante bien las variables de las dos primeras, pero la tercera, la que mide el tiempo, empieza a volverse una complicación.
Este viernes es el día 15 de cuarentena obligada -comenzó oficialmente el viernes 20 de marzo- y el tiempo empieza a apretar, porque el tiempo de las planificaciones le está dando paso al de las realidades: para cobrar hay que ir al banco o al cajero.
En los cajeros estuvo faltando plata (la semana pasada la Policía porteña paraba colectivos con gente que llegaba del conurbano a buscar cajeros automáticos detrás de la General Paz) y en los bancos está sobrando gente que espera.
Sobre todo gente mayor, la misma que hasta anoche cuidábamos en aislamiento absoluto al punto de evitarles peligros latentes como salidas a hacer mandados -siempre y cuando alguien de la familia pudiera hacerlo por ellos- o visitas de los hijos o de los nietos.
Ayer no podían besar a los nietos y hoy están en la calle haciendo largas colas junto a desconocidos.
Ayer los hijos les dejaron los remedios en la puerta, tras tocarles el timbre y “escapar” para evitar la tentación del contacto que la razón desaconseja pero el alma pide, y esta mañana algunos los fueron a buscar para acompañarlos a cobrar al banco y dejarlos en las largas colas hasta que les toque, justo en el día en que algunos científicos dicen que el virus podría durar más tiempo en el aire que lo que se pensaba.
Esas paradojas suman angustia a la cuarentena.
Información dura: el promedio de edad de los fallecidos por el coronavirus en la Argentina es de 67 años y medio.
Es posible que esta realidad de en qué quedamos vaya asomando con más fuerza en los días que vienen, en esta puja inevitable de aislamiento obligatorio con economía moribunda. La flexibilización de esa obligatoriedad para ciertos rubros debería ser planificada y precisa: ¿qué significa, exactamente, que ahora pueden circular quienes realicen “tareas esenciales de mantenimiento”?
La realidad económica y el tiempo que pasa lo vienen pidiendo a gritos, pero el trabajador de mantenimiento va pasando de casa en casa haciendo sus tareas siendo a la vez víctima o victimario de un contagio presunto. ¿Y la realidad sanitaria? ¿Cuándo se flexibilizó, que no nos enteramos?
Si quienes volvemos de la calle a casa ponemos la ropa y los zapatos en bolsas para resguardar a la familia enclaustrada, ¿qué haremos con el plomero que ahora puede venir a destapar el baño? ¿Hay que habilitarle un lugar para que se cambie? ¿Él traerá ropa para cambiarse antes y después de hacer su tarea?
“Estamos planificando una salida (de la cuarentena) gradual, escalonada, cuidadosa, siempre protegiendo a los mayores de 60 años, a las personas que tienen condiciones de riesgo”, dijo este mismo viernes Carla Vizzotti, secretaria de Acceso a la Salud del ministerio, mientras los jubilados esperaban en las calles, demasiado cerca unos de otros.
Si esto es porque los cálculos del pico de contagio son ahora más optimistas que hace 15 días, el Gobierno debería decirlo con todas las letras. Si no es así, permitir otra vez la circulación de personas por lugares públicos (los bancos) o privados (las casas, donde trabaja la gente de mantenimiento) contradice la esencia primordial del esfuerzo colectivo.
A ese esfuerzo también le corre el cronómetro.