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Un país manejado por locos, se convierte en un manicomio

alberto tolosa paz aníbal
Alberto Fernández - Victoria Tolosa Paz - Aníbal Fernández
Descacharreo

La relación del kirchnerismo con los hechos es históricamente tortuosa. Si para muestra basta un botón, habría que recordar como antecedente histórico la intervención al Indec y la falsificación sistemática de sus estadísticas. Lo que en ese momento parecía una metáfora se convirtió en realidad en estos días, pero de una manera mucho más cruda y directa. Lo hicieron las espadas más reconocibles del oficialismo.

El presidente convocó a la Plaza de Mayo a “festejar este triunfo”. Más prudente, su portavoz, Gabriela Cerruti, dijo que se trataba de un “empate”. El inefable Aníbal Fernández, a quien convocaron a este Gobierno nacional luego de las PASO para que diga este tipo de cosas, afirmó que “el triunfo lo tenemos nosotros que hemos mejorado nuestra performance”. Pero eso no fue todo.

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La primera candidata por la provincia de Buenos Aires, Victoria Tolosa Paz, sintió que había que adornar un poco el disparate y aplicó un golpe de retórica diciendo que se podía “ganar perdiendo y perder ganando”. Confundiendo estimación con resultado, no faltó quien hablara de “empate técnico”, una expresión que alude a que en las encuestas se superponen los márgenes de error de dos candidatos y se puede dar uno u otro resultado.

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En los resultados de una elección no hay tal cosa, contados los votos hay solo dos números y uno es mayor que el otro o son iguales. Ninguna de estas personas citadas ignora el orden de los números y todos saben perfectamente si uno es mayor que otro. Tampoco desconocen las dimensiones políticas de los resultados de las elecciones del domingo. De lo que se trata es de otra cosa.

Se trata de ejercer una violencia sobre el lenguaje que desnaturalice y anule la posibilidad de comunicarse entre semejantes. De hecho, algunos se enorgullecieron de este logro. En esta actitud no hay un desdén por los formalismos sino todo lo contrario, la creencia de que son fundamentales. Como lo demostró Cristina Kirchner en 2015, cuando se negó a traspasar el mando a Macri, los kirchneristas creen que, si uno se evita el trámite de admitir la derrota, ésta desvanece su poder.

En ese sentido, de alguna manera, tienen razón, derrota y victoria en el sistema democrático tienen sentido en tanto y en cuanto las reglas de juego sean comunes y aceptadas por todos. Cuando el candidato derrotado llama por teléfono al ganador y lo felicita por su victoria no está simplemente siendo educado sino fortaleciendo las reglas de juego que eventualmente lo pondrán del otro lado.

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Con ese simple trámite consistente en decir “ganaron, felicitaciones” el sistema avanza en la dirección conveniente para todos. Cuando no se lo hace, el sistema se debilita. Negarse a dar ese reconocimiento es una cosa, negar los hechos es un paso más avanzado y requiere una estructura mental que permita permanecer imperturbable cuando se niegan las evidencias. “No es lo que vos pensás”, dice el marido sorprendido desnudo con la mejor amiga de la mujer.

“No es lo que ustedes piensan”, dice, igualmente hierático, el kirchnerista ante los datos. ¿Cómo se puede convivir con una agresión simbólica tan fuerte? La política tendrá sus respuestas, pero para el ciudadano común hay una salida bastante sana que es el humor. Y hay pocos lugares en donde el chiste catártico puede ser expresado tan libremente y funcionar tan bien como en las redes sociales.

Del ocultamiento de la verdad nos hemos deslizado a su falsificación y de allí a la negación de lo evidente. En los dos primeros casos hay una admisión de que hay hechos independientes de nuestra percepción, ellos deben ser ocultados o modificados. En la negación de las relaciones en los números ya pasamos a un terreno inquietante, el de la psicopatía. En Argentina, los locos están manejando el manicomio.

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