Que el presidente de la Corte venga del peronismo (un peronista que fue ministro de Néstor Kirchner), no significa que lo hayan detectado a tiempo. No en la dimensión que tomó en estos días. Cuando el gobierno miró el espejo retrovisor, ya era tarde. Rosatti asomó tras la última curva, aceleró en la recta principal y cruzó la bandera a cuadros. No lo vieron venir.
Con la disputa por la Magistratura, Rosatti gira el tablero y juega con las blancas: después de dos años del gobierno queriendo marcarle la cancha a la justicia, ahora la justicia le marca la cancha al gobierno. Hubo otras dos señales previas que pasaron inadvertidas y fueron cómo eligieron a sus nuevos representantes los jueces y los abogados.

Entre los jueces, la lista bordó (crítica del kirchnerismo) le ganó a la lista K (celeste) por 73 votos y eligió a la jueza Agustina Díaz Cordero. Entre los abogados, la ex funcionaria macrista Jimena De la Torre venció a la representante kirchnerista María Vázquez, que igual asume por la minoría.
La lectura es: en tres días hubo dos elecciones de jueces y abogados con sendas derrotas kirchneristas. ¿Pierde fuerza la matriz de Justicia Legítima, aquella coraza judicial de Cristina creada para ponerla a salvo? Esas nuevas representantes dejaban un tablero imaginario de 9 a 9, entre los 18 consejeros ya elegidos.
Faltaban los dos del Congreso. Si entraban los de las minorías naturales (Luis Juez y Roxana Reyes) el Consejo podía quedar con una mayoría de 11 reticente a acompañar los deseos de Cristina Kirchner. Por eso Cristina fue a fondo con las maniobras de resistencia y partió un bloque para “fingir” una segunda minoría.
Y de esa manera forzar la entrada a la Magistratura de un senador suyo (Martín Doñate) en lugar de un opositor. Un relato numérico. Aunque sea legal, todos saben que es trampa. Eso la dejaría 10 a 10 -porque Massa ya designó a la radical Reyes por Diputados-, pero si hay empate el voto del presidente (Rosatti) vale doble.
Acelerando sin que lo vieran, Rosatti es el freno de mano que enfrenta al gobierno -más justo sería decir al kirchnerismo- ante la desilusión descarnada del sueño obsesivo de Cristina: controlar la cabeza de una justicia donde aún hay demasiadas causas en revisión con la imputada que más le preocupa. Ella misma.