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Cristina Kirchner lo logró: Argentina un “Estado fallido” como Venezuela

Con grandes niveles de inflación y de endeudamiento, sin moneda ni crédito, la población argentina se ha visto empequeñecida hasta su mínima expresión y se encuentra latente la posibilidad de una crisis social que desemboque en un estallido como en el 2001

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Los actores económicos desconfían y las expectativas negativas echan leña a la fogata inflacionaria. La incertidumbre profundiza la crisis. Todos los datos de la economía se recalentaron a apenas horas de que la jefa de la cartera económica presentara su plan de acción. El viernes cerró con números que producen vértigo. Con el dólar de las empresas por encima de los 300 y el blue respirando al menos por detrás. No hubo tregua. La que termina fue una semana de locos.

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El dólar blue cerró el viernes a $293.

En 2019 el presidente Alberto Fernández y su vicepresidente Cristina Kirchner, lanzaron su programa de gobierno y prometieron poner a la Argentina de pie. Sin embargo, no aclaró a qué altura se alzaría la república una vez erguida. De a poco, la población percibió el costo, medido en centímetros, de haber confiado en un frente tan bicéfalo como acéfalo. Todo a su alrededor pareció dilatarse, como una ilusión óptica, hasta que nada más le fue accesible.

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La dupla Fernández – Fernández

La Argentina se hizo minúscula creyendo que el mundo se había hecho mayúsculo. Para comenzar, Alberto Fernández declaró que la deuda heredada le quedaba grande y era impagable, por lo menos conforme a su autopercibida incapacidad de honrarla. Como un sucesor incompetente, ajeno al mérito y al esfuerzo, prefirió culpar a su predecesor por haberla incurrido, a pesar de que recibió una nación en marcha, capaz de generar riqueza abundante si hubiera sido bien gestionada.

Al tiempo, el dólar libre voló a las nubes y, tras el escape de la divisa, bienes y servicios básicos y elementales, como las prendas de vestir, el calzado y los útiles escolares, se convirtieron en prohibitivos, y los alimentos se alejaron de los bolsillos. Esto quedó sobre manera muy en claro en la semana que se fue para nunca volver de una manera irrefutable con la cifra de inflación correspondiente al mes pasado.

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En ese marco, también se agigantó el costo de mantenimiento de los automóviles, por el alza de impuestos, seguros, combustible, peajes, neumáticos y repuestos. Como una conjura contra nuestro país, se desmesuraron los alquileres, las expensas, los colegios, las prepagas, los remedios y los asados. Las cuotas prendarias e hipotecarias, los saldos de tarjetas y las libretas de almacén.

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Con inflación, sin moneda ni crédito, los argentinos se han vuelto tan pequeñitos como aquellos niños que, en el film de 1989, un científico encogió de forma accidental, diciendo: “Querida, encogí a los niños”. Desde su visión a nivel del suelo, como infantes embaucados, ahora creen que las cosas crecieron por culpa de la pandemia y de la guerra, conforme al zanatero relato oficial.

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No se dan cuenta de que ellos mismos nos achicaron entre vecinos que, con iguales problemas, mantienen sus clásicas proporciones. Todo resulta inmenso e inalcanzable, salvo el tren, el colectivo y las tarifas, segmentación mediante. Ni en puntas de pie, ni con escalera, ni a babuchas se puede acceder a lo necesario, desde nuestro insignificante tamaño actual por culpa del Gobierno nacional.

Desde góndolas altísimas se exhiben productos prohibitivos para billetes sin valor, aunque vienen a comprarlos bolivianos, paraguayos, brasileños o uruguayos, quienes, al no haber sufrido el mismo síndrome de desgobierno, llenan sus carritos con avidez de 2×1. Pagan con guaraníes, reales, bolivianos o pesos orientales, que, con ojos argentinos, parecen riyales qataríes. Con algo de lástima y un poco de desdén, también se llevan el gasoil que el campo necesita, en camiones que cruzan las fronteras.

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Como en filas de hormigas que recorren la avenida 9 de Julio, marchan movimientos sociales empequeñecidos ante una realidad que los supera y excluye. Angustiados, reclaman del Estado un aumento de planes que, por requerir mayor emisión, los encogerían aún más, mermando hasta evaporar sus ya ínfimos ingresos. Argentina hoy está a un paso del abismo y nada en el mundo parece estimularnos a tomar responsabilidades en el asunto.

Hoy el peligro de que la crisis escale hasta un punto de no retorno es un peligro más que cierto y en el Gobierno nacional contienen la respiración para que la situación no se desmadre como en el 2001 y la posibilidad de un enfrentamiento civil no se concrete debido a que ese panorama sería el peor de los infiernos y pondría a la Argentina al borde de ser considerado un “Estado fallido” al peor estilo de Venezuela.

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Piqueteros del Polo Obrero en una movilización frente al ministerio de Desarrollo Social. Foto: Télam

Alberto Fernández intenta vanamente que el universo se adapte al mini talle de la Argentina de pie y no a la inversa. Conjuga el verbo “desacoplar” en todos sus tiempos y modos, aplicando controles que provocan efectos contrarios, trátese del dólar turista, precios cuidados o alquileres congelados. Como si fuese un fenómeno natural y no provocado, raciona el acceso a divisas cada vez más escasas por la propia lógica de los incentivos ante las distorsiones.

Sin embargo, no todo está perdido, pues existen sortilegios para que los argentinos retomen la altura de una gran nación, superando la degradación de vivir entre un zócalo y un felpudo. Son palabras sencillas, vedadas por Axel Kicillof e impuesto a rajatabla por el Instituto Patria, a contrapelo de los países que progresan con sentido común y monedas sanas, de Estonia a Vietnam, de Polonia a Portugal, donde los gobernantes las dicen y aplican sin complejos.

Instituto Patria FOTO: CEDOC

Es decir, “Confianza, clima de negocios, propiedad privada, seguridad jurídica, mérito y esfuerzo, integración al mundo, inversión productiva, competitividad, reformas estructurales, flexibilidad laboral, bajos impuestos, capital abundante, productividad y apertura económica”. Si se pronuncian con convicción y reúnen respaldos políticos, el proceso de encogimiento se detendrá y la población argentina recuperará su tamaño, comprobando que las cosas no cambiaron, sino que sus ingresos se achicaron.

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Cristina Fernández de Kirchner junto a su socio político Nicolás Maduro

Cruzado un cierto umbral, Alberto Fernández y Cristina Kirchner nos harán ingresar en el mundo subatómico, donde se puede estar y no estar simultáneamente, conforme al principio de incertidumbre que es su fuerte. Allí se sentirá cómodo dando saltos cuánticos y señales contradictorias, mientras podrá observar a su perro Dylan jugar con el gato de Schrödinger. Aunque los pobres argentinos, de tan encogidos, no seamos ya más visibles en la faz de la Tierra.

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