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Una piña en la frente del Frente de Todos

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Los máximos referentes del Frente de Todos, en el búnker oficialista. Presidencia
Descacharreo

Pasaron tantas cosas estos dos años que nunca pareció tan necesario que la política se vuelva a ordenar con el voto popular. La ansiedad era: ¿qué había al final adentro de esas urnas? Un mensaje demasiado contundente. Un NO. Barajar y dar de nuevo después de casi dos años, en un mandato que sólo tuvo 99 días de gobierno sin Pandemia. Todos necesitaban que venga el voto y ordene. En la paráfrasis infinita de Sartre: esta elección es lo que hizo la sociedad con lo que el COVID hizo de ella. Un minuto de silencio para los que ya no están. Un minuto de silencio para los que no despidieron a sus muertos. Un minuto de pensamiento para los que fueron a las urnas con su dolor. Fue a votar una sociedad rota. La subestimación del peronismo y del kirchnerismo a la sociedad que representa nace de no mirar el dolor que le es ajeno, el dolor de los que esperan algo de ellos, el dolor que no es “su dolor” sino el de otros. Muchos están podridos de ser la crítica de esa vida que no entra en el progresismo: la del cheto, la del runner, la de los padres que querían que abran las escuelas, la de los peluqueros. 

Noventa y nueve días gobernó Alberto Fernández sin Pandemia. Se dice que la “luna de miel” de un nuevo presidente dura cien días. En esos cien días se debería acelerar el cambio de época, la presidencia de autor. Alberto arrancó lento. Tarjeta alimentar y deuda. Deuda. El tiempo te toca, te toca. Y le tocó ese que no vio venir. El presidente más desventajado de la democracia porque no supo qué tiempo le tocaba hasta que se le vino encima.

Alfonsín asumió y lo supo. Supo su tiempo: la deuda, la ESMA, los sótanos cableados, las colas de la paz, el pan y el trabajo. Menem lo supo. Supo los billetes juntados en una carretilla para comprar aceite en el Hogar Obrero. Supo del Estado vencido, daba lo mismo regalar una impresora para que cada cual se imprimiera los billetes de una moneda muerta, supo que no existían las impresoras. Kirchner la supo. Supo que había más desocupados que votos. Vio el zombie de la clase obrera entre los movimientos de desocupados. Supo que estaba Lula. Alberto llegó. Llegó el Frente de todos. Abrió la ventana en Balcarce 50, y había un Cisne Negro. Un pangolín en medio de la ruta. “Mirá qué lindo, ¿lo levanto? Está lastimado.” 

La Pandemia nos hizo puré. Y el gobierno la pifió, se encerró en lo que se encierra el kirchnerismo compulsivamente: en la autopercepción equivocada. En no ver la separación de una vida de funcionarios con la vida de los de a pie. Mucha agenda judicial, agenda para adentro, hacer el marco teórico de la crisis, y la ñapi estaba ahí, a la vuelta de la esquina. El Covid nos puso muy básicos y se necesita una agenda muy básica: menos reforma judicial y más asfalto. Llevamos diez años de inflación desquiciada. Cuarenta por ciento de pobres. ¿Hace cuánto tiempo en la Argentina no se soluciona un problema? 

La Pandemia fue el gran vivir con lo nuestro, más que de la economía, de la sociedad. Y el grado cero del Estado: los médicos curan, los policías reprimen, los maestros enseñan como pueden, los funcionarios no funcionan. Estos dos años de Pandemia se resumen en esta bella frase oída al pasar: “Es como que te agarre tu pareja saliendo del telo…la única solución es el olvido y el perdón”. Estas elecciones se deberían llamar “barajar y dar de nuevo”. El peronismo, que ama el Conurbano, que exporta porteños al Conurbano, que es Tercera Sección Electoral y luego existe, hizo todo lo que había que hacer para gobernar sólo eso en esa sola dimensión: contando respiradores. Para que no haya, como dijo la vicepresidenta que le dijo un gobernador radical (“¿te imaginás lo que va a ser el Conurbano?”): imágenes de las que no se vuelve, pasillos con cuerpos, respiradores insuficientes. No hubo eso. ¿Y después? ¿Cuándo salís del hospital? ¿Para qué cosas se pedía el voto? 

