Para el presidente es “un formidable debate” que una profesora imponga a los gritos lo que deben pensar sus alumnos. Donde hay maltrato el presidente ve un debate. Donde a los chicos se los denigra, el presidente considera que se les abre la cabeza. Ahora entendemos por qué no dice nada cuando la vicepresidenta exhibe su sometimiento, le quita el micrófono, lo corrige, lo reta por cómo toma agua y degrada su autoridad frente a todos y todas.
Cristina Kirchner le abre la cabeza a Alberto Fernández. Menos mal. Bueno saberlo. Aunque no estaría dando buenos resultados la mano dura. Amaestrado en el arte oscuro de la humillación, el Presidente parece incapaz de entender qué es el respeto por sí mismo. ¿Cómo esperar que lo entienda para los otros? Al menos debería tener el reflejo de reivindicar el respeto como la única forma de convivencia en una sociedad.
Justamente, aquella que tiene en las aulas el primer ensayo de encuentro con los otros, de la tolerancia virtuosa a las diferencias, de la aceptación de las discrepancias. Allí donde deberíamos aprender a vivir en paz con los demás sin importar lo que piensen, su religión o su color de ojos. Donde deberían enseñar a los chicos a pensar y no decirles qué deben pensar. El presidente profanó ese templo cívico que es el aula con sus palabras amorales.
El presidente hizo apología de la violencia al defender a la profesora militante. Y peor: bajó línea y justificó a cualquiera que haga lo mismo de ahora en más. Justificó el adoctrinamiento político y lo promovió, convirtiendo a los estudiantes en rapiña de la cacería ideológica. ¿Es necesario explicarle al Presidente que no es un debate igualitario el que ocurre mediante la extorsión de la jerarquía, la violencia verbal y física, la amenaza latente de recibir calificaciones de quien intimida y no enseña?
Un presidente siempre sienta parámetros con su opinión, ofrece ejemplos que bajan desde el tope de la pirámide institucional a la interacción ciudadana y a la arena política. Cuando el mandatario defiende a la profesora violenta y no a los estudiantes, el presidente no sólo ejerce violencia política y simbólica directa contra esos chicos, sino que además deshonra los pactos a los que jurídicamente nuestro país adhiere, derechos del niño que deben ser respetados sin distinción de opiniones políticas.
El presidente se vuelve de esta manera secuaz de los fanáticos. Aunque no es novedad que Alberto Fernández incurra en ejemplos violentos y ofensivos en temas referidos a la educación: y es que cuando argumentaba en contra de las clases presenciales llegó a decir que los alumnos jugaban a cambiarse los barbijos entre sí y que el problema era que los chicos discapacitados no entienden.
Y recordemos que no tuvo reparo en utilizar la educación para la contienda política mezquina, sacrificando el bienestar de chicos y jóvenes para quienes los efectos de no tener clases fueron devastadores. Ir a la escuela contagiaba, pero tener comparsas de visitantes en Olivos no. ¿Cómo esperar que ahora, ponga el respeto por encima de la militancia autoritaria? Hay que reconocerle cierta coherencia. Y es que mantiene su postura de contradecir una y otra vez el sentido común y la ley, hasta cuando se trata de las órdenes dadas por él mismo.