En las últimas semanas, los pasillos del Mercofrut , el mayor centro de distribución de frutas y verduras del noroeste argentino– se llenaron más de incertidumbre que de compradores. Lo que hasta hace poco era un ir y venir constante de changarines, comerciantes y camiones descargando, hoy tiene un ritmo más lento, casi resignado. La demanda cayó, y con ella, también los precios.
La situación no es anecdótica: las ventas se redujeron de manera notoria, y los puesteros lo sienten en carne propia. “Estamos vendiendo menos y más barato. Así no se aguanta”, comenta uno de ellos mientras acomoda cajones de zapallitos que, si no salen hoy, mañana ya no valdrán lo mismo.
La mercadería estacional no espera, y en un mercado como este, donde la rotación es vital, los tiempos juegan en contra. Por eso, los precios bajan a modo de salvavidas, no por estrategia comercial, sino por necesidad urgente. “Es eso o perderlo todo”, se lamenta otro vendedor que hace cuentas con la mirada fija en las balanzas vacías.
El ajuste de precios, aunque beneficioso para algunos consumidores, representa una pérdida para los productores y comerciantes, que además enfrentan subas en los costos logísticos, de energía y mantenimiento. “Es una cadena que se rompe en el eslabón más débil, y somos nosotros”, señalan.
Desde el mercado no descartan que esta tendencia esté ligada al contexto económico general, con una población que ajusta su consumo en medio de la crisis, y una inflación que se desacelera en los números oficiales, pero sigue golpeando el bolsillo real.
“La fruta está barata, pero igual no se vende. Eso es lo que más preocupa”, resume un puestero con décadas de oficio, consciente de que el problema no es el precio, sino el poder adquisitivo de la gente.
Por ahora, la consigna es vender antes que tirar, y esperar que el frío no llegue antes que los compradores. En Mercofrut, como en tantas otras trincheras de la economía real, el termómetro ya no es el clima, sino el movimiento cada vez más escaso de los billetes.