Cristina Kirchner está llegando a tiempos judiciales de definiciones que hubiera querido evitar. En su mayor debilidad interna, sin haber podido derribar a la Corte ni condicionar a la justicia con sus reformas se asoman malas noticias. La acusación del fiscal Diego Luciani en el juicio por la llamada causa madre de corrupción en la obra pública tendría acusación antes de la feria de invierno.
Esa causa en la que se la juzga como jefa de una asociación ilícita que defraudó al estado por 46 mil millones de pesos mediante el otorgamiento de unos 50 contratos irregulares al amigo presidencial Lázaro Báez, podría tener sentencia antes de que termine el año. Es ese juicio en el que ella advirtió al tribunal que ya la había juzgado la historia. Pero la historia a veces juega con ironías.
A este probable derrotero de la causa Vialidad, se sumarán casi seguras decisiones adversas en al menos dos juicios que la vicepresidenta quiso evitar. Es curioso: a Cristina se le viene la noche en lo judicial sin que Alberto pueda ser el depositario del cambio en el péndulo del poder. Y el año y medio que resta es un valle de lágrimas. A él lo sostienen, parte del sindicalismo, los movimientos sociales oficialistas y mantener entre algodones el acuerdo con el Fondo.
En esta foto de grietas internas, no parece haber ganadores de la pelea sino triunfos pírricos, de cara a una sociedad que la está pasando mal, muy mal. Que alguien encuentre un heredero en esta malaria. Mientras los movimientos sociales oficialistas buscan darle oxígeno al Presidente en sus ambiciones de continuidad, sólo basta ver las encuestas para entender el vuelo corto de esa pretensión.
Al mismo tiempo, Cristina no tiene un candidato fuerte que la suceda. Nadie parece escapar de la mancha maldita del fracaso del gobierno que ella entronizó y del que no puede ni siquiera irse con un portazo, porque necesita fueros y cajas. La verdad es que nunca existió una idea común. Sólo recuperar el poder. Alberto Fernández, no se sabe quién es y a ella se le cayeron las máscaras. Él dice a cada quien lo que quiere escuchar.
Pero sus contradicciones consigo mismo devastaron su credibilidad. Encima, por momentos, el Presidente parece al menos, desenfocado. Las respuestas que no tiene el Presidente vienen contundentes por otro lado. El censo con el número de habitantes revela que en los últimos 12 años Argentina directamente no creció y que el PBI per cápita de unos 10.500 dólares demuestra lo que ya sabemos, que somos más pobres. Más de una década, no ganada.