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El kirchnerismo se convirtió en un Gobierno al que no defienden ni sus propios integrantes

Además, se trata de un oficialismo sin espacio para nuevos reclamos.

alberto y cristina
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Si crisis es sinónimo de oportunidad, la que está aprovechando la suya es Gabriela Cerruti, vocera presidencial quien, por estos días, y a expensas del crítico momento del Gobierno, disfruta de sus quince minutos de divismo. Sus videos en Instagram caminando espléndida por Plaza de Mayo hacia la Rosada, las fotos y videos junto a ministros, en las que siempre es ella la que habla y los demás escuchan y “aprenden”.

Y las clases de periodismo en cada una de sus conferencias y entrevistas radiales, donde define qué se debe preguntar y cómo hacerlo, entre otras máximas que por suerte comparte con el resto del mundo, exponen su magnífico momento. Una pena que no coincida con un magnífico momento para los 47 millones de argentinos a los que ella debería colaborar en transmitirles algún horizonte.

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Su protagonismo, sin embargo, es también la descripción de un Gobierno que ha llegado al extremo de quedarse sin oficialistas. Si Cerruti es la voz preponderante, no es sólo por su condición de vocera, sino también por la dramática ausencia de funcionarios, socios políticos, allegados y hasta simpatizantes que asuman ese rol. La observación atenta advierte incluso un giro en los medios, particularmente los canales de TV hasta ayer oficialistas.

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Hoy la realidad muestra en una vereda a un Presidente debilitado y confundido, y en la vereda de enfrente al resto. Y ese resto incluye dos grupos: los “oficialistas opositores” y los ausentes. Incluso se descubre la extraña paradoja de que el propio Presidente, por la condición equívoca de sus intervenciones, se constituye como opositor de sí mismo. Mientras tanto, el dólar blue, síntoma primordial de esa debilidad, escala en su cotización (este miércoles cerró a $ 317).

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Y lo hace ante el mutismo y la invisibilidad de los funcionarios, esquivos ex representantes de un Gobierno en estado catatónico. La misma realidad es la que impulsa a otro actor protagónico de los últimos días, el piquetero Juan Grabois. Símbolo de los “oficialistas opositores”, sus amenazas ocupan el mismo espacio vacío que dejan otras voces. Hacerse el valiente con el Presidente en estos días resulta fácil, pero no es precisamente señal de valentía.

Su socio coyuntural es Eduardo Belliboni, del Polo Obrero, ambos ocupantes del espacio mediático, beneficiarios de millones de planes y de la pérdida de relevancia de la CGT, cuyos líderes también eligieron preservarse. Parte vertebral del oficialismo que se quedó sin Gobierno, Héctor Daer y Carlos Acuña parecen obedecer al axioma campestre de “desensillar hasta que aclare”.

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Junto a los gobernadores, la otra pata del trípode que sostenía a Alberto Fernández en los días felices de 2019, abandonaron apurados la escena empujados por la crisis y la ineficacia gubernamental. La síntesis encuentra a un Presidente apenas acompañado por los más fieles, pero más ocupados en sostener lo que queda que en diseñar políticas hacia el futuro; y a un oficialismo encerrado en su propia trampa: no hay Presidente a quién apoyar, pero tampoco Gobierno al que reclamar.

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