Máximo Kirchner, el príncipe heredero, saltó a la tapa de todos los portales por dos motivos. Primero: provocó con una declaración brutal al decir que la oposición “está viendo quien mata al primer peronista”. Y segundo: se confirmó que su fortuna en blanco, asciende a la friolera de 523 millones de pesos. Es difícil encontrar un dirigente peronista que tenga un patrimonio semejante.
Máximo ya tiene 45 años. Ya no es un pibe. Es un magnate que sigue utilizando ese look setentista, de pelo largo, barba desprolija y campera. No se le conocen trabajos anteriores ni estudios superiores. Para evitar que le decomisaran los bienes mal habidos, Cristina adelantó su herencia a sus dos hijos. Máximo, un millonario que combate millonarios posee 26 propiedades y casi tres millones de dólares de ahorro pese a que dice despreciar al imperialismo norteamericano.
Admira al Che Guevara y a Hugo Chávez, pero no come vidrio. Tiene acciones de la inmobiliaria Los Sauces y de Hotesur, la dueña del hotel Alto Calafate que están bajo la lupa de la justicia por lavado de dinero. El fiscal Eduardo Taiano acaba de ordenar un análisis contable de su patrimonio a los peritos de la Corte Suprema. Tiene iniciada una causa por enriquecimiento ilícito.
Ayer a la mañana, en una radio amiga que lo cuida como un guardaespaldas mediático, el hijo presidencial, sin un solo argumento acusó a la oposición de buscar un muerto del peronismo. Los únicos que vienen hablando de sangre, saqueos y muerte, son dirigentes de su sector como el caso de Juan Grabois o Luis D’Elia, que propuso fusilar a Mauricio Macri en una plaza pública. Máximo siguió el camino irracional de su madre y comparó lo que pasó el sábado con las muertes por las calles del 2001, ocultando la responsabilidad de varios intendentes del peronismo.
Dijo que “el policía mata, va preso y los dirigentes siguen dando vueltas”. Otra vez la mención a la muerte y al juego de “cowboys” que siempre termina mal. En democracia, no hubo más tenebroso y macabro juego de tirarse con cadáveres que cuando se cruzaron los Montoneros de Mario Firmenich, Vaca Narvaja y compañía, con la Triple A de José López Rega. Y terminó muy mal, por supuesto.
Máximo, como sus padres y su tropa son expertos en manipular la historia y contar solo una parte. Y como si esto fuera poco, copió el argumento falso que dio Estela Carlotto cuando dijo que quieren ver presa a Cristina por “ser mujer”. En realidad, el delito de mega corrupción de estado no tiene género. Los ladrones son ladrones, más allá de cómo se auto perciban sexualmente.
Son patéticos. Capaces de decir y hacer cualquier cosa. ¿Cómo van a explicar la sorpresa que surgió en el teléfono de José López? Apareció por primera vez en la causa, Vialidad, Máximo Kirchner. Según el alegato y la información aportada, el comandante de La Cámpora “conocía, intervenía, decidía, supervisaba y controlaba las obras de Lázaro Báez”. Hubo entre los Kirchner y Lázaro Báez negocios sucios de todo tipo.
De coimas, retornos, sobre precios del 65% de promedio, lavado de dinero, alquileres inflados, licitaciones ficticias, amañadas y como traje a medida y sociedades comerciales. Los unieron todo tipo de delitos. Pero lo más grave es que ambos, Néstor y Lázaro involucraron a sus hijos. Los metieron en el barro y les mancharon las manos y la vida para siempre. Néstor y Lázaro no tuvieron ni siquiera el gesto humano de proteger y mantener al margen de la corrupción a sus hijos.
La angurria, la codicia y la bulimia por el dinero y el poder nunca tuvieron límites entre los Kirchner. No heredó la oratoria de su madre ni la astucia táctica de su padre. Solo el apellido y esa voracidad por el dinero ajeno. Máximo vivió todos esos años firmando balances y poniendo su apellido en las estafas que hicieron sus padres. Máximo está procesado por asociación ilícita y lavado en la causa Los Sauces y por blanqueo de activos en Hotesur. Los que decían ser los pibes para la liberación, terminaron siendo los muchachotes para encubrir la corrupción.