“Me sacaron la pelota y me dieron un fusil”, describe crudamente Héctor Rebasti, cada vez que repasa su carrera como futbolista y su paso por la Guerra de Malvinas. Él integra el grupo de diez ex jugadores que en 1982 guardaron los botines para formar parte de los 24 mil soldados argentinos que participaron del conflicto armado con Inglaterra.
A los 20 años se desempeñaba como arquero de las Inferiores de San Lorenzo al mismo tiempo que cumplía con el servicio militar en La Tablada, lo que le impidió tener un estado físico adecuado para llevar adelante ambas responsabilidades. De esta manera, lo dejaron libre y probó suerte por insistencia de su padre en la vereda de enfrente, en Huracán. Le hicieron una prueba y quedó, decisión que le costó por ser hincha del conjunto azulgrana.
Al poco tiempo, empezó a entrenarse con la Primera junto al Turco García, Claudio Morresi y Omar De Felippe, con quien luego compartiría 72 días en Puerto Argentino. Pero en el Globo no tuvo tiempo de acomodarse, ya que unos días antes del inicio del conflicto fue convocado para reincorporarse al ejército donde le dieron un arma y lo enviaron a combatir. “Lo único que sabía hacer era jugar el fútbol”, reconoce el bonaerense.
Cuando regresó de Malvinas ya no era el mismo. Estuvo un tiempo en Huracán pero no llegó a readaptarse. Lo llamaron de algunos equipos del Ascenso, pero su físico había cambiado y su cabeza también. “Intenté retomar. Iba una semana, me descomponía, vomitaba y no fui más. No volví preparado para volver a jugar al fútbol”, confiesa en diálogo con Infobae el hombre de 60 años que trabajó más de la mitad de su vida en el Banco Provincia hasta que le llegó el tiempo de jubilarse.
– ¿Qué es de tu vida, Héctor?
– Me jubilé después de trabajar mucho tiempo en el Banco Provincia. Estoy pensionado, con tres hijos y pasando los días, ¿no? Tratando de estar tranquilo, pero con problemas de salud como todos, de presión, de azúcar en sangre y hace un año me recuperé del COVID-19 que me tuvo al borde de la muerte. A laburar al banco entré en 1984 como ex combatiente con una tanda de veteranos de guerra y después fui escalando hasta terminar como cajero en una sucursal bancaria.
– ¿Cómo fueron tus inicios en el fútbol?
– De chico en un club de barrio de San Antonio de Padua. Luego, fui a probarme a Ferro Carril Oeste que militaba en Primera y buscaba talentos en los clubes de barrios. A los 11, ya jugaba en cancha grande. Siempre fui fanático de San Lorenzo y mi sueño era atajar en ese equipo. De esta manera, llegué al club de Boedo e hice todas las Divisiones Inferiores, desde la Pre-decima hasta la Novena; a partir de esa categoría pertenece a la AFA. Luego, me tocó en 1981 hacer el servicio militar obligatorio.
– ¿Cómo manejaste la situación de hacer la colimba al mismo tiempo que entrenabas en el Ciclón?
– El año 81 se me hizo muy complicado porque ingresé a Infantería en La Tablada, y eran muy exigentes, aunque me daban permiso para ir a entrenar por la tarde. Pero me fueron mudando ya que tuve que ir a La Pampa y estuve limitado para ir a practicar con mis compañeros. En esa temporada me perdí muchos partidos a pesar de que entrenaba con los profesionales, pero jugué muy poco en Reserva. Recuerdo que una mañana bien fría llegué al vestuario de la segunda categoría azulgrana y me quedé dormido porque no descansaba bien por hacer ambas cosas. En ese momento, entraron al camarín el entrenador de la Reserva, Román, y el de la Primera, Juan Carlos Lorenzo, me vieron durmiendo y esto significó que no me quisieran más en el club. Ambos decían que el futbolista debía dormir de noche y entrenar de día, pero no sabían que yo hacía el servicio militar obligatorio, por eso me quedé dormido y fue mi pecado de juventud.
– ¿Ahí terminó tu relación con San Lorenzo?
– Sí, trunqué mi carrera de esa manera. Mi objetivo era jugar en San Lorenzo de Almagro, el club de mis amores, y no me importaba el dinero ni la gloria. Pero fue un golpe al corazón haber quedado libre sin que supieran lo que me estaba pasando. Ambos entrenadores ni siquiera me preguntaron por qué dormía a esa hora. Tuve la mala suerte de que no me preguntaron sobre mi historia ni yo tampoco les conté lo que me estaba sucediendo. Acto seguido, mi papá no dejó que terminara mi carrera ahí y, medio obligado, lo digo porque soy hincha de San Lorenzo, me llevó a probarme a Huracán, donde estaba Toscano Rendo de director técnico, que me conocía del Ciclón. Pasé la prueba de ingreso, entrené con el plantel de Primera hasta que me llamaron para ir a la Guerra de Malvinas.
– ¿Con quiénes entrenabas en la máxima categoría del Globo?
