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Un kirchnerismo “acabado”

alberto fernández juan manzur aníbal fernández
Descacharreo

En la semana que pasó, la desesperación por revertir el resultado de las primarias detonó en el Gobierno una serie de reacciones alocadas y contradictorias que reflejan sus tensiones internas. Las facciones del peronismo que hoy ocupan la Casa Rosada dependen una de otra para sobrevivir a la debacle, pero la primera que se considere salvada no dudará en desprenderse del abrazo agónico de las otras para empujarlas al vacío.

Hoy el Gobierno es un animal de muchas cabezas que persiste en darles la espalda a los padecimientos de la sociedad. Perdido y sin rumbo, su única obsesión son las elecciones del 14 de noviembre. Pero no solo las luchas internas por un poder que se escabulle conspiran contra ese objetivo. Quizá el mayor problema del Gobierno es que, por más maquillaje electoral que se aplique, siempre muestra su verdadero rostro.

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Las exhibiciones de clientelismo explícito a lo largo y ancho del país son un ejemplo. La cosmética oficial procura ocultar, sin éxito, aquello que aflora sin remedio con una contundencia irreprimible. La naturaleza se impone. No pueden evitarlo, muestran lo que son. Y a medida que se profundiza el desbande, cada vez con mayor transparencia. Ante una sociedad agotada, que tocó fondo, esto es letal para sus ambiciones.

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En ese marco, la semana que se fue para siempre se vio sacudida por la amenaza mafiosa de Aníbal Fernández a Nik se inscribe en esta secuencia. Frente una crítica del dibujante al descarado clientelismo oficial, el ministro de Seguridad le responde con un apriete de cuño fascista en el que deja entrever que sabe dónde están sus hijas. Con ese tuit, el ministro no solo vuelve a desplegar su proverbial intolerancia.

Más grave aún, confirma que está dispuesto a ejercer su capacidad de daño desde la asimetría que confiere el poder del Estado. Nada nuevo, kirchnerismo en estado puro. ¿Acaso no es exactamente eso lo que han hecho los Kirchner desde que comenzaron sus andanzas en el sur? La capacidad de infligir un mal desde una posición dominante ha sido el arma más efectiva del matrimonio santacruceño para someter a propios y ajenos.

En política, Cristina Kirchner no admite otro vínculo que la subordinación. Para obtenerla, ha sabido administrar el miedo que provoca su figura. Curtidos varones del conurbano y recios caudillos de provincia han acudido solícitos a comer de su mano. Lo mismo esa casta empresarial cuya prosperidad depende de los favores del poder. Y todos sin sonrojarse. Aun en estos días de descomposición, ese miedo mantiene paralizados a muchos.

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Sin embargo, la reacción ante la inexcusable amenaza de Aníbal Fernández a Nik, que en cualquier democracia madura hubiera significado la renuncia inmediata, revela hasta qué punto está cambiando el humor social en el país. El apriete del ministro recibió condenas desde muy diversos ámbitos. Un síntoma de que el miedo que provocaban Cristina Kirchner y el kirchnerismo en general ya no es lo que era.

En ese sentido, cabe mencionar que sobrevuela la sensación de que se ha visto suficiente. Ese fue el mensaje de las elecciones primarias del mes pasado. En un país castigado en sus reservas materiales y morales, priman el hartazgo y la indignación. En los barrios donde se busca engañar a los pobres con la entrega de cocinas o bicicletas, aflora una dignidad que reemplaza al miedo y la obediencia.

“Si nos van a ayudar, que lo hagan de corazón y no por política”, decía por tele una mujer que había recibido una heladera para el comedor comunitario que llevaba en su casa junto con un cartelón del Frente de Todos que se rehusaba a desplegar. En insumisiones como la de esta mujer reside la esperanza de un país mejor. ¿Volverán las aspiraciones de estas personas a ser traicionadas por una elite corporativa que concibe al país como una fuente del propio beneficio?

El daño que ha provocado el kirchnerismo está a la vista y el poder se le escurre. Lo que no pierde son las mañas, que exacerba a medida que no se muestran eficaces para revertir el resultado electoral. Hoy parece atrapado en esta paradoja: cuanto más apela a gestos de peronismo explícito para salvarse, más votos pierde. La parábola de Aníbal Fernández, desde su llegada al Gobierno para rescatarlo del naufragio hasta su apriete a Nik, ilustra el punto.

Hoy las tropelías, la falta de principios y el cinismo están a la vista. El Gobierno expone a cielo abierto su verdadera naturaleza. Es una oportunidad. Ya casi no hace falta denunciar aquello que antes se intentaba ocultar bajo el manto del relato. Las denuncias, en todo caso, han de correr por carriles institucionales. Podría ser este un modo de evitar que el barro al que el kirchnerismo llevó siempre las diferencias políticas siga enlodando toda la cancha.

