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Un joven de Tafí Viejo se recibió de ingeniero nuclear y ya construye reactores para el mundo

Este tucumano tiene 26 años, logró graduarse con una beca de la Unsam y trabaja en Candu Energy, una empresa canadiense que opera en el sector energía eléctrica. Esta es su historia.

ciencia con acento tucumano
CIENCIA CON ACENTO TUCUMANO. El ingeniero nuclear tucumano Leandro Coronel recibe el saludo de sus padres durante su graduación. / CORTESÍA LEANDRO CORONEL

Leandro Coronel no soñaba con átomos ni con reactores cuando caminaba por las calles de Tafí Viejo. Pero la ciencia, como ciertas pasiones, a veces aparece sin aviso. Una pasantía, una mudanza, una beca y muchas horas de estudio después, se convirtió en ingeniero nuclear. Hoy, a los 26 años, trabaja desde Buenos Aires para Candu Energy, una empresa canadiense que diseña reactores de potencia. Su historia es la de alguien que se animó a una carrera poco común, que apostó por la educación pública y que demuestra que, incluso desde el norte argentino, se puede pensar en algo tan grande… como la energía atómica.

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El joven se recibió en julio de 2024 de ingeniero nuclear con orientación en Aplicaciones, un camino que lo llevó desde la Escuela de Agricultura de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) hasta el Instituto Dan Beninson (IDB) de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), en Buenos Aires.AL FINAL HAY RECOMPENSA. En diálogo con LA GACETA, recordó su recorrido en una de las carreras más exigentes del país. / CORTESÍA LEANDRO CORONEL

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AL FINAL HAY RECOMPENSA. En diálogo con LA GACETA, recordó su recorrido en una de las carreras más exigentes del país. / CORTESÍA LEANDRO CORONEL

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Un camino hacia la ciencia

“La verdad es que no era algo que soñé desde chico”, admite en una conversación a la distancia con LA GACETA. Pero su curiosidad científica apareció con una experiencia que le permitió dimensionar ese universo: en el último año del secundario hizo una pasantía en un laboratorio del Conicet y, aunque no se enganchó con la biotecnología, sí le quedó “el bichito” por la ciencia. Comenzó estudiando Ingeniería Química en la UNT, pero sentía que le faltaba algo. “Me gustaba mucho más la matemática y la física. Sentía que lo mío no iba por ahí”, cuenta Leandro.

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Fue entonces cuando descubrió el IDB, un instituto único en Latinoamérica, que depende de la Unsam y de la Comisión Nacional de Energía Atómica (Conea). Rindió el examen de ingreso con sólo dos semanas de preparación, armó las valijas y dejó su provincia para empezar de cero en Buenos Aires. “Mi hermano había estudiado en el Balseiro, así que yo ya sabía que irse del interior a estudiar una carrera difícil se podía”, dice.NACIDO Y CRIADO EN TUCUMÁN. En julio del 2024 recibió su título de ingeniero nuclear y ya trabaja para el mundo. / CORTESÍA LEANDRO CORONEL

NACIDO Y CRIADO EN TUCUMÁN. En julio del 2024 recibió su título de ingeniero nuclear y ya trabaja para el mundo. / CORTESÍA LEANDRO CORONEL

Becas, cálculos y una carrera poco común

Una vez adentro, Leandro recibió una beca de dedicación exclusiva de la Conea que le permitió concentrarse en el estudio. “Vivía como estudiante: pagaba alquiler y comida, sin lujos, pero me alcanzaba”, recuerda. Según él, esa beca ya no tiene el mismo poder adquisitivo, pero sigue siendo un apoyo significativo para quienes vienen del interior.

La carrera de Ingeniería Nuclear tiene una matrícula pequeña y los egresos son aún más reducidos. “No te voy a mentir, el primer cuatrimestre es muy pesado. Hay que rendir finales a las pocas semanas de cursar y muchos no se adaptan. Pero no hace falta tampoco ser un genio: hay que sentarse a estudiar como en cualquier otra carrera”, explica el taficeño.

