Parte de esa cobertura fue colocar una réplica de «The Punisher» en el vehículo de los chicos, todos menores de edad, para sostener la coartada del «enfrentamiento armado», pero el fiscal Leonel Gómez Barbella ya desarmó esa versión. Ahora quiere saber quién puso la pistola trucha, tan trucha que ni siquiera tenía sistema de disparo. Era de utilería.
A las 9.40 de aquel 17 de noviembre, el inspector Gabriel Alejandro Isassi, el oficial Juan José Nieva y el oficial mayor Fabián Andrés López, los tres de civil y sin identificarse como policías, dispararon desde adelante y desde atrás contra el Volkswagen Suran que manejaba Julián: uno de los tres le acertó una bala calíbre 9 milímetros a Lucas. El proyectil ingresó por la frente, levemente hacia la derecha, y llegó hasta la parte superior de la mandíbula. La trayectoria fue de adelante hacia atrás, de derecha a izquierda y de arriba hacia abajo. Otra bala le rozó el pómulo derecho. Desde el asiento de copiloto, Lucas cayó sobre la pierna derecha de Julián.
En total, los tres policías dispararon once veces. Por la trayectoria del disparo mortal, López no lo hizo. Él estaba detrás de los cuatro chicos. Por eso, uno de sus tiros impactó en el guardabarro trasero izquierdo. En cambio, Nieva e Isassi los tenían de frente. De hecho, Isassi efectuó un tiro que quedó en el respaldo del asiento del acompañante. Sin embargo, la pericia balística descartó que fuera del arma de Isassi la bala que mató a Lucas -luego de que los médicos del Hospital Penna la extrajeran del cuerpo-, pero «no fue concluyente respecto de la Bersa Thunder 9 de Nieva». En otras palabras: las pericias complicaron a Nieva.
A las 9.40.36, Isassi informó por sistema radial: «Enfrentamiento armado, enfrentamiento armado. En Vélez Sarsfield, en Iriarte y Vélez Sarsfield, por favor, se nos fue, se nos fue el vehículo, Suran color azul, cuatro masculinos armados. Por favor, Comando, que estén atentos, estaban armados. Cuatro masculinos menores, con apariencia menores, jóvenes». A tres cuadras de allí, en Alvarado y Perdriel, Julián frenó para pedirles auxilio a dos policías, Micaela Fariña y Lorena Miño, pero, en vez de eso, ellas los hicieron bajar del auto a él y a Joaquín mientras Lucas se moría. «A estos villeritos hay que darles un tiro en la cabeza a cada uno», los amenazaron mientras los esposaban.
A las 9.59.35, apareció en escena el comisario Rodolfo Alejandro Ozan. Ya estaba al lado del auto donde agonizaba Lucas. En ese instante, llamó al comisario Fabián Alberto Du Santos:
Rodo: Fabi…
Fabi: ¿Qué pasó? ¿Se mandaron un moco?
Rodo: Un re mocaso, boludo, aparentemente…
Fabi: No hay…
Rodo: Le dije a Inca, que está como subcomisario.
Fabi: Ah…
Rodo: Que vaya y busquen lo tenga que buscar para justificar esto.
La conversación entre «Rodo» y «Fabi» es más larga. Según ese audio -los peritos informáticos la rescataron del celular de Du Santos porque no la borró ni desintaló la aplicación CubeCallRecorder-, Ozan confesó ordenarle al subcomisario Roberto Inca que buscara lo que tuviera que buscar para «justificar el mocaso» y le pidió a Du Santos que llamara a Juan Horacio «Perro» Romero para que bajara a «emprolijar esta cagada». Ozan luego llamó al comisario Daniel Alberto Santana para explicarle lo que acababa de suceder. Santana no era uno más: era, hasta ese 17 de noviembre, el jefe de todos los policías de La Boca, Barracas, Parque Patricios y Nueva Pompeya.
La llamada entre Ozan y Du Santos fue reveladora: diez minutos después de que Isassi, Nieva y López abrieran fuego contra Lucas y sus amigos, sus superiores ya estaban operando para encubrirlos. Para eso, mandaron a Inca y Romero. Ya en el lugar de los hechos, Inca habló con los ahora procesados por el crimen. En ese momento, acordaron sostener la coartada del «enfrentamiento armado». Pero necesitaban una prueba que no existía.
