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Un oficialismo con los números en contra

En una época en la que han abundado los imprevistos como nunca, la más sorprendente sería que no hubiera alguna sorpresa; ya ocurrió en las PASO

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Alberto Fernández. Alfredo Sábat
Descacharreo

Opinión:

En la semana en la que la democracia y la política se concentran en la aritmética, los últimos números previos a la elección solo llevaron desasosiego al oficialismo. El acto de cierre bonaerense fue así la obligada (y sobreactuada) puesta en escena de una coalición gobernante golpeado por los registros negativos.

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En Merlo se vio un equipo obligado a disimular la reciente sucesión de datos cuantitativos adversos y de sucesos de notable significación cualitativa. En su intento de llegar lo más en pie posible al final de la contienda llevó hasta el lugar a la convaleciente Cristina Kirchner. Y exhibió la sonrisa plástica de un boxeador tocado en su integridad.

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Los números adversos no se limitan solo a las discutidas y discutibles encuestas de intención de voto, que tampoco le han aportado motivos para ilusionarse después de tres ajetreados meses de dispendiosa campaña.

La inflación mensual del 3,5% en octubre, que superó las previsiones más pesimistas, y los dólares paralelos rompiendo la barrera del sonido de los 200 pesos ubicaron las esperanzas electorales del oficialismo en el terreno de la metafísica. Milagros inesperados, aunque deseados. Así lo reconocen en todas las facciones oficialistas. Incluso entre los optimistas perennes o por obligación que habitan en todos los entornos presidenciales.

Pero nada se reduce al universo cuantitativo, aunque su impacto ya se mide y se contabiliza. Ningún experto en opinión pública descarta el efecto que tendrían en el ánimo de los votantes los indignantes asesinatos del kiosquero Roberto Sabo, en La Matanza, y del adolescente Joel Sánchez, en José C. Paz, que le pusieron sus caras y sus nombres a la tragedia cotidiana de la inseguridad que viven millones de argentinos anónimos. Más aún después de las desafortunadas reacciones, en clave de miedo electoral, de muchos funcionarios nacionales y bonaerenses. Kilos de sal sobre heridas personales y colectivas.

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No a plebiscitar la gestión

La ausencia de gobernadores, con la excepción del anfitrión Axel Kicillof, en el acto de cierre realizado ayer en Merlo fue la demostración palpable de la estrategia de evitar que la mala calificación de la que goza el gobierno nacional afecte aún más las posibilidades electorales del oficialismo en las provincias donde ya habían sonado las alarmas en las PASO. Favores mutuos.

En una admisión pragmática del peso muerto que su imagen conlleva, el gobierno nacional prefirió que el último tramo de la campaña se provincializara y se municipalizara, a riesgo de alentar el corte de boletas. Lo mismo buscaron y desearon los gobernadores, intendentes y candidatos locales. La ausencia de la muy albertista Victoria Tolosa Paz en el acto de cierre del FDT de su ciudad natal ofrece un claro ejemplo. El faltazo fue celebrado en la intimidad por los postulantes platenses, que se ocuparon de hacerlo trascender. Nada de plebiscitar la gestión nacional. Tampoco apostar a la prematuramente devaluada marca frentetodista.

Por pertenencia indisimulable y porque el gobierno nacional juega parte de su futuro en su bastión del conurbano, Tolosa Paz y el resto de la lista bonaerense no contaban con ninguna otra opción que tener en el escenario con las principales figuras nacionales de su coalición, encabezadas por la vicepresidenta y el presidente Alberto Fernández (en ese orden de popularidad entre los asistentes). O, en realidad, solo les quedaba como mejor alternativa mostrarlos juntos para desalentar (o postergar) temores, especulaciones, versiones y datos sobre el estado de descomposición que se vive puertas adentro del oficialismo. Con las consecuencias que eso tendría (o tendrá) el día después de los comicios.

En un notable acto de fe, la candidata prometió en su discurso que el oficialismo seguirá unido bajo la conducción de Fernández “ocurra lo que ocurra el domingo”. Un remate que rayó con el sincericidio como admisión del temor (o semicerteza) de recibir un resultado adverso dentro de tres días. Algunos también lo interpretaron como un pedido destinado al cristicamporismo que toma distancia para que se mantenga junto a su amigo el Presidente. Realismo extremo, más aún después de la ovación insuperada por nadie que recibió Cristina Kirchner al subir al escenario.

