A diferencia de otras crisis, en esta se pierde en todo, no sólo en lo económico. Y eso es lo que la vuelve inédita, imprevisible. El pasado sirve de poco. Las recetas que pueden buscarse allí son de dudoso efecto. No se puede entender este año sin analizar 2020. Son un continuo. Hoy se está pagando el costo económico y emocional de un confinamiento que ya nadie puede dejar de reconocer que fue extensísimo.
En ese marco, de acuerdo con un reporte de la Dirección General de Estadísticas y Censos del Gobierno de la Ciudad, en los últimos seis años un 8,5% de la población local vio menguada su economía lo suficiente como para pasar a formar parte de los estratos más vulnerables y estos, a la vez, se empobrecieron. Según la Encuesta Permanente de Hogares del Indec, el 60% de los argentinos gana en promedio $42.400.
Ya no alcanza con ser asalariado para pertenecer a la clase media. Tanto se han visto degradados los ingresos de los trabajadores que hoy dos sueldos mínimos no llegan a cubrir la canasta básica de una familia tipo, quedando bajo la línea de pobreza. Y esos, al menos, todavía gozan de algunos “beneficios” tales como aguinaldo y paritarias; anhelos inimaginables para los monotributistas.
Tampoco se estimula la formalidad laboral con medidas de incentivo al trabajador independiente. Al que se está cayendo del sistema, más que tendérserle una mano se lo empuja. Al que todavía aguanta, se lo condena a un yugo tributario inaudito por el que buena parte de lo que genera se lo lleva ese socio voraz que es el fisco. Y no se le da nada. Educación, salud y seguridad, como puede, cuando puede, debe procurárselas aparte.
Un gobierno que se dice peronista, pero que en vez de ser un generador natural de “clase media” es una máquina de fabricar pobres. Sin un proyecto consistente, la clase media quedó a merced de una economía descontrolada, sin acceso a la vivienda ni al empleo digno, estafada y abusada en cuanto espacio de consumo participa, abandonada, cuando no maltratada por el Estado, cansada y fundida.
Cualquier oportunidad es buena para agredirla, desde decirle “amarreta” hasta imponerle deudas retroactivas, o culparla por los resultados de una elección en donde no se sabía cuál de las opciones era la menos mala… No importa cuánto lo intente, siempre lleva la peor parte. A esa alguna vez pujante clase media, de la que nuestro país supo enorgullecerse, se le vino el mundo encima.
Sus representantes no se enteran, pero acostumbrada a dar batalla sigue esforzándose por sobrevivir. No merece esta dirigencia sino una que la escuche, la conozca y arbitre las medidas esenciales para que pueda producir y desarrollarse honradamente. Que valore su potencial. Dadora de trabajo, pagadora de impuestos, remadora consuetudinaria, solo necesita un punto de apoyo para poner el país en marcha.