Reducción general de “gastos innecesarios”. Fusión o cierre de embajadas. Equiparación, en buena medida, de los sueldos de diplomáticos con sus subalternos inmediatos. Recortes en los gastos de los cónsules.
El combo, que podría calificarse de “motosierra diplomática”, fue explicitado públicamente días atrás, de modo general, por el flamante canciller Gerardo Werthein, quien a poco de llegar al Palacio San Martín se propuso demoler algunas viejas certezas, “privilegios” y prerrogativas, hasta el momento intocables para el cuerpo diplomático, sobre todo el que cumple funciones fuera del país. Un camino que intentó transitar, en su momento, su antecesora Diana Mondino, quien solo cosechó críticas y hostilidad desde la diplomacia de carrera, antes de ser eyectada de su sillón de canciller.
Junto al reducido equipo de leales que lo rodea-el embajador en la ONU, Francisco Tropepi, y su también flamante jefe de gabinete, Ricardo Lachterman– y mientras termina de definir su equipo-se confirmó que seguirá la secretaria de Malvinas, Paola Di Chiaro-, el canciller comenzó a delinear su plan de ajuste y “reducción de gastos”, que no será, según confían en la Cancillería, “de un día para otro”, pero que tendrá su impronta, aseguran diplomáticos al tanto de sus metas.
En una entrevista con LN+, Werthein dio algunas pistas concretas de los espacios y erogaciones que buscará achicar. La primera: las “redundancias” y “duplicidades” de embajadas, con el objetivo de ahorrar fondos “que son de todos”, según explicitó. “Hay países en los que hay un organismo internacional y una embajada. Esto es dos embajadores, doble diplomacia, choferes, cocineros. Quizás haya que sintetizar dos embajadas en una”, detalló.
Dos diplomáticos cercanos a la Cancillería dieron a LA NACION tres ejemplos tangibles: en Roma ya conviven, desde hace días, la embajada argentina que encabeza Marcelo Giusto y la delegación nacional ante las FAO de Naciones Unidas en el mismo edificio, pero en París trabajan, por carriles separados, el embajador Ian Sielecki y también la delegación ante la Unesco, en su momento pensada para la senadora neuquina Lucila Crexell; igual que en Bélgica, dónde se desempeñan, por separado, el embajador en ese país, Juan Carlos Valle Raleigh, y la representación ante la Unión Europea. Fusionar la sede de la embajada con la residencia del embajador es realizable en algunos casos-el embajador en Brasil, Daniel Raimondi, por caso, ya trabaja en ese plan de fusión de las dos sedes de Brasilia desde la gestión de Mondino-e imposible en otras, como Venezuela, cuya residencia en Caracas fue, en su momento, donada al país por el gobierno venezolano.
Fuentes diplomáticas ven “factible” estas y otras fusiones, aunque destacaron que “esto implica cortar contratos, mudanzas, cambios de roles. No se puede hacer en un fin de semana”, se atajó un funcionario de la diplomacia que acuerda con el espíritu general del plan de austeridad de Werthein, claramente inspirado por el deseo del Presidente de atacar a la “casta diplomática”.
Contra la casta
“Javier considera que los diplomáticos son casta, que se la pasan yendo a cócteles y que no producen”, reconoció un libertario cercano a Milei para explicar las razones de fondo de los tijeretazos que se vienen.
El ex vicecanciller Fernando Petrella se mostró elogioso con la política exterior nacional y también con la idea general de ajuste en la Cancillería, aunque recordó que “en las embajadas hay muchas recepciones y comidas en retribución, un embajador tiene por lo menos cuatro invitaciones por semana. Las recepciones no son para tragos porque los diplomáticos no prueban bebidas, son para contactos informales necesarios”, puntualizó el ex vicecanciller con una pizca de ironía.
En relación con el proyectado cierre de embajadas, los diplomáticos advierten sobre los riesgos de “ideologizar” esas decisiones. “Argelia ocupa el lugar 18 de nuestras exportaciones, Egipto el 20 y Bangladesh el 23. Que no se les ocurra dejar Europa y cerrar África por prejuicios. El mundo va exactamente para el otro lado”, explicó un diplomático de vasta experiencia internacional, hoy con bajo perfil.
“Me parece una gran idea, entre embajadas y consulados habría que cerrar unas cuarenta. Y, por supuesto, estoy de acuerdo con ayudar y aumentar los ingresos del número dos de cada embajada, porque en casi todas tiene que alquilar y asumir otros gastos que el embajador no tiene”, opinó al ser consultado por LA NACION el excanciller Carlos Ruckauf, para quien, además, “muchas veces el embajador es el político, y el que más trabaja es su segundo”.
Sin deseos de enemistarse con la nueva administración, en la diplomacia de carrera califican de “original” la idea de Werthein de “reevaluar” la diferencia abismal de asignaciones y beneficios que obtiene un embajador de su colaborador más inmediato, en cada misión en el Exterior. “En muchas embajadas son solamente dos, sería difícil que ganen parecido”, retruca una fuente diplomática que cumple funciones fuera del país.
También ven con escepticismo que Werthein haya criticado al “cónsul en Nueva York, que vive en un dúplex”, cuando los cónsules, en general, pagan también el alquiler de sus viviendas con el plus en dólares que reciben. Un plus que fue recortado mediante un decreto presidencial, en concepto de pago de Ganancias, aunque una medida cautelar impide que siga haciéndose efectivo. Mientras Werthein y sus colaboradores trabajan en silencio, la polémica pareciera recién estar comenzando.