Democracia: no hicimos una economía, no hicimos tan capaz al Estado, pero hicimos una sociedad empoderada. Por eso no podemos ser Venezuela, ni el milagro coreano flexibilizado. Por eso no nos bajan del pony. Somos manta corta. Elige tu propia aventura pero todas son aventuras caras. El problema de Macri no es que pareció decir que somos un país de mierda, es que dijo que somos carísimos. Macri fue, en definitiva, más que un gobierno una auditoría: ¿cuánto sale una elección, cuánto sale un paro, cuánto sale un municipio y una escuela? Argentina es un país caro. Un país donde nos gusta más la plata que el capitalismo. Un equilibrio difícil. Y lo vimos también en los retrocesos discursivos de los nuevos “cucos”. Porque las campañas son grandes momentos de pedagogía. Se lo vio a Milei entrar a la villa 31. Recio, sobretodo de cuero negro, perro grande, pecho alzado. Pero se fue diciendo que “no hay que sacar los planes sociales”. Perrito chico. Es notable y no es hiriente: lo que ves es lo que hay. Gobernar es un arte donde nada se hace de un día para el otro. Milei ya tiene una pila fresca de votos. 

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El diablo sabe por viejo y la sociedad sabrá por Covid. Pero, ¿qué votó la gente? ¿Qué pasó? Pasó la elección. La palabra casta fue tan extendida que hasta la usó Patricia Bullrich, una mujer que, como los encargados de edificios, tuvo en su vida todas las llaves del Estado. Una vida entera enchufada a las instituciones argentinas. ¿Qué cambió? ¿Qué votó la sociedad argentina? Una campaña con todas sus velocidades paralelas: los spot populares de candidatos sin votos, los debates pelotudos, los debates que valieron la pena, los candidatos y candidatas habilidosos para las redes, y un largo bla de sobreestimaciones. Los jóvenes que parecen viejos y López Murphy, un político nacido para hacer campaña. Pero algo ya estaba sellado de fondo. El voto castigo. El voto, ese “papelito” como dijo Manes, con el que todos se sienten el David contra el monstruo grande que pisa fuerte. Por un día. 

Habló Alberto, agarró la derrota sin parecer enojado con lo que la sociedad votó. Al menos dio esa señal. Las elecciones son el día después. Las PASO, más. Después de éstos días (y el runrún sobre el “¿por qué?, la distribución de culpas, los cálculos) lo que viene es decir por dónde es, y saber que –efectivamente, leyendo los votos– no es con más “radicalidad del kirchnerismo”. Los que no lo votaron no están pidiendo “radicalizar”. Al kirchnersismo el trotskismo, ya hemos visto, le queda mal. Al revés: años atrás, el kirchnerismo supo ser mejor lector de sus derrotas que de sus victorias, en la época en que había caja y/o tiempo. En 2009 perdió y salió la AUH. En 2017 perdió y salió el Frente de Todos. ¿Y en 2013? Fue tan mala la lectura del triunfo de 2011 que tardó dos elecciones en romper ese “marco teórico” (vamos por todo). Armen un partido y ganen las elecciones, la profecía autocumplida de esos años que se cumplió. El partido está armado. Y de ahí vino de nuevo esta ñapi del siglo. Se podrá decir de estos dos años que se cuidó tanto la “gobernabilidad” del Frente de Todos que se descuidó el país. Lo que el gobierno hizo bien pareció impagable: no era a cuenta de votos. El gobierno prácticamente sólo se mostró en la Provincia de Buenos Aires. Porteños y rosistas somos todos. Una campaña con puesta en escena de actos en los que se hablaban entre ellos, se medían con gestos de equilibrio endogámico, subordinación e historias de IG. Mientras tanto, un kilo de carne parece más caro que un kilo de auto.

Por: Martín Rodríguez

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