Cristina, cerca de cumplir siete décadas, tiene la piel curtida y la experiencia para entender que cada día que pasa Alberto sentado en el sillón de Rivadavia, pierde un poco más de poder y de votos. Pero también sabe que correrlo ahora importaría una crisis institucional de tal magnitud que acabaría con ella en una peor situación. Se enfrenta al dilema del prisionero: muestra que dos personas pueden “no” cooperar incluso si ello va en contra del interés de ambas.
Es la propia Cristina quien argumenta, en modo de crítica a la gestión del Presidente, que “su” gobierno está desarticulado, sin darse cuenta de que la causante es ella misma. La administración de lo “público” es una deuda pendiente que tiene la clase dirigente con la sociedad. Un problema irresuelto a consecuencia de malos dirigentes, más interesados en ganar la próxima elección que en gobernar para las generaciones futuras.
En el estado actual del Frente de Todos, los ministros que conforman el gabinete de Alberto Fernández, un presidente que se ha caracterizado por no presidir las reuniones de “su” gabinete, los termina convirtiendo en gerentes del fracaso. Algunos hacen un buen trabajo, otros no. De unos pocos, incluso, podría decirse que serían buenos ministros si tuvieran la suerte de integrar un gobierno “normal”.
El resto jamás sería contratado en el sector privado por inoperantes, cumpliendo una rutina diaria de mala praxis. En esta situación, un presidente como Alberto Fernández, que no tiene el poder ni los votos, hace del “aguantar y esperar que pase el tiempo” su única política real de gobierno. Se evidencia impotente para ordenar a sus ministros, y a partir de allí, mejorar la gestión de los asuntos públicos.
Que siga faltando gasoil, que la inflación “vuele”, que aterrice un avión “fantasma” en Ezeiza, que el narcotráfico se haya convertido en un problema sin solución, son algunos de los muchos ejemplos que podemos tomar del día a día. En palabras de la propia Cristina carecen de legitimidad de ejercicio. Todo lo que ha hecho Alberto como presidente fue acelerar hacia el fracaso, dejándolo políticamente erosionado.
Y a Cristina en el peor momento de su carrera política, quien intenta, desesperada, sus últimos estertores. El mal humor social está más presente que nunca en la sociedad. Tanto que en el Gobierno ya piensan en “clave” de mundial. Cuentan los días para que arranque Qatar 2022 y que llegue el 22 de noviembre el debut de la selección nacional ante Arabia Saudita, para que se hable de otra cosa.
Restan exactamente 149 días que desde la oficina del presidente calculan uno a uno. Con el riesgo país superando los 2000 puntos básicos y el dólar disparándose nuevamente se confirma que la gestión de Alberto Fernández es una máquina de coleccionar fracasos. La inflación es la consecuencia de la sumatoria de errores del gobierno. En suma, hoy tenemos un peor país y con más pobres que el 10 de diciembre de 2019.
Ya padecimos 2 años, 6 meses y 16 días del peor gobierno de la democracia argentina. Fueron 929 días donde por cierto la pandemia tuvo su parte, pero fue agravada en sus consecuencias por la pésima gestión de un presidente al que los propios tildan de mequetrefe y traidor. En ese marco, cabe preguntarse: ¿Cómo hará Alberto para gobernar los 532 días que le quedan? Es un misterio (o será un milagro).