En diálogo con TN, Mariana Gómez Badía, contó cómo llegó a encontrar en sus antepasados, las respuestas a las preguntas y conflictos que la atormentaron desde niña. “Con las constelaciones familiares sané un gran dolor y encontré un propósito”, dijo.
Un duro golpe en su niñez alteró todas las fichas del tablero y cambió el rumbo de su vida. Mariana Gómez Badía tenía nueve años y un hermano de tres cuando su mamá se suicidó. Su padre pronto, tomaría otro camino y se alejaría del par de hermanos que, de un momento a otro, se quedaron a cargo de sus abuelos. “Mi infancia fue un poco compleja”, adelanta varios años después a TN, en una larga charla en la que repasa su vida y cuenta cómo las constelaciones familiares no solo llegaron para curar su dolor, sino también, como un propósito de vida para ayudar a otros.
Y mal no le fue. Pisando los 40 años, Mariana pudo sacar fortaleza del dolor y colecciona logros, de esos que cargan cicatrices y valen doble. Estudió, progresó y sanó. Se convirtió en coach sistémica y terapeuta en regresiones. Escribió dos libros (“Sana quien insiste” y “Romper el ciclo: cómo desatar los nudos invisibles que boicotean tu vida”, este último best seller) y en su cuenta de Instagram ya la siguen casi 400 mil personas. Desde sus rondas de constelaciones familiares ayuda a sanar, pero también lo hace ella, al ritmo del principio que rezan: “Sana uno, sanamos todos”.
El camino no fue sencillo y lo desanda su protagonista. “A diferencia de otros niños, a mí me tocó transitar una situación difícil en mi familia y no se hablaba como ahora de salud mental, entonces tuve que ir rearmando sola, como un rompecabezas, para terminar de conocer mi historia. Además, había arrancado con problemas de obesidad y en el colegio me sentía como el bicho raro, me hacían bullying, pero tampoco se hablaba de eso”, explica sobre aquellos tiempos de su niñez, en los años noventa.
“Mis abuelos nos cuidaban a mi hermano y a mí, eran muy buenos, pero nos dejaban hacer un poco lo que queríamos, así que nunca me resonó de ir y decir ‘che, me están diciendo todo esto en el colegio’. Era tan grave lo que había pasado con mi mamá y tan doloroso, que una parte mía decía: ‘¿vos vas a traer esto encima?’, así que lo transité sola”, explica.
La mochila era pesada y la llegada de la adolescencia y la adultez acentuaron aún más el dolor. Mariana llegó a pesar 120 kilos y no conseguía trabajo. “Era complejo porque te veían entrar y ya había una mirada de ‘no vas a quedar en el puesto’, sobre todo si era de administrativa o de estar en contacto con el público”, explica. Entonces consiguió trabajo entre cuatro paredes y fue telemarketing. También llegó a repartir folletos de viajes de egresados y con una amiga salieron a la calle a vender todas las cosas que tenían, o las que iban consiguiendo. “Había que sobrevivir como se podía, fue la etapa más compleja”, dice quien también recogió cartones de la calle para ganar algunos pesos.
¿Por qué a mí?
Fue una etapa compleja, como cuenta Mariana, pero también determinante para su vida, en la que entendió que todo iba a depender de ella. Fue así que el poco dinero que juntaba por día, lo invertía en capacitaciones de todo tipo que le dieran herramientas para futuros trabajos e incluso respuestas a las malas experiencias de su vida.
“Yo era una buscadora, pero desde un lugar muy de la queja, muy del ‘¿por qué a mí?’ o ‘¿qué hice yo para tener este cuerpo?’. Estaba refugiada en esa queja, en ese dolor que me generaba la obesidad y bien de escorpiana a los 18 años arranco una búsqueda un poco más espiritual que me fue llevando por muchos caminos”, explica y en ese proceso, pasó por todos los recovecos.
