Francisco se calzó el traje de líder político, pero apenas logró éxito; su sucesor enfrentará una situación global aún más compleja
Escondida detrás de la emoción de cientos de miles fieles y del respeto de los líderes globales –amigos y no tanto–, una pequeña pero elocuente ironía rodeó el adiós al Papa.
En 2013, Jorge Bergoglio se convirtió en pontífice con el activo y fundamental apoyo de los cardenales norteamericanos. La Iglesia de Estados Unidos, una de las más ricas e influyentes junto con la alemana, vio en el entonces arzobispo de Buenos Aires la oportunidad de renovación y frescura que el Vaticano necesitaba para revertir la sangría de fieles.
En 2025, esa misma Iglesia presiona, en cambio, por un anti-Francisco, un nuevo papa más tradicionalista y conservador y menos abierto con los derechos de los homosexuales y de los migrantes y con la justicia social.
El viraje no es unánime; una rama de los cardenales y obispos estadounidenses se alinea aún detrás del progresismo de Bergoglio. Pero es un giro que desnuda las tensiones religiosas, políticas e ideológicas que crecientemente dividen a la Iglesia y también a los votantes norteamericanos. El año pasado, Donald Trump ganó el 59% del sufragio católico, que históricamente se inclinó por los demócratas.

AP
La polarización excede Estados Unidos; sin pausa, se asienta en Occidente y desgasta a sus democracias. Entre 2012 y 2013, la democracia global alcanzó sus mayores niveles, por la cantidad de población que cubría y por la calidad de las instituciones, según el prestigioso índice V-Dem. Hoy esos estándares cayeron a pisos registrados en 1978, en plena década de auge autocrático.
El abismo que separa al mundo que recibió a Francisco y el que lo despidió se alimenta de mucho más que la polarización. Descreídas y sin representación, las sociedades apuestan por las soluciones mágicas de los outsiders. El número de conflictos aumenta y la fragmentación global impide encontrar acuerdos internacionales para detenerlos. Resentida por la pandemia, la economía mundial no despega y la pobreza se afianza. La rivalidad entre China y Estados Unidos amenaza con romper sus márgenes de contención para transformarse en una guerra fría total.
ERIC LEE – NYTNS
Todas esas crisis ya se insinuaban en 2013, pero explotaron con toda su fuerza para hundir al mundo en la incertidumbre en los últimos años. El mandato de Francisco, al asumir el papado, era revitalizar la Iglesia, no acabar con todos los problemas del planeta.
Como Juan Pablo II, Bergoglio, sin embargo, se calzó el traje de líder político y apeló a las mayores armas de un jefe espiritual –la capacidad de reconciliación, la apelación a la conciencia y el corazón y la invocación al perdón– para cerrar grietas internacionales y sociales del mundo.

ERIC LEE – NYTNS
Apenas lo logró, en parte por errores propios y en parte porque ya ningún dirigente global ni ningún gobierno tiene la capacidad y los medios de solucionar por sí solo una crisis. A Francisco, como al resto de los líderes mundiales, lo atraparon las trampas de un planeta en ebullición.
Esa impotencia papal desnuda un legado desafiante para el próximo pontífice. ¿Cómo podrá el sucesor de Bergoglio acercarse a sus fieles, hacerlos sentir contenidos y acompañados ante las crisis globales cuando la falta de influencia del Vaticano y de la palabra papal ha quedado tan expuesta?
Sombra sobre la diplomacia
Cuando asumió Bergoglio, dos crisis asomaban: Venezuela y Siria. En la primera, Hugo Chávez acababa de morir y Nicolás Maduro se aprestaba a enfrentar a Henrique Capriles en elecciones presidenciales. En la segunda, Bashar al-Assad daba rienda suelta a la violencia para reprimir la primavera árabe versión siria, que había comenzado dos años antes.