Aunque los discursos del intendente local, Gustavo Menéndez; de Sergio Massa; de Kicillof; de Tolosa Paz, y de Fernández tuvieron pasajes en los que procuraron reivindicar algún aspecto de la gestión frentetodista, como la vacunación masiva contra el Covid-19, los ejes pasaron homogéneamente por otro lado. La demonización del macrismo y de las gestiones nacional y bonaerense de Cambiemos solo compartieron alguna centralidad con las promesas de un difuso futuro mejor. El angustiante presente sigue siendo culpa de la maldita herencia recibida.

Las sonrisas de ocasión que se vieron en Merlo están destinadas a ser comparadas con los gestos que ofrecerá el búnker oficialista del domingo. También con los rostros de desolación y derrota de la noche del 12S. La más mínima mejora en los resultados será suficiente para sobreactuar satisfacción. Ya está ensayado. Incluso para el caso de que no se empeore lo ocurrido en las PASO. Un horizonte modesto, pero deseable.

De todas maneras, habrá varias interpretaciones de los comicios. El resultado nacional, los números bonaerenses y la composición que tendrá el Congreso, especialmente el Senado, son los escenarios sobre los que se posarán todas las miradas y sobre los que se procurará encontrar la conclusión más favorable. Si es que la hay.

Desafíos para opositores

El ánimo extremadamente cauteloso y hasta temeroso que ronda en el oficialismo contrasta con lo que se vive en la oposición. Aunque procuran disimularlo, el aire triunfalista de los más optimistas es apenas atenuado por los sectores más moderados y que más ponen en juego. Matices importantes.

En Juntos por el Cambio, el sector de los prudentes, con Horacio Rodríguez Larreta y Martín Lousteau, también se diferencia en las expectativas con los halcones que encarnan Patricia Bullrich, el macrismo duro y algunos radicales que miran más allá de esta elección.

Larreta tiene sobre sus espaldas el desafío de repetir la performance de las PASO en la provincia de Buenos Aires con la lista encabezada por Diego Santilli y Facundo Manes, que deben evitar la fuga de los votos obtenidos por sus respectivas boletas. Otro tanto ocurre con su bastión porteño. Para la lista que lidera María Eugenia Vidal la meta se ubica en el 50%. Un objetivo que no se descarta, pero no tan fácil de alcanzar.

Aunque después de estas elecciones el jefe de gobierno porteño pretende bajar el perfil y volver a su rol de administrador municipal, en la noche del domingo empezarán a evaluarse sus chances como principal aspirante a la presidencia en 2023. Sus adversarios serán desde ese momento (y más que nunca) internos y externos. Todos querrán tomarle la medida a su estatura de político y, si sale indemne, limarlo un poco.

Por lo pronto, el sector de Macri y Bullrich hará foco en el número de diputados porteños que se renueven partiendo de la base de que aun con el 50% de los votos Pro perderá representación. Reglas de juego de una interna por el premio mayor.

Al margen de esos devaneos de futuro mediato, lo que más importa a toda la dirigencia de Juntos por el Cambio es la composición del Congreso y lo que hará el Gobierno después de la elección.

El consenso que reina en los cambiemitas es que deben evitar que el oficialismo los arrastre ante una eventual mala performance del Frente de Todos. No mucho más. Ante un probable llamado inmediato a buscar un acuerdo para afrontar los dos años difíciles que sobrevendrán, cualquiera sea el resultado electoral, pretenden responderle con el reclamo a explicitar los temas por acordar.

Confían (tal vez en demasía) en su capacidad para fijar en campo adversario todos los problemas. Apuestan a la dificultad que tendría el oficialismo para acordar internamente políticas que ellos consideran inevitables y serían de dudosa popularidad. De allí no se mueven.

“Ellos son gobierno y deben gobernar”, dice el monolítico discurso cambiemita. Aunque no las descartan, los referentes de todos los sectores de Juntos por el Cambio prefieren evitar la consideración de hipótesis que incluyan la aceleración de conflictos, sean estos de índole económica, política o social. La magnitud de los problemas postergados abre interrogantes para los que carecen de respuestas certeras. Como si pudieran manejar el tiempo, las circunstancias y, sobre todo, la inventiva del kirchnerismo y las demandas sociales.

En tal contexto, una de las pocas certezas con las que se llega a esta elección es la baja expectativa social de que ocurra una gran sorpresa que altere la mayoría de los pronósticos. Aunque en una época en la que han abundado los imprevistos como nunca, la más sorprendente sería que no hubiera alguna sorpresa. Ya ocurrió en las PASO. Por ahora, los números previos le juegan en contra el oficialismo.

Por: Claudio Jacquelin

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