Luego de lo que fue el día de la lealtad a un nacional populismo autoritario que no siente ni culpa a la hora de profanar hasta las cuestiones más sagradas, pudo comprobarse, como todos los días, que el cristinismo supera su degradación de la condición humana. Y es que pisotear un cementerio civil de piedras que son una llaga abierta, supera todo lo conocido. Ni en las guerras se trata así a los muertos. Ni entre enemigos armados se humilla así la memoria de los caídos.
Los energúmenos, instalaron la fotografía del horror. Aplastaron con sus asquerosos pies la memoria colectiva de más de 115 mil fallecidos, por la criminalidad del covid y la mala praxis del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. No conformes con esa provocación que revolvía el estómago, arrancaron carteles y fotografías que son verdaderos símbolos de la delirante condena al encierro de la cuarentena eterna.
No hay que tener una sola neurona ni estómago para romper una foto de Solange Musse. Esa jovencita murió de cáncer en Córdoba y no se pudo despedir de Pablo, su padre. Era su último deseo. No quería otra cosa en su corta vida que abrazar y besar a su viejo en la despedida final. Pero la burocracia macabra de los Fernández se lo impidió. Confirmaron que no tienen alma. Que no tienen corazón ni sentido común.
Viven en palacios alejados de la gente y no se conmueven ante nada. Decirles castas a esta altura, es poco. Porque mientras Solange se apagaba, las luces de Olivos se encendían para una festichola clandestina en el cumpleaños de la pareja del presidente, o se hacían velorios masivos y sin protocolo por Maradona o se adiestraba al perro Dylan, o se vacunaba desafiante la vanguardia iluminada y revolucionaria de Carlos Zannini, Horacio Verbitsky y Hugo Moyano.
Resulta repulsivo que un salvaje militante cristinista haya violado ese emblema colectivo que era la foto de Solange en el monumento a Manuel Belgrano, rodeada de las piedras de la memoria colectiva. Alrededor la comparsa de fanáticos en lugar de frenarlo, aunque sea por conveniencia electoral, lo alentaban y lo aplaudían. Fue como la quema del cajón de Herminio. O como el irracional que escribió “Viva el Cáncer”, mientras Evita se moría.
Una cosa es la diferencia de pensamientos y de comportamientos y otra muy diferente, es el odio cegador que escupe sangre. El cristinismo recargado con su guardia de hierro, La Cámpora, está empujando al país al borde del abismo de la irracionalidad absoluta de las hordas. Hay que parar la violencia que producen porque Argentina es un polvorín y cualquier chispa lo puede hacer explotar.
La única manera de no convertirse en jefes de esta humillación a los muertos es un repudio y una fuerte condena y sin eufemismos de Cristina Kirchner y Alberto Fernández y la identificación y castigo de los por lo menos tres asesinos del memorial popular de Plaza de Mayo. Algunos ya estaban convocando a un desagravio para el sábado que viene con una Tercera Marcha de las Piedras para hacer valer aquello de que un país violado no olvida ni perdona.