Cristina Kirchner ha puesto en marcha un operativo de desgaste sobre la figura de Sergio Massa. Como lo hizo exitosamente con Martín Guzmán (éxito relativo para ella y derrota para el ex ministro de Economía), la Vicepresidenta le adjudica el perjuicio de la inflación galopante al ministro. La primera advertencia fue hace diez días, cuando aparecieron los números de pobreza del segundo trimestre del año.
Doctorado desde hace mucho tiempo como equilibrista político, Massa recurrió una vez más a la maniobra que mejor domina. Improvisar medidas de corto plazo para intentar capitalizarlas políticamente a su favor, mientras sus adversarios creen (en este caso, Cristina aparenta creer), que está siguiendo sus consejos, sus advertencias o sus instrucciones. Un Massa en su salsa. El nudo troncal de la maniobra de Massa es el congelamiento de precios.
Públicamente, el ministro ha dicho que no cree en esa herramienta perimida. Pero no salió a enfrentarla a Cristina, ni mucho menos. En la entrevista radial del domingo anunció que va a poner en marcha un sistema de “precios justos”. Ni los precios cuidados, marca Guzmán, ni los congelados, que vienen con la etiqueta de Cristina y (como los vinos añejos) el sello de reserva de los años ‘70 y ‘80 que espanta a los empresarios.
A eso, le agregó el anuncio de otra suba del piso del Impuesto a las Ganancias, ahora hasta $ 330.000, un clásico que Sergio Massa juega desde que era el pibe de los Kirchner en la Anses, a mediados de los 2000. Una actualización necesaria que corre siempre por detrás de la inflación, pero que genera una franja de los empleados de clase media la sensación de mejora de los ingresos familiares.
Claro que la más marketinera de las medidas es el regreso de los créditos para comprar en muchas cuotas teléfonos celulares, aparatos de aire acondicionado y televisores de más de 50 pulgadas. Un programa que comenzaría a implementarse a fin de mes, justo cuando empiecen a encenderse las expectativas del sueño argentino en el Mundial de Qatar. Podrá parecerles a los incautos, pero nada es casualidad en el planeta Sergio Massa.
Hay unas cuántas velas empeñadas a la suerte de Messi. Lo que muestran, básicamente, estas medidas direccionadas a tratar de calentar el consumo, es que Massa ha tenido que dar por terminada la primavera del ajuste con el que inició su gestión y que le sirvió como carta de presentación en Washington. El FMI ya se ha resignado a aceptar que los números del déficit fiscal no mejorarán hasta 2024.
Y la propia Kristalina Georgieva teatralizó un reto al ministro en los pasillos del Fondo porque su cuello es el que está en juego si la Argentina se desbarranca una vez más. Habrá que ver qué pasa en las próximas semanas. Como resuelve Massa el ritmo de la emisión monetaria con la inflación que no cede, y la quita de los subsidios a las tarifas de electricidad, gas y agua, otra de las promesas al FMI que ha quedado en un limbo metodológico.
Y de la que Cristina no quiere oír ni hablar ahora que empiezan a calentarse las pistas del baile electoral. La gran incógnita en el peronismo es quien será el que se beneficie si estas medidas llegan a tener algún éxito en bajar la inflación y reactivar el consumo. Con la espada de Damocles de la condena judicial sobre su cabeza, Cristina no descarta la posibilidad de ser candidata a senadora en Buenos Aires para tener los fueros parlamentarios como protección imprescindible.
Cristina sabe que, aunque Massa diga que hoy es el plomero del Titanic, el ministro esperará al año próximo a que las encuestas determinen que ella no tendría chances de ganar para proponerse él mismo como candidato inevitable de un peronismo contra las cuerdas. En este peronismo que baila sobre la cubierta inflacionaria del Titanic, Cristina y Massa se necesitan. Por ahora, y solo por ahora, se refugian en la ecuación borgeana. No los une el amor, sino el espanto.