Eso, además, le quitaría el enemigo con el cual confrontar. Sin la polarización, sin el recurso de la grieta, el kirchnerismo languidece. Se desnuda. Si cae el miedo, cae el simulacro. Romper con el miedo es atreverse a enfrentar la realidad. El escándalo por la amenaza al dibujante Nik es solo la confirmación de lo que podía suceder al nombrar a Aníbal Fernández como ministro de Seguridad.

El hábil declarante y polemista temido de hace algunos años resulta hoy un provocador torpe de las redes sociales que enterró al Gobierno en un laberinto político sin salida cuando falta apenas un mes para las elecciones. Aníbal Fernández, como otros dirigentes kirchneristas, no terminan de sintonizar el mensaje que una parte mayoritaria de la sociedad le envió al Gobierno el 12 de septiembre.

Hay frecuencias del abuso en el poder que ya no se toleran. Ni las amenazas, ni las provocaciones, ni las ironías al filo de la navaja. El voto de hace un mes le dijo basta a todos esos excesos. Pero no lo entendieron ninguno de los Fernández. El que lo pronunció (Aníbal), el que lo designó (Alberto) y la que lo promovió (Cristina). Los tres están compartiendo y pagando ese costo.

El mismo fenómeno de funcionarios desorientados atraviesa la economía. El reemplazo en la Secretaría de Comercio de la vehemente pero inoperante Paula Español es otro economista que ya fue parte del pasado kirchnerista. Roberto Feletti había sido viceministro de Amado Boudou en el gobierno de Cristina y venía atacando sin descanso al ministro Martín Guzmán desde una radio militante.

Con esos antecedentes, su primera medida importante no podía sorprender. Dispuso un congelamiento de precios para frenar la inflación que en septiembre volvió a subir (3,5%) y que este año va a superar la barrera del 50%. Nafta para apagar el incendio. Feletti va a utilizar un sistema, el congelamiento, que ya fracasó con Perón en 1973, con Isabel dos años después, y que siguió fracasando cada vez que otro gobierno lo intentó.

Y si de realidad hablamos, cabe mencionar que durante la semana que ya pasó, como para que no quede duda alguna acerca de que el kirchnerismo es atropello y patoterismo, ahora vuelve a utilizar la cosa pública como propia. Y es que Juan Manzur es jefe de Gabinete, pero se mueve como si fuese el jefe del Estado. Tan propio siente los bienes públicos que para viajar a los Estados Unidos utilizó un avión sanitario de la provincia de Tucumán.

El gobernador, de licencia en su cargo, decidió no ir en vuelo regular, sino que prefirió un jet que desde hace años lo lleva de un lado a otro. El vuelo cuesta al menos USD 70 mil y tuvo que hacer dos escalas. Para colmo, increíblemente, el jefe de Gabinete Juan Manzur viajó en el avión de la provincia de Tucumán, aunque las dos naves de la flota presidencial estaban operativas y disponibles.

Además de su esposa, lo acompañaron su secretaria privada y su vocera. Está claro que Manzur pierde pelo, cambia de cargo, pero no las mañas. El uso del avión de la provincia, para un viaje de un funcionario nacional y a los Estados Unidos es otra muestra de un modelo político puntual. Es decir, uno que es gestionado por “príncipes” que usan la cosa pública según lo que les manda su voluntad.

Un bien que es de todos los tucumanos, que debería tener un fin sanitario se transformó en taxi al servicio de la agenda y los caprichos del gobernador en uso de licencia. Uno podría preguntarse por qué Manzur no viaja en vuelo de línea o, si es tan urgente, si la Nación no dispone de un vehículo similar para trasladar a sus funcionarios. Pero en realidad, hay un problema más de fondo.

Se trata de la desfachatez con la que este gobierno usa de los bienes públicos sin control, sin límites y en beneficio propio. Manzur ya se creía dueño de Tucumán cuando ocupaba la gobernación, ahora que comanda el poder desde la Casa Rosada se debe sentir con derecho a todo. Para nosotros, los funcionarios deben dar cuentas de sus actos. Es un principio republicano inexcusable.

Los tucumanos tienen derecho a saber que, si necesitan ser trasladados por una urgencia, tendrán que esperar hasta que el gobernador que no está en funciones regrese de sus actividades. Una vergüenza más de la provincia al país. Una vergüenza que dio cuenta en la semana que pasó acerca de que en el kirchnerismo siguen sin descifrar las señales de un país harto de ser víctima de los atropellos del peor gobierno desde la vuelta de la democracia.

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