– Con Claudio Morresi, el Turco García y Omar De Felippe, entre otros. Tenía edad de Tercera pero entrenaba con los profesionales. En San Lorenzo, en cambio, jugué con Walter Perazzo, Ruben Insua, Leonardo Carol Madelon, Fabian García y Blas Giunta. Recuerdo que fui alcanzapelotas de Los Matadores cuando me desarrollaba en las Inferiores. Cuando recalé en Huracán, estuve una semana y me llegó el telegrama indicando que debía ir derecho a las islas Malvinas.
Rebasti (abajo) perdió su lugar en el Ciclón por el desgaste que le generó el servicio militar
– ¿Es cierto que en el Globo te peleaste con el Turco García?
– Sí, una vez ingresé al vestuario y me dijo: “Ese Gordo Rinaldi (por Jorge) no sirve para nada”. Quiso romper el hielo en el grupo con mi presencia, hizo un mal chiste y lo invité a pelear. Luego, lo mandé a la mierda. Para él era todo joda y yo eso no me lo bancaba. Encima, estaba en un lugar que no quería y debía hacerme desde abajo, no me sentía bien jugando en el rival de toda la vida. Yo jugaba a la pelota de corazón, por el sólo hecho de amar los colores azulgranas.
– ¿No la pasaste bien en el club de Parque Patricios?
– Ir a Huracán para mí era un castigo y no era feliz, pero fue una oportunidad que la vida me dio. Luego, me sacaron la pelota de la mano y me dieron un fusil para ir a la guerra. Cuando volví de Malvinas, me cambió la vida para siempre. Ya no aguantaba el entrenamiento, no era el mismo. No tenía a mis amigos con los que había jugado en San Lorenzo. Mi físico no era el mismo. Cuando regresé, intenté retomar, fui una semana, me descomponía, vomitaba y no fui más.
– ¿Volviste a Huracán o fuiste a San Lorenzo?
– Al Globo, y cuando Rendo me tuvo que renovar el contrato le dije “dame el pase porque no quiero jugar más al fútbol”. Me vinieron a buscar clubes del Ascenso: Midland, Deportivo Merlo y uno de La Pampa, pero no estaba preparado para seguir jugando al fútbol.
– ¿Te afectó bastante el hecho de ir a la guerra?
. Sí, mucho, y te cambia la vida para siempre. De ser un ciudadano común y argentino, que eso es muy especial por ser familiero y amiguero, te convertís en un sobreviviente despreciable, que busca el límite en las cosas que hace y que sabe que es vivir o morir, que no existe otra cosa para continuar. En un año, pasé de disfrutar de mis amigos a estar solo y me olvidaba las caras de mis padres.
– ¿Por qué te pasó eso?
– Porque debía ser fuerte y valiente, no podía pensar en ellos. En Malvinas estaba cagado de hambre y no podía permitirme pensar en otra cosa que no fuese en sobrevivir a la guerra. Cuando llegué a las islas, cargaba al hombro un cajón de morteros que pesaba 86 kilos. El 13 de junio a la noche, cuando combatimos por última vez, tan solo transportaba una munición y me costaba llevarla porque el desgaste físico fue tremendo. No tomaba agua porque no teníamos. Estuvimos 75 días sin líquido, con falta de comida, y luchábamos con 10 grados bajo cero. Entonces, viviendo en estas condiciones, no te ponés a pensar en tus papás y en tus hermanos porque tenés que estar fuerte mentalmente para seguir en la batalla. Había compañeros más débiles que uno y teníamos que alentarlos y estar a su lado para que pudieran comer y que no pasaran frío. Había personas mutiladas, y otras que se volvieron al continente por diferentes enfermedades. Chicos que se caían emocionalmente y teníamos que sostenerlos sabiendo que los ingleses se estaban acercando y no podíamos dejarnos vencer. Recuerdo que el ultimo día de batalla cuando nos atacaban los británicos, nos defendíamos con tres ametralladores y dos morteros, y estábamos cerca de perder la batalla.
– ¿Qué secuelas te quedaron?
– Todo combatiente que peleó, luchó, sufrió los bombardeos de aviones, le cayeron las bombitas al lado, esquivó los tiros y llevó en sus hombros a compañeros que luego murieron en tus brazos le quedan secuelas y la mayoría sufrimos estrés postraumático crónico, que viene a hacer una discapacidad psicológica. Hasta el día de hoy es difícil conseguir la paz mental. Porque un día te levantás nervioso, muy eufórico, muy arriba o al otro, todo lo contrario, muy depresivo, bajoneado y no tenés ganas de hacer nada ni de salir de tu casa, porque estás todo el día tirado. Nunca se supera por completo un hecho de semejante magnitud. Trato de sacar los recuerdos, hablando y dando charlas sobre este tema. Me sirve dialogar con compañeros de igual a igual sin pensar que al otro lo está afectando. De esta manera, se va sacando todo lo malo que uno conserva y te vas curando por dentro. El llanto y las lágrimas siempre están. Muchas veces me pongo a llorar porque revivo momentos. Al revés, no quiero tapar nada de lo que viví porque se hizo lo que se pudo hacer, aunque yo me echaba siempre la culpa de haber perdido la guerra.