A los 12 años ya tiraba las cartas de Tarot por herencia de su bisabuela paterna. Luego arrancó su formación como instructora de reiki, meditación, coach vocal, registros akáshicos y un taller de aromaterapia que le abrió las puertas a su pasión actual. “La profesora dijo que se venía un taller de constelaciones familiares y sin saber qué es eso, le dije que me anote. Fue un impulso, un llamado. Encontrarme con esta herramienta fue un antes y un después que me permitió empezar a mirarme desde un lugar más protagonista”, recuerda y asegura que el día que salió de la primera clase, entendió que ese era su destino y que si una sola clase había sido tan reveladora, la formación completa la ayudaría aún más.
“Salí muy sorprendida, porque yo fui a trabajar lo que creía que era lo peor para mí, el peor dolor en mi vida, que era la obesidad y en esa constelación pude darme cuenta de que, en realidad, lo que más me dolía no era eso, sino que la obesidad estaba tapando literalmente un dolor mucho más profundo que era el suicidio de mi mamá y como yo lo había vivido, que tenía que ver con el abandono de una mamá que de repente se fue y con un papá que tomó distancia, haciendo lo que pudo”, explica.
Con el velo corrido de sus ojos, Mariana tuvo que tomar otra decisión: “Uno se da cuenta de que el síntoma viene a mostrar otra cosa y tuve que elegir si me adentraba en ese dolor tan profundo de la infancia o si seguía echándole la culpa a la obesidad. Cuando se van iluminando esas partes dolorosas, las vas tratando y ves que hay más claridad, tenés otra conciencia y te podés parar distinto en la vida, entonces ya no estás buscando culpables todo el tiempo. Podés asumir que sos responsable de tu realidad, reconocer qué te duele y trabajar para sanarlo y avanzar”.
De profesión, consteladora
“Recibí un regalo y lo quiero entregar”, asegura. Y se apura a aclarar: “Las constelaciones no reemplazan la terapia. Yo voy al psicólogo desde los 9 años e incluso quería ser psicóloga, pasé por diferentes procesos, pero en una sesión me hacían volver a mis cuatro años para ver qué había pasado con tal tema y tenés que recurrir mucho a la mente que te cuenta un relato de supervivencia. Y en la constelación no hay relato, sino que se presenta lo que tiene que ser mirado y que por ahí está muy guardado en nuestro inconsciente, pero una vez que aparece te invita a mirarlo y tenés que aceptar si lo querés trabajar o si te querés seguir escapando y culpando a los demás”.
“En mi caso, cuando llegué a ese taller, creí que tenía que perdonar a mi mamá por su decisión y a mi papá por desentenderse. Así lo creía la niña enojada que buscaba culpables todo el tiempo. Pero entendí que mi desafío era aceptar una decisión que no tenía que ver conmigo, que yo no era la culpable, que no tenía que castigarme por eso, que mi papá tampoco era el culpable, sino que había algo en la experiencia que mi mamá tenía que transitar en la historia familiar que en ese momento no se sabía y que yo me puse a hurgar, y fue abrazar su decisión, su destino, y que en definitiva es lo que hace que yo hoy esté acá sentada”, asegura.
¿Qué es lo que te duele hoy en la vida?
“¿Y qué es lo que estás haciendo para lograr un cambio?”, suma Gómez Badia. La invitación es cambiar la mirada, tomar conciencia y desde un nuevo ojo observador, elegir hacer algo diferente desde el lugar de protagonista que todos tenemos en la vida.
¿Cómo lograrlo? La especialista da la respuesta: “Con las constelaciones familiares podemos ir a nuestro interior a mirar y abrir un proceso de sanación sobre cualquier dinámica que hoy no nos permita vivir con plenitud, con felicidad. Eso puede ser un síntoma físico, por ejemplo, el insomnio, la ansiedad, la obesidad, pero también puede ser un conflicto de pareja, la infertilidad, no encontrar un trabajo o no encontrar el trabajo que siempre deseé, entonces acá hay una propuesta: reconocer que hay un problema, asumir que uno es parte de ese problema, pero también es parte de la solución y que depende de uno mismo crear algo diferente hacia adelante”.