El 9 de julio es fecha de orgullo para toda la América hispana. Sin embargo, y lejos de ese orgullo, ¿Acaso es posible hablar de festejo de la independencia en la Argentina actual? En este país, no existe independencia en la Justicia. Si para muestra basta un botón, ayer la jueza María Eugenia Capuchetti resolvió hoy que los llamados “vacunados vip” no cometieron delito. ¿Cómo es posible un falló así?
Este hecho sólo es entendible si se tiene en cuenta el hecho de que la Justicia se encuentra desde hace mucho tiempo arrodillada a los deseos espurios del poder político. Al fin y al cabo, el Poder Judicial se terminó convirtiendo en una suerte de escribanía de los políticos que se reparten entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, desde los cuales manejan con control remoto la dirección en la que consideran que debe fallar la Justicia.
Algunas situaciones, posiciones y discursos que bajo el manto de la “necesidad de cambio” terminan siendo acciones que van en contra del sistema republicano y federal de gobierno reconocido en el primer artículo de la Constitución Nacional. Las principales acciones, entre otras, incluyen la ley pandemia y las reformas tanto del Ministerio Público Fiscal como de la Justicia Federal.
Modificaciones que, por un lado, son neurálgicas en el funcionamiento del sistema republicano y, por el otro, afectan derechos humanos fundamentales de la ciudadanía y requieren de consensos amplios de los sectores públicos, privados, y por sobre todas las cosas, de la sociedad civil. Pero, como si eso no fuera suficiente, tampoco existe independencia en la ciudadanía. ¿Acaso es posible manejarse con total libertad en la Argentina?
En realidad, ya ni siquiera es posible hacerlo fuera del país, incluso por disposición del Gobierno nacional que impide que los hijos de la Patria puedan retornar a este suelo que es el país de los miles de ciudadanos argentinos que se encuentran varados en el exterior. Y es que, con el argumento discutible del riesgo sanitario, puso el foco sobre quienes viajaron a Estados Unidos para aplicarse las vacunas que faltan en el país.
Afectando así también a quienes se fueron de vacaciones, por trabajo, por estudio o para atender emergencias familiares, como siguen apareciendo cientos de casos a cada momento. Para colmo, las señales no le abren paso al optimismo porque se viola sistemáticamente la libertad de la gente. Son ejemplos de un modelo que se ha impuesto en la Argentina: el “prohibicionismo”.
Algún día se prohibió la participación de simpatizantes de equipos visitantes en los estadios de futbol, otro se impidió a las personas comprar dólares en los bancos en los que operan, están prohibidos los despidos de trabajadores en las empresas y siguen desautorizados servicios de transporte individual de pasajeros provistos por plataformas desde aplicaciones móviles. Padecemos la consumación del prohibicionismo. Y nos hemos acostumbrado.
En una charla con un grupo de chicos, el jefe de gabinete, Santiago Cafiero, decía hace unos días que la Argentina “no es ese país de mierda que nos tratan de retratar”, y que el destino de los jóvenes no puede ser Ezeiza. En el cargo que ejerce desde hace un año y medio, tiene la gran oportunidad de contribuir a que no sigan creciendo la inflación, la pobreza y la desigualdad, tanto como han crecido en este tiempo.
Tal vez entonces Ezeiza deje de ser un destino de éxodos. Quizás ya no sea necesario cerrar los aeropuertos para evitar que muchos argentinos busquen un futuro mejor en alguno de esos países de los que nos vamos aislando. Y es que, justamente, el Gobierno nacional pelea con los socios del Mercosur y defiende a Venezuela y Nicaragua. Es decir, ante el mundo, Argentina prefiere dictaduras que independencia.
Necesitamos de una clase dirigente que pueda empatizar con este enorme desafío que tenemos por delante, que sea transparente y proactiva, que esté dispuesta a construir y dialogar con quienes opinan igual y con los que no, que en definitiva sea capaz de escuchar a todos los sectores de la sociedad. A 205 años de aquel 9 de julio en que la independencia y la libertad fueron las elegidas como cimientos para la construcción de nuestra nación.