Archivo
Con sus éxodos de migrantes y con la violencia explícita de la guerra y la represión, ambas desvelaron al mundo y a Francisco en los años siguientes. Francisco no dudó en involucrarse directamente en las dos. Su primera intervención directa en Siria fue un rezo global para abogar por la paz y disuadir a Barack Obama de bombardear Siria luego de que Al-Assad atacara con gas a su propia población. En Venezuela, el Vaticano propició en dos ocasiones el diálogo entre Maduro y la oposición para detener la deriva dictatorial.
Ambas intervenciones le valieron a Francisco pocos éxitos y muchas críticas. Su Vaticano adoptó la ambigüedad como táctica diplomática, una equidistancia frecuente en países que se proponen como mediadores. Esa decisión, sin embargo, se confundió con una complacencia con dictadores poco propia de un líder religioso siempre dispuesto a denunciar las inequidades y la opresión. Esa sombra terminó de asentarse con el silencio inicial de Bergoglio ante la invasión rusa a Ucrania y, por más que el Papa condenara semanas después a Putin, ya nunca pudo disiparse.

Alex Castro/AIN/Handout – Reuters
Francisco se involucró personalmente en otros conflictos: Cuba, Medio Oriente y Sudán. A todos viajó y en todos clamó por la paz, la diplomacia y la reconciliación. Todos amagaron con escucharlo y acceder, pero lo hicieron solo por un momento. La llegada de Trump acabó con el deshielo entre Cuba y Estados Unidos; la guerra civil sudanesa revivió brutalmente en 2023, y palestinos e israelíes viven su peor capítulo de violencia tras la masacre de Hamas en Israel.
La ineficacia diplomática del Vaticano habla tanto de los errores de Bergoglio como de un mundo de dinámicas de enemistad difíciles de revertir y de líderes de gobernabilidad limitada. El número de conflictos violentos pasó de 35 en 2013 a 60 en 2024, el mayor nivel desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, de acuerdo con el último informe anual del Instituto para la Investigación de la Paz de Oslo.
¿Las razones? Las crisis internas se internacionalizan, los actores no estatales –como los grupos narco en América latina– se recuestan más y más en la violencia, los enfrentamientos históricos se potencian, explica el informe.
Lo que viene
Si el esfuerzo diplomático prueba ser inútil, ¿cuál será el lugar en el que se plantará el próximo papa para aproximarse a un mundo tan inasible, alterado e imprevisible?
ANDREAS SOLARO – AFP
Muy por encima de su vocación diplomática, Francisco encaró el mundo en su rol de pastor. Fue una voz rotunda y necesaria para concentrar la atención sobre los fenómenos del siglo XXI que más sacuden a los márgenes, a “los últimos”, como los llamaba el “papa del pueblo”. Sus principales banderas fueron el cuidado de millones de migrantes expulsados de sus hogares por la pobreza y la violencia y la lucha contra el cambio climático.
El mundo pareció escucharlo. En los primeros años de su pontificado, ambas banderas tuvieron sus hitos en una Europa que, en 2015 y de la mano de Angela Merkel, se abrió a las migraciones y en un planeta que se unió contra la degradación ambiental en el Acuerdo de París, de 2016.
Eso también duró poco. Las guerras culturales y la reacción conservadora obligan hoy al mundo a desandar el camino de las fronteras flexibles y la transición energética, entre otras cosas.
Sin embargo, los fenómenos de clima extremo continuarán, advierte una y otra vez la ONU, y los migrantes no se detendrán ante las fronteras estrictas, simplemente buscarán nuevos destinos.
Esos desafíos persistirán y se agregarán otros. La aceleración tecnológica amenaza con dar vuelta el mundo del trabajo y con crear nuevas desigualdades. La disolución de las alianzas de la pos Segunda Guerra fuerza a más países a evaluar opciones nucleares y la proliferación vuelve a tomar fuerza.
Más disrupción social. Más alteración geopolítica. Desvanecida la influencia diplomática, debilitado el poder de persuasión moral y espiritual de las banderas papales, ¿qué armas le quedarán al próximo papa para navegar el mundo y contener la angustia de sus fieles?