
La hora de la siesta en Roma suele ser tranquila. Pero este viernes, al pie de la Basílica de San Pedro, la escena fue otra: un mediodía denso, cargado de emoción, calor y empujones. Es el último día para despedir al papa Francisco antes del funeral oficial de mañana, y la multitud que se agolpa para ingresar al templo supera todo lo visto en las jornadas anteriores.
Desde temprano se intuía que el día sería intenso, pero el pico de afluencia llegó pasadas las 14, justo después del almuerzo. En ese momento, la fila que serpentea desde la plaza hasta la entrada principal comenzó a desbordarse. La tensión creció: empujones, discusiones, gente que intenta colarse, otras personas que se descompensan o entran en crisis de nervios. Nada grave, todavía, pero todo sugiere que la situación podría escalar.
Los voluntarios vaticanos y las fuerzas de seguridad repiten una y otra vez las mismas dos palabras: paciencia y cortesía. Son la consigna que tratan de imponer ante una multitud abrumada por la espera, el calor y la emoción de un adiós que ya es histórico.

La gran preocupación ahora es que, si la presión no cede, las autoridades se vean obligadas a cerrar la plaza antes de tiempo para garantizar la organización de la ceremonia del sábado. Aunque desde el Vaticano insisten en que el flujo continuará durante toda la jornada, el clima en este momento es de incertidumbre.
“Hay que mantener la calma”, dice uno de los encargados de seguridad mientras trata de reordenar la fila. Pero en el aire se percibe algo más que ansiedad: es la mezcla de fervor, angustia y urgencia por estar, por entrar, por llegar a tiempo. Porque esta no es una despedida cualquiera. Es la última oportunidad para muchos de decirle gracias y hasta siempre al jesuita argentino.