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Uno de los momentos más emocionantes de su formación fue una visita al reactor tipo pileta que está a pocos metros del instituto. Allí, por primera vez, vio en vivo el efecto Cherenkov: una luminiscencia azul que aparece cuando las partículas cargadas atraviesan un medio a mayor velocidad que la luz en ese medio. “Me paré y vi el núcleo del reactor. Pensé: ‘todo lo que estudié en papel, todos los cálculos… existe, está ocurriendo’. Fue un momento muy gratificante”, recuerda.SU MOMENTO MÁS EMOTIVO. En el Reactor Enrico Fermi, Leandro vivió en directo el efecto Cherenkov, algo que conocía sólo en teoría. / CORTESÍA LEANDRO CORONEL

SU MOMENTO MÁS EMOTIVO. En el Reactor Enrico Fermi, Leandro vivió en directo el efecto Cherenkov, algo que conocía sólo en teoría. / CORTESÍA LEANDRO CORONEL

Trabajo antes de recibirse

Un dato no menor: muchos ingenieros nucleares consiguen trabajo antes de recibirse. Leandro primero se desempeñó en la Conea haciendo cálculo neutrónico (una rama especializada que simula el comportamiento físico dentro de los reactores) y hoy lo hace en Candu. Esta empresa fue la que diseñó el reactor que funciona en Embalse, Córdoba, y hoy desarrolla nuevos proyectos en Canadá y Rumania.

“Cuando me contrataron, recién se estaba formando la oficina en la Argentina. Éramos cuatro ingenieros y ahora ya somos más de 20”, cuenta. Desde Buenos Aires, Leandro trabaja para una industria en plena expansión internacional.COMPAÑÍA PRIMORDIAL. Casi todos sus compañeros eran del interior, lo que ayudó a formar una comunidad de contención. / CORTESÍA LEANDRO CORONEL

COMPAÑÍA PRIMORDIAL. Casi todos sus compañeros eran del interior, lo que ayudó a formar una comunidad de contención. / CORTESÍA LEANDRO CORONEL

Ciencia pública y federal

Una de las cosas que más valora de su paso por el IDB es la calidad docente. “Muchos profesores trabajan activamente en el ecosistema nuclear argentino. Enseñaban desde la experiencia, no sólo desde los libros”, dice. También destaca el espíritu federal: casi todos sus compañeros eran del interior, lo que ayudó a formar una comunidad de contención.

Pero esa riqueza humana y técnica convive con un problema serio: la fuga de cerebros. “Cada cuatro años más o menos, hay una nueva oleada. Profesionales súper capacitados se terminan yendo al exterior, o cambiando de rubro por falta de salario, de flexibilidad o de proyección. Conocí a un crack que hacía lo que yo hago y terminó programando en blockchain porque le pagaban mejor y podía trabajar remoto”, lamenta.

Para Leandro, es clave una mayor inversión en el sector. “Siempre trabajamos con dos mangos, haciendo todo con alambre. Y aun así, logramos cosas increíbles. Si tuviéramos más recursos, seríamos los mejores del mundo. No tengo dudas. Conozco a la gente que está en esto y son profesionales excelentes”, suma.

Consejos desde la experiencia

¿Qué le diría a los jóvenes del interior que sueñan con carreras científicas? “Que se animen. Irse es difícil, claro, pero vale la pena. Si hacés las cosas con pasión, con convicción, te llena el alma. La familia, los amigos, siempre van a estar ahí. Y cuando te sentís solo, siempre podés volver a recargar pilas”, dice.

¿Volver a Tucumán? Aunque visita seguido a su familia, no se ve volviendo a vivir a su provincia natal, al menos en el corto o mediano plazo. “Me gusta cómo se vive en Tucumán, es más relajado. La gente del norte es muy distinta, más amigable, más familiera. Pero en Buenos Aires tengo mi trabajo y en lo que yo hago no hay mucho campo allá. Quizás si algún día puedo trabajar 100% remoto, sí. O cuando me jubile”, baraja.

Por ahora, Leandro planea quedarse unos años más en Candu. No descarta hacer un doctorado en cálculo neutrónico, su área de especialidad, aunque sabe que combinarlo con el trabajo será difícil. “Me gustaría hacerlo a mi ritmo, aunque tarde diez años. Lo importante es seguir haciendo un aporte”, cierra.

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