La vicepresidenta ofreció ayer una clase magistral en la Universidad del Chaco Austral que tituló: “Estado, poder y sociedad: la insatisfacción democrática”. El final de su presentación dejó algo en claro: sobre la insatisfacción democrática podrá conversarse más adelante, pero la que claramente hoy no está satisfecha es ella. Más que la insatisfacción democrática, se trató de la insatisfacción vicepresidencial. Que es profunda, según manifiesta.
Alejada de las definiciones universalistas que proponía el título, la charla aspiró menos a la perspectiva histórica y más a las urgencias de la coyuntura, y se terminó revelando como una extensa y enfocada crítica al gabinete económico de su Gobierno y a Martín Guzmán, a quien no nombró. Énfasis necesario por si alguien pudiera distraerse: el Gobierno del que habló Cristina es el de ella, aunque sus dichos sugieran lo contrario.
Su diatriba la llevó a compartir argumentos que podrían esperarse de dirigentes de la oposición. “Hay trabajadores en relación de dependencia pobres, nunca había pasado esto en la Argentina”, denunció. Incluso apeló a un gráfico con cifras históricas de emisión monetaria -un tecnicismo infrecuente en quien mostró siempre predilección por las definiciones genéricas- para seguir tapando con tierra al ministro y su equipo.
Más aún, al recordar un acto de diciembre de 2020 en La Plata, dijo: “… el presidente de la cámara de Diputados anunció que en el 2021 íbamos a tener un gran crecimiento, que yo llamó recuperación, porque habíamos tenido una pérdida muy grande, una caída tremenda de 9 puntos del producto en el 2020 por la pandemia…”. El matiz entre recuperación o crecimiento no es semántico ni es menor.
La idea de que la economía muestra apenas un rebote, y no crecimiento genuino, también forma parte de los argumentos escuchados desde la oposición, y apunta a debilitar uno de los pocos números positivos que tiene Guzmán para ofrecer. “Podemos seguir creciendo”, había dicho el ministro el jueves. La vice le baja el precio al pronóstico: esto es apenas un rebote. Sin embargo, la descripción del presente económico es ajustada, quién puede dudarlo.
Pero intenta disimular una mitad de la realidad: el fracaso la incluye. Este dato la incomoda, y entonces se ocupa de despegarse y aclarar que con generosidad permitió que Alberto Fernández eligiera a los integrantes de su Gabinete, incluido Matías Kulfas, ministro de Desarrollo Productivo, que había “escrito un libro contra nosotros”. ¿Entonces el debate -definición elegida por la propia vice-, entre ella y el Presidente se concentra sólo en diferencias sobre la economía?
También allí, como en el viejo juego del ahorcado, se trata de completar lo que falta, es decir lo que Cristina Kirchner no dice. Guzmán, Kulfas y compañía son apenas piezas, y la pulseada es sobre quién las mueve. Si quien encarna a una fuerza política con militantes, votos y representación popular, es decir ella misma; o alguien sin ninguno de esos atributos, elegido apenas para la mera ejecución, es decir Alberto Fernández.