Tenía 21 años cuando llegó a las Islas Malvinas. Gavin Eyre era un soldado profesional. Lo eligieron y no tuvo opción; estaba obligado a ir. Nunca antes había estado en una guerra. Dice que, al llegar a la islas, el miedo a la muerte lo sintió “all the time” (todo el tiempo) durante el conflicto bélico. Le pone énfasis a la palabra “all” como si intentara hacerla más larga en el tiempo. En las fuerzas británicas era integrante del “Royal Engineer Commando”, donde había comenzado su carrera militar con tan solo 16 años. No mató a ningún soldado argentino. Su misión era evitar que murieran los ingleses: tenía que detectar las minas antipersonales y desactivarlas. Por eso el miedo a morir lo seguía como una sombra “all the time”.
Admite que los recuerdos del campo de batalla le quedaron marcados para siempre. El inglés estuvo en Tucumán. Alejado de la vida militar, es un hombre de 58 años que dirige una escuela internacional de idiomas, se casó con una sudafricana, vive en Ciudad del Cabo desde 1995 y, en sus ratos libres juega al squash.
En Malvinas, Gavin estuvo asignado en el Puerto San Carlos, donde se produjo el enfrentamiento con las tropas argentinas. “Llegamos de noche –recuerda el inglés-, los argentinos ya estaban desde hacía varias semanas antes cavando y estaban muy bien posicionados. Nos ofrecieron un frente bravo y no nos dimos cuenta de que estaban en desventaja. Después sí. Al final de la guerra”, detalla.
Con la rendición de las tropas argentinas, el 14 de junio de 1982, los ingleses los tomaron como prisioneros de guerra. En ese momento, se asignó a Gavin a un equipo de detectores de minas. Le incorporaron dos prisioneros argentinos, que eran de Santiago del Estero. Uno de los dos santiagueños sabía inglés y oficiaba de traductor. Con mapas e instrumentos, el equipo recorría las zonas donde había minas para desactivarlas. “Nunca logramos sacar todas las minas antipersonales. Hay zonas en las que todavía quedan esos explosivos. Las minas que fueron colocadas de manera profesional sí pudimos sacarlas con la ayuda de mapas y con los instrumentos; en cambio, las tropas argentinas al enterarse que llegaban los ingleses no tuvieron tiempo de colocarlas profesionalmente y comenzaron a arrojarlas al voleo por todos lados –explica Gavin-. Al estar así, no sabían dónde ubicarlas exactamente. Eso hizo que en las primeras inspecciones, varios soldados británicos sufrieran las consecuencias. Algunos perdieron una pierna; otros un brazo y ahí decidieron detener la operación para evitar más bajas”, rememora.
Esa tarea de desactivar las minas duró hasta tres semanas después de terminada la guerra. Gavin dice que si volviera el tiempo atrás “definitivamente” lo haría de nuevo, porque era su trabajo, aunque no está de acuerdo con la guerra.
Por Facebook
Pasó la guerra y Gavin dejó la Marine seis años después, tras cumplir 27 años. De Malvinas solo quedaban los recuerdos en la memoria y en algunas fotos que atesora todavía entre sus pertenencias.
Llegó Facebook y el destino tenía una sorpresa para Gavin. En su muro apareció un mensaje de un santiagueño que quería contactarlo. Era Pablo, el que oficiaba de traductor cuando buscaban minas para desactivarlas. Pablo Javier Ruiz Díaz es el veterano de guerra santiagueño que se fue a vivir a Paraguay y desde allí comenzó a chatear con Gavin, que ya vivía en Sudáfrica.
La amistad creció a través de la red social. Un día, Pablo puso en contacto a Gavin con el otro santiagueño que integraba el grupo operativo antiminas. También por vía de Facebook, apareció Hugo Aníbal Quiroga, ex Teniente Coronel en Malvinas. En esas conversaciones, Gavin le llamaba “Hugo The Boss”, que vive en Santiago del Estero.
A comer asado
Gavin pasó por Tucumán y viajó a Santiago del Estero, donde lo espera “Hugo The Boss”. Ya se reunieron en enero de este año, cuando el santiagueño lo recibió con un gran almuerzo que quedó registrado en los medios de la provincia vecina. Ahora, Gavin volvió a Argentina. Visitó Tucumán durante una semana para coordinar algunos proyectos de la International House (la escuela de enseñanza de idiomas) y pasó –otra vez- a Santiago para visitar a su amigo Hugo.
El inglés sabía que lo esperaban con un súper asado argentino y varias anécdotas de Malvinas, tal como sucedió en enero pasado. Lo más curioso es que Hugo publicó un libro sobre la Guerra, titulado “Santiagueños en Malvinas” y Gavin aportó sus fotos a otro libro titulado “Falklands, task Force Portfolio”, publicado en 1982.
Entre los explosivos
Uno de los momentos más duros que le tocó vivir en la guerra fue cuando un pelotón inglés avanzaba sobre el cerro Montevideo, cerca del Puerto de San Carlos, en la Isla Soledad. Debían pasar al otro lado de la montaña. El comandante de los paracaidistas llamó a Gavin para que avanzara adelante. En su rol de ingeniero, el soldado inglés debía ver si había un campo minado. Había amanecido y el día estaba muy claro.
“Al subir en la montaña, los argentinos empezaron a disparar –detalla Gavin-. Era un doble riesgo: recibir disparo de argentinos o pisar una mina. Eran bravos los argentinos”, agrega.
Gavin muestra su boina verde con el distintivo del Royal Engineer Commando. Es su reliquia. También viste un blazer de color verde con un monograma con los símbolos de su grupo, a la altura del pecho. Mientras conversa, una y otra vez, repasa las fotos de Malvinas. Asegura que varios ingleses quedaron con desórdenes postraumáticos de la guerra. Simula un temblor de la mitad de su cuerpo para mostrar las consecuencias que tuvieron algunos soldados, lo mismo que sucedió con muchos argentinos.
-¿La guerra de Malvinas le dejó marcas físicas o psicológicas?
-La guerra me hizo pensar sobre la vida de manera diferente. Éramos jóvenes. Eso me hizo pensar sobre no preocuparme tanto por cosas que son triviales, porque pude darme cuenta que la vida se te escapa en cualquier segundo. Me hizo ver la vida de otra manera.
Por Miguel Velardez