“Literalmente te cambia la vida porque nunca podés dormir en paz”, dijo Lucía Rodríguez. “Al final vos te transformas en una presa porque no querés salir de tu casa por temor a que te roben”, respondió Silvina Martínez.
“Tenés que salir a gastar plata que no tenés para buscar algo de comodidad. Buscás diez mil alternativas, gastás plata en rejas, cámaras de seguridad y alarmas, pero nada te protege porque el Estado te abandonó”, resumió Esteban García.
Esas fueron algunas de las respuestas de los vecinos de por lo menos cuatro barrios cuando se les consultó cómo viven con la inseguridad.
Es un sector de alrededor de 34 manzanas. Está limitado por las avenidas Gobernador del Campo (norte), Benjamín Aráoz (sur), Coronel Suárez (oeste) y la de Circunvalación (este). En este sector de la ciudad, que está a 10 minutos de la plaza Independencia, según las estadísticas de los vecinos, se cometen al menos dos robos por noche.
SORPRENDIDO. Un joven momentos antes de robar un taxi en Las Torres.
Siempre lo mismo
“Todas las noches es lo mismo. Hay varios chicos buscando robar. Sacan lo que sea para comprar droga en La Costanera”, comentó Lucio Jiménez. En las imágenes que registran las cámaras de seguridad se puede observar a jóvenes robando los autos de Las Torres que están al final del pasaje Jorge Luis Borges; cómo intentan arrancar los cables del tendido eléctrico y de las conexiones de las viviendas, los caños de cobre de los medidores de gas y hasta las persianas de madera.
IN FRAGANTI. Dos jóvenes fueron registrados robando una persiana en el barrio Parque.
“Me divierte escuchar a las autoridades cuando hablan del mapa del delito. Pareciera que Google Maps no registró esta zona porque hace más de un mes que nadie duerme tranquilo”, añadió el empleado de comercio que vive desde hace más de tres décadas en este sector de la ciudad.
Mariana (su apellido se preserva por cuestiones de seguridad) contó la historia más fuerte de inseguridad que se vivió en los últimos tiempos en barrio El Parque. A fines de enero, desconocidos ingresaron a su casa de Mario Bravo al 300 para robarle un toldo.
Por esa razón decidió poner cámaras de seguridad. Dos semanas después, esos aparatos sirvieron para registrar cómo dos jóvenes arrancaron un barrote de la verja para robarle las persianas de madera de la vivienda. Con las capturas, hizo lo que la Policía no pudo hacer: identificar a los autores.
“Con los vecinos averigüé que eran un grupo que le dicen Los Galleguitos. Fuimos hasta su casa y nos atendió la madre. Ella nos contó que habían sido sus hijos y que habían cambiado las persianas por $ 1.500 a un transa de La Costanera. También nos pidió que no hiciéramos la denuncia y que me pagarían en cuotas el valor de lo robado”, relató la víctima al recordar la “locura” (como ella misma lo definió) qué hizo para tratar de recuperar sus pertenencias.
Pero hay más. “Mi pareja con un amigo, sin que supiera, fueron hasta La Costanera y encontraron la casa del transa. Luego llevaron todo a la Policía e hicieron la denuncia. A las horas, me entregaron las persianas. Pero no detuvieron a nadie y tampoco hicieron nada con el que las recibió. Así nunca va a cambiar nada”, explicó.
Una guerra
“Aquí estamos al borde de una guerra. Son ellos o nuestras familias”, advirtió Juan Cruz Miranda. “Los robos que ellos cometen atentan contra nuestra economía. Se llevan los cañitos de bronce y vos tienes que gastar como mínimo $ 15.000 para volver a tener un servicio tan esencial. A veces pasás días sin poder bañarte o cocinar. No se puede vivir así. Ellos lo hacen para drogarse y mi familia se priva de un montón de cosas por el gasto. Mientras tanto, las autoridades están totalmente ausentes”, explicó el docente.
El clima de intolerancia va creciendo con el correr de los días. Las alarmas vecinales que se instalaron durante la última campaña electoral funcionan, pero nadie acude cuando suena. “Fue un verso más de la campaña. Nunca estuvieron coordinadas para que actúe la Policía”, añadió Miranda. También desaparecieron los hombres del Cuadrante de Patrulla. “Si bien los míticos no estaban en los horarios críticos (brindaban el servicio de 7 a 22), algo espantaban”, comentó Luis Ramírez.
DAÑOS. Así quedó el vehículo que sufrió el robo en plena calle.
El último lunes de enero, las autoridades de la seccional 11ª, que debería custodiar la zona y otros responsables de la Unidad Regional Capital, se presentaron y dialogaron con los vecinos de todo el sector. “Nos prometieron que pondrían policías en la zona y que harían recorridos de prevención por la zona. Pero no hicieron nada. Hoy estamos peor que nunca y la gente ya está podrida de esta situación”, dijo Mariana.
Ese hartazgo se traduce en una escalada de violencia que nadie se atreve a decir cuándo y cómo terminará. Ya se registraron señales. Por ejemplo, en el pasaje Río Salí, a metros de la avenida Coronel Suárez, hay un contenedor de basura donde jóvenes en situación de calle con problemas de adicción esperan que alguien arroje elementos para vender o directamente alguna sobra de comida para alimentarse.
En dos oportunidades armaron chozas para pernoctar y consumir el paco o la pasta base que compran a escasas cuadras de ese lugar. Los vecinos, que los señalan como posibles ladrones, dos veces le incendiaron el refugio, y en una oportunidad, con una joven embarazada en el interior. La otra, fue destruida por los hombres de la Patrulla de Protección Ciudadana que respondieron al llamado de los habitantes de la zona.
Los vecinos que viven cerca de la avenida Gobernador del Campo están organizados para ahuyentar a los jóvenes que arrancan los cables para extraer el cobre. Con un solo mensaje de WhatsApp, varios salen de sus hogares con palos o mangos de hachas o picos que compraron para defenderse. La semana pasada, luego de que desconocidos ingresaron a una casa, se produjo una cacería humana. Cinco hombres armados, a bordo de una camioneta cuatro por cuatro, recorrieron el barrio a toda velocidad buscando a los ladrones que nunca lograron ubicar. Pero esa imagen quedó grabada a fuego entre los habitantes de la zona.
“Es una reacción lógica de la gente. Está cansada de que el Estado no haga nada. Y esa desesperación crece cuando uno gasta plata para protegerse y ni aún así puede preservar sus bienes”, indicó Lucrecia Nieva.
La última medida fue contratar los servicios de una cooperativa de rondines que es dirigida por un policía que contrata personal civil y promete apoyo de la fuerza por un convenio personal que él tiene con el servicio 911 y con la seccional de la zona.
“Me entusiasmó mucho la idea, pero me di cuenta que todos eran muy jovencitos. Me dio no sé qué pagar dinero para que ellos cobren sus sueldos porque les puede pasar algo y uno deberá hacerse cargo de ellos. La gente, desesperada por tener algo de paz, comete cualquier locura”, finalizó la mujer.