– ¿Por qué?
– Porque no entendía como perdimos la guerra. Fue tristísimo ver la bandera blanca en Puerto Argentino. Recuerdo que cuando fui a Rosario a grabar un documental me encontré con gente que me abrazaba y me decía “diste mucho por la patria, no te sientas culpable de nada”. Eso me reconfortaba. Pero siempre me eché la culpa de que pude haber hecho un poco más para evitar ser derrotado.
– ¿Es difícil vivir con esa culpa?
– Muy difícil. Con el correr del tiempo, un combatiente vive con la culpa de que es el responsable de la derrota y terminás diciendo “por qué ellos (por algunos compañeros) se murieron y yo no”. Hay compañeros que se han quitado la vida por la culpa que sentían de la derrota. Otro han caído en el exceso del alcohol y las drogas. Porque esa culpa te golpea todos los días y no te permite ser feliz con lo que tenés; siempre tenés una deuda. Con el tiempo, te relaja un poco hablar de los verdaderos héroes que fueron los que lucharon en Malvinas y quedaron allá, y dieron la vida por la patria. Me queda la dicha de haber estado y presenciado ese momento. A veces, suena raro pelear por amor, pero nosotros lo hicimos por amor a la patria, por nuestros compañeros, por la familia y la tierra que uno defiende.
– ¿Creés que el pueblo argentino reconoce y valora a los combatientes de Malvinas?
– No, creo que no. El reconocimiento no lo tuvieron los soldados de San Martín, imagínate si lo vamos a tener nosotros que perdimos. Desgraciadamente, el reconocimiento nunca estuvo, no está ni estará. Lo que sí tuvimos es una linda bienvenida cuando dejamos de ser prisioneros en Canberra y bajamos en Puerto Madryn. La gente local nos reconocía al costado de la ruta y nos agradecía el haber participado en Malvinas. Nos tiraban cigarrillos, pan, nos daban de todo. Por suerte, yo la viví y es el reconocimiento que tengo y lo llevo en el corazón.
– ¿Cómo fue tu vida después del conflicto bélico?
– Me quedé mucho tiempo encerrado en mi casa y no quería salir a la calle por el miedo y la vergüenza de haber perdido la guerra. Me sumergí en el alcohol y fumaba mucho. Un sólo amigo-vecino me vino a ver y me preguntó cómo estaba. Cuando regresamos, muchos quedamos frustrados y no pudimos cumplir nuestros objetivos en la vida. Yo me agarraba a trompadas con compañeros del laburo porque se burlaban de mí.
– ¿Cuesta mucho volver a ser el mismo de antes?
– Nunca volvés a ser el mismo. Hoy voy a cumplir 61 años y hago catarsis, me río, y trato de no pensar en lo que viví. En el Banco Provincia me decían “el loquito de la guerra” y no era una persona común para mis compañeros. Me tuve que aguantar muchas cargadas. Pero yo quería ser una persona normal, de bien, con el sueño de algún día tener una familia. Durante la guerra te transformás en un ser despreciable por la bronca que te genera todo. Si tenés que agarrar un palo caliente, lo agarrés. Si tenes que robar comida, lo hacés. Se hacen cosas que cuando volvés a tu vida normal, tenés que dejar de lado todo eso para reinsertarte en la sociedad. Hasta que te acomodás de nuevo lleva un tiempo de adaptación. Después de Malvinas, no me importaba nada. Pero hoy estoy contento con mi vida y también por el hecho de haber ido a Malvinas a luchar por mi patria. Luego, formé un familia con buenas costumbres que hoy me hace sentir muy bien con la vida que llevo adelante.
– ¿Tu familia fue el motor para seguir viviendo?
– No, no. La vida es linda para seguir viviendo y te puede llevar a un montón de lados distintos. Para mí, el fútbol era lo principal y único. Sin embargo, me tuve que rearmar y me dediqué a otra cosa, me dediqué a vivir. Luego, conocí a mi señora, compramos mi primera casa, fuimos padres, y ya vas asimilando obligaciones que te llevan a una vida que uno no planeaba, pero termina siendo hermosa, sin dudas. El tema es no quedarse, no aplastarse y luchar para seguir adelante.
– En los últimos meses, con la obtención de la Copa del Mundo en Qatar y con “Muchachos, esa canción que se volvió tan famosa que habla de ustedes también, de “los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”, ¿creen que hoy son más valorados?
– Es hermosa esa canción y le agradecemos a todos los hinchas que la cantan y se acuerdan de nosotros. Yo los veía jugar y observaba a los pibes que murieron detrás de los jugadores de fútbol empujando hacia la victoria. Yo veía fantasmas detrás de la pelota y los muchachos se mataban por ganar los partidos. Creo que de alguna manera fueron ayudados por nuestros héroes. A mi me dio esa sensación, de que había algo adentro del estadio que soplaba a favor y eran mis ex compañeros fallecidos. En la cancha, durante cada partido, había 649 jugadores corriendo detrás de una pelota y no solamente los 26 del seleccionado argentino.