A las 11.23.31, desde el juzgado en turno ordenaron que fuera la Policía Federal (PFA) la que hiciera las pericias correspondientes porque del supuesto fuego cruzado había participado la Policía de la Ciudad.
Pero recién a las 12.49.44, es decir tres horas después del hecho, se acercaron los primeros agentes de la PFA a la escena y a las 13.44.05 llegó el subcomisario Pablo Andrés Blanco para ponerse al frente de todo.
A las 13.56.39, el subcomisario Blanco entrevistó al inspector Isassi y el oficial López. Ellos insistieron con su versión del «enfrentamiento armado».
A las 15.30 aproximadamente, la subinspectora Ascona, de la Unidad de Búsqueda de Evidencias de la PFA, recibió la autorización del juzgado para hacer las tareas en la escena.
Alrededor de las 18.30, los especialistas se acercaron al auto de Julián. «¿Vamos a proceder a retirar la pistola?», escuchó el papá que dijeron. Se volvió loco. Empezó a gritar. La mamá, más calmada, le preguntó a su hijo en ese mismo instante. «Eso es mentira», respondió.
A las 19.22.34, el OP4D comunicó: «Se secuestró una réplica de revólver de color negra plástica. El menor en el Hospital Penna se encuentra grave con respirador. Al lugar arribó SAME int. 355. Interviene el Juzgado de Menores 3. Averiguación Ilícito personal de PFA, trabajando subcomisario Pablo Blanco, división Intervenciones Judiciales».
En consecuencia, los investigadores se llevaron detenidos a Julián y Joaquín. Como tenían 17 años, los alojaron en el Centro de Admisión y Derivación. Niven, acompañado por su mamá a una comisaría, terminó en el mismo lugar. Los chicos pasaron la noche allí, pero, como tenían miedo de que les hicieran algo malo, trataron de no dormirse. A Lucas lo trasladaron al Hospital El Cruce. Murió al día siguiente.
El 18 de noviembre, la fiscal de menores María Fernanda Poggi, al descubrir las primeras irregularidades en el informe policial, solicitó la detención de Isassi, Nieva y López, pero el juez Alejandro Cilleruelo sobreseyó a los cuatro chicos por inexistencia de delito, les prohibió salir del país a los acusados y se declaró incompetente. Recaída la causa en el juez Del Viso, la delegó en el fiscal Gómez Barbella y, por pedido suyo, también en el fiscal Andrés Heim, de la Procuraduría de Violencia Institucional (Procuvin). El cambio de juez y fiscales significó un impulso determinante en el caso. El sábado quedaron detenidos los tres principales acusados.
Lo que vino después fue el arresto, uno tras otro, de los uniformados que encubrieron lo sucedido. Encripdata pudo saber que podrían caer más policías. También personal de la «pata civil». Parte de todo eso fue, como ordenó Ozan, buscar algo para «justificar el mocaso». De «emprolijar esta cagada», estuvieron enterados desde el primer momento Du Santos, Inca, Romero y Santana, además de Ozan, obviamente. Alguno de ellos o de los otros once detenidos pudo haber dejado los dedos pegados en el arma de juguete.
Los peritos de la Unidad de Búsqueda de Evidencias de la PFA ya les extrajeron a los 16 muestras de ADN y de odorología. Quien quiera que haya sido el policía que la plantó, dejó algo más que los dedos pegados en la réplica de «The Punisher»: su sudor. El sudor es un material biológico, es decir, tiene ADN, que es único e irrepetible. En cantidad suficiente, la muestra recolectada puede ser concluyente. Y el sudor tiene olor. Por eso, a través del cotejo odorológico, los especialistas usarán perros rastreadores para intentar determinar de quién era esa huella olorosa.
Quien quiera que haya sido el que dejó los dedos pegados, también dejó su sudor y su olor.
Se llama principio de intercambio, según la Criminalística.
Ahora solo falta poner el nombre.